Es de Rada Tilly y junto a su familia cocina strudel con la receta que heredó de la hermana de su abuelo
“Yo creo que el chiste está en el gusto del hogar”, dice Miryan Trosic, una conocida vecina de Rada Tilly qué hace 9 meses comenzó a cocinar strudel para generar un dinero extra. Asegura que es mucho trabajo, pero es lindo, artesanal, en familia y con una gran enseñanza para los jóvenes. “Siempre hay alternativas. No importa que tengas trabajo, si necesitás un extra, buscale una vuelta, siempre se puede”. Una historia de herencia y sabores.
“La masa tiene que quedar tan fina que tenés que poder leer una carta de amor a través de ella”, dice Miryan Trosic (43). La mujer, encargada de administración de una empresa y terapista holística por vocación, cuando lo dice recuerda a su tía abuela, aquella mujer que a ella y a su hermana les hizo conocer más a fondo las culturas y las comidas croatas.
Miryan es descendiente de ese pueblo. Su abuelo emigró en abril del 39’ a Argentina, escapando de la guerra, y se asentó en Comodoro Rivadavia, aquella ciudad donde había muchos paisanos.
Cuatro décadas después, ella homenajea sus raíces recuperando aquella receta que tanto sabor a historia y herencia tiene.
Miryan es la vecina de Rada Tilly que cocina strudel, una comida de guerra que en tiempos de inflación y dólar alto le ayuda a generar un peso extra y dejar un mensaje a sus hijas: “siempre hay alternativas”.
Son las 4 de la tarde del miércoles y la protagonista de esta historia está en la oficina de la empresa de su pareja, donde se encarga de la administración. Entre papeles y email, piensa en los ingredientes que necesitará al otro día para cocinar su tanda mensual de strudel que el sábado entregará a sus clientes cercanos.
En una pausa recibe a ADNSUR y cuenta parte de esta historia de sabores. “Tengo raíces croatas. Mi abuelo, Milán Trosic, emigró escapando de la guerra y de la miseria que venía de la Primera Guerra Mundial. Se vinieron en barco con su mamá y su hermana. Era Yugoslavia en aquel entonces, pero vino y nunca más volvió”.
Su abuelo tenía 8 años cuando llegó a Argentina y siempre sintió que este país era su tierra. Quizás por eso fue que las costumbres croatas llegaron a Miryan gracias a su tía abuela, la hermana menor de Milán, con la que tanto vínculo tuvo en su vida.
“Muchas costumbres las fuimos amando de ella. La hermana de mi papá vivió acá muchos años y después se fue a Buenos Aires, y cada vez que íbamos para allá nos reencontrábamos con esas comidas croatas”.
Cuando hablaba de Stana, María como la conocieron muchos, a Miryan le cambia el tono de voz. Lo mismo sucede cuando habla de Fanny, la mamá de Fabián, su pareja, quien también incentivó estos sabores croatas.
“Muchas otras recetas las aprendí con ella, mi suegra Fanny. Nos juntábamos los miércoles a comer y era todo típico. Cosas que uno en otro lugar no encuentra. Ella fue una gran motivadora, porque cuando empezamos a cocinar en febrero fue más a pedido de ella. Me pedía si podía hacer un strudel para que le invite a sus amigas y pensaba ‘si hago uno puedo hacer otros más’, y así empezó todo”.
UN SABOR DE FAMILIA
Miryan cuenta que los strudel que elabora tienen la historia de su familia, porque como dice, cada receta tiene sus propias características. “Con mi hermana heredamos la receta de la hermana de mi abuela y la masa es distinta. Cada familia tiene su masa y cada strudel es distinto. Si bien en colectividad todos los años hacemos para las ferias, todos los países, croatas, alemanes, polacos, incluso creo que los soviéticos, tienen sus recetas. Es una comida de crisis de época, de guerra, una especie de tarta, para nosotros, que la rellenás con lo que tenés”.
“Los más conocidos son los de manzana verde rellenos con nueces, canela, pasas, pero es una comida de guerra; cuando hay crisis lo hacés con lo poquito que tenés. En mi caso, hace muchos años que cocino strudel y antes de la cuarentena, cuando estábamos medio cortos de plata con mi hermana, nos poníamos a hacer para vender. Y este año que venía complicado, que llegábamos con lo justo y nos faltaba un ingreso extra una vez al mes, con mi pareja y mis dos hijas empezamos a hacer strudel con la versión de la masa de la familia y alternando versiones y rellenos. Hacemos salados y dulces con pera, que por lo general se hace con manzana”.
Miryan asegura que les va bien con la venta de strudel, incluso muchas veces sus conocidos le preguntan si van a cocinar el fin de semana. En su caso, el tercer fin de semana de cada mes, junto a su hermana Melina recupera la receta de su tía abuela en un trabajo familiar donde colaboran sus hijas, Alenka y Katja, y Fabián.
“Es mucho trabajo, pero es lindo, es un trabajo súper artesanal porque el estirado de la masa es a mano, no se usa máquina, y se hace de a dos en lo posible. Es todo artesanal: las manzanas las pelamos a mano, las cortamos a mano, son muchos kilos, muchos cajones, las nueces también las picamos a mano. Son un día o dos de trabajo a full en familia y lo importante es la tradición, pero también mostrarle a los chicos que siempre hay alternativas, que siempre se puede. Esa es la enseñanza. No importa que tengas trabajo, si necesitás un extra, buscale una vuelta”.
Miryan cuenta que llegó a hacer 70 strudel un fin de semana. Los clientes generalmente son amigos cercanos, gente que los conoce, que les gusta el producto y que saben cómo es su origen.
Para ella el secreto del éxito “está en el sabor, las ganas, esa mezcla de ácido y dulce que no encontrás en ninguna panadería y el gusto a hogar. Yo creo que el chiste está ahí”, dice con orgullo.
La mujer admite que le encanta la alquimia de la cocina y que poco a poco se van animando a hacer otras recetas. Sin embargo, más allá de todo lo valioso, es lo enseñado.
“Son esos recuerdos y que nietos, bisnietos, vayan llevando el legado, que no quede trunco”, dice con orgullo sabiendo que el fin de semana tocará cocinar esa receta que le enseñó su tía abuela y perfeccionó son su suegra para mantener viva las tradiciones de su familia.