César Chacón, el gastronómico que enseña a cientos de mujeres de Comodoro los secretos de la pastelería y la panadería
Nació en Chile, pero a los 11 años vino a vivir a Puerto Madryn junto a sus padres. En la ciudad de las ballenas, conoció el mundo de la gastronomía y nunca más lo dejó. César Chacón fue bachero, ayudante de cocina, cocinero y, desde hace unos años, docente pastelero y panadero. Es la persona que ha transmitido estos saberes a cientos de mujeres de Comodoro que buscan una salida laboral o el perfeccionamiento de un hobby. Es la historia de un hombre que le gusta enseñar y ayudar a otros a mejorar sus recetas.
“La pastelería nació con el tiempo, porque lo mío primero fue la cocina”, dice César Chacón. Son casi las 11 de la mañana y el pastelero está en medio de una clase. Sus alumnas hacen chocolate en rama, las espátulas van de un lado a otro y el aroma se hace sentir en la cocina. César pasa por cada mesa, supervisa, da un consejo y sigue su camino.
Por estos días, Chacón está dictando el curso de pastelero, una capacitación anual en la que participan 15 mujeres y un hombre, todos de diferentes edades. El objetivo es que aprendan técnicas, recetas y nuevas modalidades de cocina que las ayuden a mejorar su emprendimiento o hobby.
Para César el aula es su lugar en el mundo, el espacio que descubrió hace unos años luego de un largo camino en la gastronomía. “Yo comencé de chiquito”, dice a ADNSUR. “A los 18 años entré en el mundo de la gastronomía y me metí de lleno en la cocina. Es algo que no me olvido. Mi vecino en unas vacaciones de verano me dijo ‘van a abrir un local y están pidiendo chicos para ir a trabajar en una confitería’. Fui, me presenté y me tomaron de bachero. Ahí empecé a mamar todo lo que es la cocina”, dice con cierta nostalgia.
“Marea” se llamaba aquel local que estaba ubicado en la costanera de Puerto Madryn. La experiencia duró la temporada, pero sirvió para plantar la semilla en César: quería dedicarse a la gastronomía.
“Me gustó ese mundo”, admite sin vueltas. “Según quien te tocaba de compañero te iba enseñando a armar un sándwich, una hamburguesa o una ensalada. Al principio era lavar platitos de café, pocillos o sacar algún licuado de banana o un jugo de naranja. Pero tenía mucha actitud y muchas ganas. Era un laburo en el que entrábamos a las 7 de la tarde y salíamos a las 7 de la mañana y cuando terminó la temporada, como me quedó gustando, salí a pedir trabajo de lo mismo”.
“Mi pequeño restaurante”, fue la cocina de su segundo empleo. Allí fue bachero y fiambrero. Hacía desde entradas hasta el lavado de copas. Fue en ese lugar que aprendió a armar picadas de mariscos, preparar ensaladas o idear alguna entrada.
A la distancia, aún recuerda a Adrián, aquel chef que le enseñó y que lo guió en los primeros pasos. Es que él mismo lo dice: “Tuve la suerte de tener compañeros de trabajo que me enseñaban. Esa fue la primera escuela”.
"EN COMODORO HAY TRABAJO”
César pasó por varias cocinas hasta que la familia Zuñeda le dio la posibilidad de venir a Comodoro Rivadavia. Él trabajaba en Nola, un restaurante de estilo francés que esa familia había montado en Puerto Madryn y cuando el local cerró le ofrecieron trabajar en Comodoro, en el recordado La Tradición.
César no dudó y vino a la ciudad del viento. Durante un tiempo trabajó en el restaurante y luego continuó su camino en Puerto Cangrejo, donde estuvo seis años.
“Esa fue la mejor cocina que hice”, dice agradecido. “La familia Manzur… fueron excelentes empleadores, una experiencia linda. Estuve a cargo de la parte de pasta, de carne, de picada de mariscos, ibas rotando”.
Luego de seis años, César dejó el pintoresco restaurante de la Costanera de Comodoro. Tuvo su emprendimiento propio, trabajó en gamelas, pero todo comenzó a cambiar en 2012, cuando surgió la posibilidad de dar clases.
