Telefóno público, helado a granel, cerveza, artículos de bazar y librería. También fiambres. Almacén Tina supo tener de todo, en una época en que los almacenes de barrio eran los comercios que abastecían de productos a sus vecinos. Otra época, en la cual en Comodoro no había grandes cadenas de supermercados internacionales y tampoco supermercados chinos a rolete. Era el Comodoro de antes, el de las calles de tierra y donde estaba todo por hacerse.

Almacén Tina abrió sus puertas en febrero de 1986, en la calle Wilde del barrio Ceferino, al otro lado del Cementerio Oeste. Juan Mayorga y Albertina Sepúlveda, “Tina”, dos inmigrantes chilenos que se conocieron en la ciudad, idearon el comercio para tener un segundo ingreso familiar.

En esa época, Juan trabajaba en la antigua YPF, la original que en 1992 fue privatizada por Carlos Saúl Menem. Tina, en tanto, vendía ropa en su casa mientras se dedicaba al cuidado de sus tres hijas: Viviana, Natalia y Gabriela, que nació unos meses antes.

“Acá era todo de chapa”, recuerda el comerciante al contar cómo surgió la idea de tener un almacén. “Cuando nos casamos, la intención era hacer un salón para un negocio y lo hicimos con mucho sacrificio. Mi señora igual trabajaba, vendía ropa y hacía un montón de cosas, y así construimos un saloncito de 7 x 7, con la visión de hacer un garaje al lado. Una vez que se terminó, pedimos la habilitación para comercio y abrimos como quiosco.”

“Vendíamos de todo”, asegura Tina. “Helados, frutas, porque de a poco fuimos sumándole rubros al negocio. Después lo convertimos en un almacén y después fue multirubro, porque sumamos otros rubros. Empezamos a vender bebidas alcohólicas, cerveza, vino, pero siempre vendimos de todo”. 

Mientras Tina habla, Juan asiente y no duda en afirmar que “se trabajaba muy bien, vendíamos mucha cerveza. A veces 30 cajones para sábado y domingo, ahora vendemos uno de casualidad, pero nos ayudó a mejorar la parte económica”.

Eran otros tiempos, tanto en la forma en que funcionaban los comercios como en la manera en que se vendía. No había Mercado Pago y tampoco tarjeta de crédito. Era libreta y atención de sol a sombra, entre la vida familiar y el comercio. Así crecieron muchos chicos de familias que supieron tener un negocio en esa época, en la que los niños y adolescentes también atendían detrás del mostrador. 

Una imagen del Almacén Tina en sus inicios con varias chicas del barrio. Foto: Archivo familiar.
Una imagen del Almacén Tina en sus inicios con varias chicas del barrio. Foto: Archivo familiar.

Tina lo dice, la vida en el negocio es linda, pero tuvo y tiene sus sacrificios. “No fue fácil. Como Juan trabajaba, en primera instancia atendíamos mi hija del medio y yo, porque Gaby tenía 6 meses y Naty 8, entonces ella era la que me ayudaba. Mi hija mayor estudiaba el secundario y atendíamos solitas. Era correr todo el día”, dice entre risas. “Correr para allá para que las chicas vayan a la escuela. También lavar, planchar, correr y atender proveedores. Juan trabajaba y venía a la tarde, y fue difícil tener que atender a los chicos y también el negocio. También para las chicas, porque ellas crecieron sabiendo que iban a tener un pesito más, que iban a llevar caramelos a la escuela, que iban a tener una mejor calidad de vida, pero también hicieron mucho sacrificio, porque nosotros acá en casa no comimos nunca solos, en familia, todos sentados. Acá se comía y nos parábamos a cada rato”. 

Natalia, la hija del medio, atendiendo a una vecina en los primeros años del negocio familiar. Foto: Archivo familiar.
Natalia, la hija del medio, atendiendo a una vecina en los primeros años del negocio familiar. Foto: Archivo familiar.

Cuando lo cuenta, la almacenera recuerda aquellas noches en que el negocio estaba abierto hasta la medianoche, también las navidades y los Años Nuevos en que la persiana se mantenía abierta mientras el cielo se llenaba de luces y estruendos. “Brindábamos con el negocio abierto”, recuerda, entre la alegría y la nostalgía.

 Lo cierto es que, con tantos años de vigencia, “Almacén Tina” fue testigo de todos los momentos económicos del país, desde la hiperinflación de Alfonsín hasta el Corralito de De la Rúa y las privatizaciones de Menem. 

“Para Comodoro fue terrible esa época”, dice la mujer al recordar los 90’. "Los que teníamos negocios también la pasamos mal, porque abrieron muchos multirubros, a mucha gente la indemnizaron y tampoco se vendía como antes. Es como está pasando ahora, que está pasando lo mismo que hace 20 años atrás”.

Tina, Viviana, Gaby, Juan, Marcelo y Nino, un historico vecino del barrio. Foto: Archivo familiar.
Tina, Viviana, Gaby, Juan, Marcelo y Nino, un historico vecino del barrio. Foto: Archivo familiar.

