“El futuro médico Manuel Vivas”, decía la dedicatoria escrita en “El Triunfo sobre el dolor", ejemplar que Manuel aún tiene guardado en su biblioteca. Quizás es su libro más antiguo y seguramente uno de los más importantes. De alguna forma, aquellas líneas que le dedicó Elena Navas de Sallas, la histórica directora de la Escuela de Fronteras de Comodoro (por entonces N° 2), fueron una premonición de lo que luego sería su vida.

Manuel Vivas tiene 80 años y es uno de los médicos históricos, en actividad, de Comodoro Rivadavia. Su currículum dice que es nacido y criado en la ciudad, y que, además, es el primer graduado de la residencia de pediatría del Hospital Regional.

Por supuesto, todo eso vino muchos años después de aquella tarde de sexto grado en que Elena lo llamó y le regaló el libro que alguna vez había sido de su esposo. 

Cuando Manuel recuerda ese momento, no puede creer ese simbolismo que significó la dedicatoria, “un detalle de la vida”, que demuestra que el destino tenía pintado su camino; un trayecto que lo llevó a ser parte de la creación de la Sociedad Argentina de Pediatría del Golfo San Jorge e integrar el equipo médico que ideó la terapia infantil pediátrica que tuvo la salud privada de la ciudad.

Manuel Vivas fue distinguido como miembro honorario de la Sociedad Argentina de Pediatría. Foto: Archivo personal Manuel Vivas.
Manuel Vivas fue distinguido como miembro honorario de la Sociedad Argentina de Pediatría. Foto: Archivo personal Manuel Vivas.

Manuel nació en 1944 y es hijo de un histórico enfermero del Hospital de YPF. Con orgullo, cuenta que gran parte de su vida pasó alrededor de la petrolera estatal. Creció en San Martín Este, un sector de Km 3 conocido por entonces como barrio de Destilería, estudió en el jardín Juana Manso y cursó sus estudios primarios en la Escuela de N° 2, que por entonces era de la petrolera. “En esa época todo era YPF, desde la comisaría, hasta las escuelas y todo lo demás en el barrio General Mosconi”, recuerda con nostalgia.

Sus estudios secundarios los cursó en el Perito Moreno, donde conoció a su compañera de vida, la docente y periodista Viviana Polli. Fue en esos años en que decidió que iba a estudiar medicina, aquella carrera con la que, de alguna manera, convivió toda su vida.

“Quizás fue por ósmosis familiar”, dice respecto a su carrera, “porque mi padre no me influyó ni me presionó para que estudie medicina, pero posiblemente esa vida familiar con alguien tan dedicado, con tanta historia en el Hospital Alvear, en algún momento hizo eclosión en el espíritu mío y decidí estudiar medicina”.

Como muchos médicos de Comodoro, Manuel eligió la Universidad de La Plata. Se recibió en el 70, tras realizar su práctica como ayudante de guardia en el Hospital “Sor María Ludovica”, un paso muy común que, de alguna forma, terminó inclinando su vida hacia la pediatría.

“En ese momento ya estaba dedicado a la pediatría y logré ingresar a una guardia semanal”, recuerda. “Era una guardia con gente de primera línea, entre ellos Juan Vicente Climent, jefe de neonatología, una personalidad muy particular. Estaba casi las 24 horas, porque se iba casi a las 12 de la noche y no se dedicaba solo a lo asistencial, sino a las charlas con médicos jóvenes. Él me transmitió muchísimo y apenas me recibí quiso que me incorporara a trabajar con él”.

Con ese ofrecimiento y una beca de YPF en perfeccionamiento, Manuel se quedó en La Plata a hacer su primera experiencia médica, hasta que en unas vacaciones se enteró de la repercusión que tuvo en la sociedad comodorense la reciente apertura del Hospital Regional, inaugurado en el año 68, y la posibilidad que existía de que realice la residencia de pediatría en la ciudad. 

“Me acuerdo que no dudé. El hospital era nacional, de los llamados hospitales de la comunidad, pero aparte era Comodoro y Viviana estaba en Comodoro. Entonces se fue juntando todo para hacer la residencia acá. Me acuerdo que cuando fui a rendir el examen al Consejo Nacional de Residencias Médicas, había muchas opciones para elegir, pero yo la única que puse fue Comodoro”.

Manuel recuerda esa residencia con mucho cariño y asegura que “estaba muy bien evaluada, igual que otros servicios del hospital, como clínica médica, cirugía y tocoginecología con el recordado doctor Fulestón”. 

“En pediatría estaba el doctor Dalvo, que muchos lo recuerdan en Comodoro y el grupo de médicos era del Hospital de Niños Gutiérrez, un prestigio total. Había una manera de ver la medicina y la pediatría de manera muy especial. Se trabajaba de las 8 de la mañana a las 5 de la tarde. El hospital estaba vivo todo el día: teníamos ateneos, pases de sala y apenas almorzábamos íbamos a los consultorios periféricos que era toda una novedad en la medicina del país. Era salir del hospital y atender en los barrios. Se citaba a los pacientes y, si no venían, la enfermera los buscaba y los hacía venir. También los pases de sala se hacían con una asistente social de acuerdo a la complejidad de cada paciente; había un enfoque social y epidemiológico de lo que era la salud muy importante, incluso a veces también estaba el psicólogo”.

El servicio estaba apadrinado por Carlos Arturo Gianantonio, la máxima figura de la pediatría argentina. Los residentes del Hospital Gutiérrez rotaban en el Regional, al igual que los residentes del nosocomio de Comodoro en Buenos Aires, “una medicina de alto nivel con un enfoque muy particular y muy humanístico”, asegura Manuel.