“Me acuerdo que el Centro de Formación Profesional sacó un concurso para profesores y me presenté. Yo estaba terminando la carrera de gastronomía y entré. Empecé dando clases y de a poquito me fui capacitando y capacitando chicos”.
En esos primeros tiempos, la 652 brindaba cursos en el Procap y en Punto de Encuentro. Se trataba de un trabajo social que apuntaba a capacitar jóvenes para generar posibilidades laborales. César recuerda esa experiencia con mucho cariño.
“Empecé con jóvenes enseñando el oficio y brindando herramientas para que puedan salir de donde estaban. Algunos chicos estaban en situación de calle, de vulnerabilidad, entonces se buscaba darles herramientas para que el día de mañana tengan un trabajo, una oportunidad laboral. Era un trabajo muy lindo”.
Durante años capacitó gente en diferentes instituciones que trabajaban con el Centro de Formación Profesional, hasta que en 2017 se inauguró el colegio de la calle San José de Jáchal. Desde entonces, trabaja de lleno en el interior de la institución.
En esa escuela César dio todo tipo de talleres, desde Auxiliar Cocinero hasta Elaboración de Pastas, Auxiliar de Preparación de Servicio de Catering, Elaboración de Alimentos y Auxiliar Pastelero y Repostero. Precisamente, en este último rubro encontró el lugar ideal para enseñar.
“Esto surgió por una necesidad de dar respuesta”, dice al explicar cómo se metió de lleno en la pastelería. “La escuela te dice ‘tenés que enseñar el curso de panadero - repostero’ y te tenés que capacitar. Entonces, me fui a Buenos Aires y me capacité. Así empecé”.
Chacón admite que le gusta la panadería dulce, el croissant, las medialunas y principalmente el aroma que regalan ese tipo de productos. Por supuesto, también todo lo que implica la técnica.
“Lo lindo que tiene la pastelería es que es muy precisa. Necesitás mucha técnica, mucha paciencia, respetar los tiempos, los ingredientes y las temperaturas. Es muy meticuloso en todo”.
El pastelero siempre busca capacitarse y en ese camino estudió con Marcelo Vallejos y en la escuela de Osvaldo Gros. Es que él mismo lo dice: “La pastelería es eso: capacitación constante y aprender nuevas técnicas con productos que se fueron reversionando”.
Por estos días, César está culminando el taller anual de pastelero. Este comenzó en abril y terminará en diciembre con 360 horas de curso, divididas en unas 120 clases aproximadamente.
“A mí me encanta, disfruto lo que hago, porque me encanta enseñar”, admite sin vueltas. “Disfruto que el alumno venga con ganas de aprender, creo que es parte del éxito que tienen mis cursos, que no vengan a perder el tiempo”.
“Tengo gente de 18 a 60 años. He tenido alumnas de 75 que vienen a aprender y disfrutar. Este año me tocaron muchas emprendedoras que ya venden sus productos y ahora vienen a aprender cosas nuevas, técnicas o adquirir otros conocimientos para mejorar el producto que venden. Pero es lindo, es que he formado a muchos jóvenes y adultos que hoy tienen su emprendimiento o están trabajando en cocina”, dice con alegría.
César ya lleva 12 años de cursos y por sus manos han pasado decenas de mujeres y hombres que buscaron aprender el oficio. “Lo más lindo es el agradecimiento de las alumnas por todo lo que yo les enseño y lo bien que se sienten en las clases”, asegura. “Para mí eso es lo mejor. Que el alumno me diga ‘me salió bien’, ‘me encantó’ o ‘vendí una tarta y la gente quedó fascinada’”.
El pastelero, además de cursos, brinda asesorías y tiene su propio emprendimiento de eventos. Sin embargo, está convencido de que lo suyo es enseñar el oficio a otros. “Creo que esa es mi misión: enseñar, ayudarte a mejorar, que vos tengas herramientas y te puedas abastecer de un sueldo y con tus propias manos generés un ingreso. Creo que ese es el objetivo. La verdad estoy contento, porque son años y años de trabajar y estudiar, para poder llegar hoy en día a lo que uno espera hacer”, dice orgulloso el gastronómico que enseña a otros los secretos de la pastelería.