Por supuesto, el Almacén también tiene cientos de anécdotas divertidas y recuerdos, como el día en que decidieron celebrar el aniversario del negocio con una choripaneada para los chicos del barrio y otras tantas anécdotas con clientes y preventistas. 

A muchos también les llama la atención el poste de luz que está cubierto de chapitas de cerveza que completaron los viejos adolescentes del barrio, por idea de un vendedor de Quilmes que les prometió dos cajones de cerveza a cambio de completar el desafío.

Pero lo que más los emociona es ver que hoy tienen clientes que son nietos y bisnietos de quienes iban a comprar en los inicios, algo que marca la permanencia y el significado que tiene el Almacén para el barrio. 

“Tenemos tres generaciones. Primero los papás, después los hijos y ahora los nietos y hasta los bisnietos. Es una tremenda emoción. Somos pioneros en aguantar, porque no todos los negocios han aguantado tanta cantidad de años", asegura Tina. "Es un orgullo que los papás, los hijos y los nietos vengan a comprar al negocio. Algunos se han ido para otro lado y vuelven y dicen ‘el Tina todavía está’ y una vez, me acuerdo de que vino un primo mío que no sabía dónde yo vivía y nombró al “'Tina' y el taxista lo trajo para acá. Casi me agarra un ataque cuando lo veo ahí afuera”, recuerda entre risas.

El almacén de las chapitas. El desafió un de preventista a un grupo de chicos: cubrir un poste de madera con chapitas de cerveza. Foto: Archivo familiar.
El almacén de las chapitas. El desafió un de preventista a un grupo de chicos: cubrir un poste de madera con chapitas de cerveza. Foto: Archivo familiar.

En época de billeteras virtuales, tarjetas de crédito y supermercados que monopolizan el rubro, los comercios barriales ya no son lo que eran antes y el Tina no es la excepción. Hoy la persiana ya no se abre a las 8:30 hs y la venta está reducida al cliente de paso y a aquel vecino que se olvidó de comprar algo. 

“Ahora ha cambiado mucho”, admite Juan. "La gente utiliza mucho la tarjeta. Van al supermercado y compran lo que tienen que comprar con tarjeta, y vienen a comprar fiambre para el desayuno o algo para la comida. La gente viene a comprar lo que le falta: un paquete de fideos para la cena, pan, y también vendemos cerveza y vino.”

Los días pasan en el almacén de barrio. Con 83 y 75 años, todos los días, la pareja junto a su hija menor, Gaby, espera la llegada de clientes, mientras disfrutan del calor del hogar. “No te aburrís nunca”, admite Tina. “Siempre tenés gente para charlar y conversar”, agrega Juan. 

Los dos son felices atendiendo a sus clientes, charlando un rato con la gente y recibiendo los pedidos de los preventistas que llegan a vender sus productos. En 2026, el almacén cumplirá 40 años, toda una vida atendiendo a los vecinos del barrio, pero lejos de pensar en cerrar la persiana, ellos eligen seguir atendiendo. 

“Esto no lo vamos a dejar nunca. El día que nos tengamos que ir de este mundo lo dejaremos, porque es una costumbre, pero una costumbre linda”, asegura Tina. “Es verdad”, agrega Juan. “A mí me encanta atender. No me molesta levantarme, dejar el tele o el mate y atender a la gente. Me pone contento poder estar trabajando hasta ahora, casi con 83 años. No pienso dejar, quizás desligarme un poco, pero no del todo. Si no, ¿qué haces a esta altura del partido? Yo me jubilé a los 58 años, en 2001, y me quedé trabajando aquí en la casa. Podría haber seguido trabajando afuera y hasta ahora estamos, con muchas ganas de seguir, porque si no, ¿qué haces? Si estás acá adentro y bajas la persiana; no tiene sentido tampoco.”

Juan y Tina hace 39 años atienden el almacén que abrieron en 1986. Foto: ADNSUR
Juan y Tina hace 39 años atienden el almacén que abrieron en 1986. Foto: ADNSUR

La charla va terminando, entra un cliente y pide pan. Luego entra otro y quiere llevar fiambre. Así es la vida del almacenero, entre mates, charlas y atención. “Esto es lo que nos gusta. Por eso estoy muy agradecida a mis hijas, a mi familia y a mi gente de acá del barrio, porque gracias a ellos estamos acá nosotros, porque por cada uno de esos chiquitos que hoy son grandes, y los chicos que vienen y nos tratan con cariño, nosotros estamos acá”.

Juan asiente y también dice lo suyo: “Quiero agradecerle a toda mi familia por haber tenido tanto aguante de estar acá adentro, porque siempre pensamos que había que trabajar. Y bueno, si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría otra vez”, sentencia con orgullo, eligiendo una vez más la vida de almacenero, un estilo de vida que forma parte de su historia familiar.

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