El profesional no duda en admitir que esa manera de ver la pediatría lo marcó. “Eran hermosos tiempos de la medicina”, dice con orgullo, pero todo cambió de repente. 

Manuel junto a Viviana, su compañera de vida y sus dos hijos: Laureano y Estefanía. Foto: Archivo familiar.
Manuel junto a Viviana, su compañera de vida y sus dos hijos: Laureano y Estefanía. Foto: Archivo familiar.

UNA VIDA DE CASUALIDADES

Por entonces, Manuel presidía la Asociación de médicos Residentes y José Manuel Corchuelo Blasco, secretario de Salud Pública, lo había llamado para estar a cargo del departamento de Maternidad e Infancia de Chubut. La experiencia era interesante, todo un desafío en tiempos que había para hacer, pero duró un suspiro. El Golpe de Estado de 1976 lo dejó sin funciones y tuvo que dejar la medicina pública. 

Pasé bruscamente de una medicina de ese nivel, con guardias permanentes y la atención en periférico, a la medicina privada, porque a los militares no les gustaba todo lo que oliera a residentes”.

Lo cierto es que la semilla ya había germinado. Por ese entonces, Manuel junto a otros médicos residentes y el doctor Hugo Núñez, jefe de pediatría del Hospital Alvear, ya habían formado la filial de la Sociedad Argentina de Pediatría del Golfo San Jorge. Luego vendría la creación de la primera Unidad de Terapia Intensiva Neonatal en la Asociación Española, de la cual también formó parte, y su histórico consultorio en el edificio Torraca 2 de la calle Italia.

Manuel participó de la reunión de 1974, cuando se conformó la Filial Golfo San Jorge de la Sociedad Argentina de Pediatría. Foto: Archivo Manuel Vivas.
Manuel participó de la reunión de 1974, cuando se conformó la Filial Golfo San Jorge de la Sociedad Argentina de Pediatría. Foto: Archivo Manuel Vivas.

Mientras repasa su historia, el médico encuentra muchas casualidades de la vida, como aquel día en que una docente le regaló un libro con una dedicatoria muy especial y otros hechos que lo fueron marcando. Por ejemplo, cuando los mismos militares que lo echaron lo tomaron para trabajar en el Hospital Militar de Km 8, el ex Petroquímica del que se hicieron cargo, o cuando Vicente Torraca lo sorprendió con un consultorio que no estaba en sus planes, pero terminó siendo su lugar profesional en el mundo.  

“Yo tengo mi consultorio de toda la vida en la calle Italia, en el Torraca 2. Vicente construyó ese edificio y yo atendía a sus chicos. Me acuerdo que un día vino al consultorio y me dijo ´tengo reservado un consultorio para usted’. Yo le dije, ‘no, yo recién empiezo, no puedo’, pero me dijo. ‘Usted vaya a la inmobiliaria tal, ya tiene todo arreglado’ y así hizo con varios profesionales. Lo pagué cómodamente y le agradezco muchísimo porque en este momento es como un refugio profesional para mí, me da cierta tranquilidad para el trabajo y libertad con los horarios”.

Con 80 años, el médico siente que ese consultorio es su refugio para continuar atendiendo a sus pacientes. Admite que poco a poco va pensando en “retirarse paulatinamente de la profesión”, pero no se pone fechas.

Por esa razón, este reconocimiento que recientemente hizo la Sociedad Argentina de Pediatría, distinguiendo su figura como miembro honorario de la institución, llega en un momento muy especial. 

“Llega justo en los 80 años y es un momento muy particular en la vida, porque si bien participo de la Sociedad de Pediatría, actividades afines y sigo atendiendo en el consultorio, son años en que uno tiene que ir pensando en ir retirándose paulatinamente”.

“Pero siento mucho orgullo, en el sentido que también obedece a quienes me rodean. Entonces uno siente que la distinción fue para un patagónico”, dice con sencillez. 

En su vida, Manuel ha tenido un rol preponderante en la Sociedad Argentina de Pediatría. Integró el Comité Nacional que reformó el estatuto, el tribunal de honor y alguna vez fue premiado en un Congreso por un trabajo que realizó junto a otros médicos. Pero esta vez el reconocimiento tiene otro sabor, porque fue otorgado por sus pares del Golfo San Jorge y todo el país. 

Lejos de creer que es un premio individual, Manuel está convencido de que obedece a un mérito colectivo. “No es una construcción única, todo es producto de lo que uno hace en sus lugares con sus colegas. Esto es el producto final de un contexto que empieza en el Regional, sigue con los colegas, la Sociedad Argentina de Pediatría, el trabajo conjunto y va hilando toda una vida, porque este trabajo con maestros de la pediatría le transmitió a uno esta manera de ver la medicina de una manera muy humanista, convencido de la importancia de la salud infantil. Así que estoy muy contento, porque la pediatría es una manera de vivir, de comprometerse con los que lo rodean con su comunidad y sobre todo con los chicos, sobre todo cuando vienen los nietos”, dice entre risas. 

Manuel no puede evitar mencionar a Eloisa y Carmela, sus dos pequeñas nietas. También se acuerda de su hija, Estefanía, quien siguió sus pasos, Laureano, su otro hijo, y por supuesto de Viviana, su compañera de vida. Se siente feliz y agradecido, es el premio al esfuerzo y a una vida dedicada a la pediatría, esta especialidad que aprendió de grandes maestros que escoltaron su camino.

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