“Los 24 años cerré y abrí yo todos los días” dice con orgullo Raúl Alberto Neves. Es el mediodía del martes y el comerciante, que toda su vida dedicó su vida a las verduras, está en su departamento, descansando con su familia y recibiendo a aquellos amigos que en el pasado hubiese sido imposible atender a esa hora. 

Pasaron apenas cuatro días del cierre de “Ver Ver” y se siente tranquilo con la decisión que comenzó a tomar hace más de un año. “Son sentimientos encontrados. Te queda el resquemor, pero yo me fui del negocio conociendo cantidad de clientes muy buenos, como algunos también no tan buenos. Me llevo amigos, cosas lindas y me conoce mucha gente, pero estoy muy tranquilo conmigo mismo; no es que me voy porque no funcione, porque no tenga buena clientela, sino para que tenga mejor calidad de vida como persona”, dice con tranquilidad.

El domingo 26, un día después de que cerró el negocio, Raúl cumplió años y fue su sentencia de jubilación, el momento que eligió para decir adiós a la vida de comerciante y tener una mejora de calidad de vida. 

“Son decisiones que uno tiene que tomar como persona”, asegura y cuenta que hace más de un año comenzó a pensarla, un proceso difícil para quien está acostumbrado al ritmo que imponen las persianas y los clientes. 

Raúl admite que el fútbol en Veteranos de Laprida ayudó mucho, como lo hizo durante gran parte de su vida como verdulero. Como dice “es lo que uno necesita para que la cabeza siga funcionando”.

CRECER Y VIVIR ENTRE VERDURAS Y TIERRA NEGRA

Raúl es nacido y criado en Comodoro Rivadavia y lo cierto es que toda su vida estuvo vinculado a las verduras. Con orgullo cuenta que 19 días después que nació su madre lo llevó por primera vez a la chacra que tenían en Pampa Salamanca, el lugar en el que años más tarde comenzó su vida laboral. Es que nunca le llamó la atención el estudio, y cuando inició la secundaria decidió seguir su vida en el campo.

Durante muchos años trabajó la tierra hasta que decidió abrir su propio negocio. El portuguesito fue famoso en la calle Ameghino, le iba bien, pero había algo que no cerraba. Necesitaba el campo, la tierra y el trabajo para ver crecer y cosechar la fruta. Así, volvió al campo, pero esta vez en su propia parcela, una chacra a 1000 metros de su padre, donde forjó su propio emprendimiento.

Durante tres años, Raúl trabajó la tierra. Le iba bien, era proveedor de La Anónima en Comodoro Rivadavia y Caleta Olivia. Sin embargo, un día el destino le arrebató todo lo que tenía. Por supuesto, como quien vive una tragedia, Raúl lo recuerda en detalle. “Lamentablemente nos quedamos en la calle. 

El 9 de enero de 1996 hubo un incendio grande en la zona de Cañadón Ferrays. Llegó hasta la playa, en la zona de Bahía Solano. Unos camioneros se pusieron a hacer un asado y algo parece que se voló. Había un viento como hoy y arrasó con todo. Eso fue a las cuatro de la tarde y encontré a los tres empleados que tenía en un galpón de una estancia a las 12 de la noche. Escaparon como pudieron”. 

Raúl y su esposa se quedaron en la nada. Por ese entonces ya tenían a sus tres hijos, y tuvieron que salir a flote. Afortunadamente ya tenían el departamento donde continúan viviendo, pero estaban arruinados, tanto que tuvieron que endeudarse hasta para comer, Raúl no lo olvida.

“Pasé seis meses en el departamento donde vivía mirando por la ventana para ver qué hacía. Eran épocas muy difíciles pero había que darle de comer a los chicos. No teníamos nada, solamente donde vivíamos, y era empezar de cero. Me acuerdo que me fui a Gaiman, y ahí conseguí una chacra, pero tampoco me fue muy bien porque tuve muchos problemas con el socio que tenía, así que me volví a trabajar a Comodoro. Fue muy duro, pero pudimos salir adelante trabajando”.

Raúl y su delantal de Ver y Ver, la verdulería que atendió durante 24 años.

La crisis a pesar de la adversidad suele sacar la parte más creativa de la persona, y un día, sentados en una plaza, Raúl y su esposa encontraron el camino para poder salir adelante. “En junio de 1999 con mi señora caminábamos por la calle para ver qué podíamos inventar, y me acuerdo que nos sentamos frente al negocio que cerré, en la plaza San Martín, y contamos cuántos autos pasaban por cada semáforo para ver si podíamos conseguir que la gente viniera al local que queríamos alquilar. Como vimos que pasaban mucha gente por esa zona, dijimos ‘tenemos que abrir un negocio ahí’”.

Cuenta Raúl que empezaron sin nada. No tenían vehículos, tampoco plata para comer, pero sí tres hijos y muchas deudas por pagar, pero empezaron y pudieron salir adelante. “Entramos a ese negocio gracias a un amigo de una distribuidora que me dio la mercadería para empezar, pero el primer día que abrí empezaron a caer los acreedores, la gente a la que uno le debía dinero. Tuvimos que trabajar para afrontar los gastos que uno había tenido. Estuve casi tres años pagando cuentas, que uno había pedido dinero para comer, pero por suerte quedó en el camino y empezamos a andar mejor, nunca bajamos los brazos y siempre fuimos para adelante con el trabajo”.

En los primeros años, Ver y Ver se abría de 8 de la mañana a 9 de la noche, de lunes a lunes, sin descanso. Una vez que la situación económica de la familia mejoró, el horario cambió de 9 a 13:30 y de 16:00 a 22:00.

Como cuenta Raúl, el comercio es demandante y recién los últimos años pudo darse el lujo de cerrar el sábado por la tarde y abrir el lunes. Los 24 años cerró y abrió las puertas, pero siempre contó con la ayuda de su familia. Su esposa y sus hijos Cintia, Matías y Moira, y alguna vez hasta tuvo algún empleado que pasó por Ver y Ver. 

El último 23 de marzo, Raúl dijo adiós a su verdulería, el lugar donde forjó su futuro y que le dio de comer a su familia. 

“Me llevo felicidad, haber conocido tanta gente, se cumple un ciclo en la vida y uno tiene que estar preparado para eso. Lo tomo como la jubilación, como para tener un poco de vida como ser humano, porque cuando uno se dedica al comercio, uno está encerrado entre cuatro paredes y no sabe lo que pasa afuera en el mundo, pero me voy contento porque siempre hice lo que me gustó, nunca hice algo por obligación, y cuando se cerraba el negocio los problemas del negocio quedaban bajo la persiana. Esa fue la clave que me generó tranquilidad. Mi casa era otro mundo. Apoyaba la cabeza sobre la almohada y dormía. Esa es más o menos la historia”, dice con orgullo Raúl, uno de los últimos verduleros nativos de oficio que quedan en Comodoro.

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