Al final de un camino uno tiene que ser muy agradecido y llevarse todas esas cosas en el corazón”, dice Mabel Acuipil (58). La enfermera habla de toda la gente que la acompañó durante su carrera; los profesores que guiaron su camino, sus colegas, sus alumnos y sobre todo su familia y sus padres. “Sin ellos hubiese sido muy difícil poder realizar todas las capacitaciones que hice, descubrir el mundo de la neonatología, conocer colegas y ver cómo alumnos, que han salido y que han sido aprendices nuestros, desplegaron sus alas y hoy pueden brindar un nivel de atención excelente”, dice con orgullo y agradecimiento. 

Cuando lo menciona Mabel se emociona, se le entrecorta la voz y no puede evitar ese nudo en la garganta que lo dice todo. Durante casi cuatro décadas fue enfermera del servicio de Neonatología del Hospital Regional, una profesión que le apasiona y que realizó por una simple razón: “el ayudar al prójimo”. 

“Por eso soy enfermera, pero es algo que uno lleva acá”, dice señalando su corazón. “Algo que uno lo tiene y que cuando lo hace está como pez en el agua”.

Mabel viene de una familia vinculada a la sanidad. Tiene primos que son médicos y enfermeros, con orgullo dice que su abuela fue curandera y comparte profesión con sus dos hermanas, Gladis y Yoly, quienes prestan servicio en el Hospital Regional y el Centro de Salud “René Favaloro” de Rada Tilly, más conocido como “La Salita”.

Quizás por eso, cuando terminó la nocturna en el Colegio Perito Moreno, supo cuál era su camino y se inscribió al curso de Enfermería que por entonces dictaba el Hospital Regional. Se trató de una intensa capacitación de un año que culminó con su ingreso al servicio de Neo, aquel espacio donde alcanzar los 2 kilos y medio es el regalo más preciado para cada familia. 

Mabel, Yoli y Gladis, las hermanas Acuipil que dedican su vida a la enfermería.

Pero el camino no fue fácil para llegar a su destino. La familia de Mabel, como muchas de Comodoro, le tuvo que pelear a los vaivenes económicos que impone la vida y este país de oportunidades y desniveles, y cuando estaba en la Secundaria tuvo que interrumpir sus estudios.

“Por circunstancias x de la vida tuve que dejar y luego retomé la Secundaria en la nocturna del Perito Moreno, porque siempre me gustó estudiar, incluso ahora lo sigo haciendo”, dice al recordar esa época de vacas flacas que obligó a su madre a salir a trabajar y a ella, de alguna forma, hacerse cargo del cuidado de sus hermanas. 

Mabel junto a su papá y sus hermanas en su infancia.

Mabel cuenta que quería ser médica o maestra, pero para su familia era imposible que vaya a Buenos Aires o Córdoba. Por eso, el día que vio un aviso en el diario para el curso de enfermería no dudó y se anotó. “Nos hicieron unos exámenes evaluativos y ahí empecé”. 

Con lujo de detalle recuerda aquel año de capacitación bajo la modalidad alumno - trabajador. “Hacíamos de 7 a 15 horas toda la parte teórica continuada, tenías que ir superando las materias y después íbamos a las prácticas en las salas de internación. Tenías que estar a las 5 de la mañana impecable para poder recibir la guardia. Tenías que saber pelos y señales de todos los pacientes. Entonces era aprender y rendir, y así terminamos la carrera. Y como había mucha necesidad de mano de obra nos llamaron a trabajar. Nos distribuyeron por todos lados y a dos de mis compañeras y a mí nos mandaron a Neonatología, que es como la terapia de adultos pero con bebés chiquitos de 900 gramos, 800 gramos, 700 gramos”.

Mabel dedicó su vida al cuidado de los más pequeños, los prematuros.

Neonatología es uno de los servicios críticos de un hospital, un circuito cerrado donde el enfermero permanece las seis horas que dura su turno, principalmente para evitar la contaminación del espacio y posibles infecciones en aquellos bebés que recién llegan al mundo y luchan por alcanzar los 2.500 gramos que le permitirán irse de alta. 

“No es para cualquiera”, dice Mabel. “Es un servicio doloroso, porque el adulto que está internado te va a decir ‘me duele acá, la cabeza, me arde el suero’; pero un pacientito así no te dice nada porque no está desarrollado todavía, entonces sos vos el que tenés que ponerte en la piel de ese bebé y saber qué es lo que le molesta, ver cuál es su cambio de coloración, si se hizo pis, darte cuenta si tiene hambre o dolor. Así aprendés a distinguir los llantos, los colores que tiene, cuando está rojo porque tiene fiebre, porque tiene calor o quiere hacer caca. Entonces uno va desarrollando algo y te ponés en la piel de ese bebé”.

El trabajo en Neo es intenso, complejo y requiere de mucho amor y concentración.

En su caso, Mabel toda su vida hizo Neo y vivió la evolución del servicio a lo largo de los años. “Cuando empezamos todo era diferente. El Hospital no tenía oxígeno central y éramos las enfermeras quienes cargábamos los tubos. Hacíamos los cálculos para determinar cuánto tiempo le iba a durar al paciente y tener listo el próximo para cambiarlo y hacer el cambio rápido. Tampoco había aspiración central; utilizábamos un aspirador que pesaba cuatro o cinco kilos. Era todo diferente, incluso para capacitarte tenías que irte a Buenos Aires o Córdoba. Era irte un mes o dos meses, estar allá, y acá quedaba la familia. Y en ese tiempo no había la virtualidad que tenemos hoy. Entonces eran cartas o llamadas por cabina telefónica. Se te terminaba el cospel y no había más”, dice entre risas.

Mabel siempre se capacitó. Pasó por el Hospital Garrahan, el Materno Infantil Ramón Sardá y la Clínica y Maternidad Suizo Argentina. A la distancia agradece el acompañamiento de sus padres y también de sus hijos, quienes vivieron con ella los avances en su profesión. 

Con orgullo asegura que cada capacitación de ella o sus compañeras fue un pasito más del servicio, la forma de evolucionar y seguir creciendo para mejorar la atención a los pacientes. Así aprendieron a poner un catéter, medir la presión arterial o hacer el monitoreo. 

Con el paso de los años las capacitaciones llegaron a Comodoro y también la extensión del servicio con la carrera de Enfermería en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Así no fue necesario seguir yendo a Buenos Aires por varias semanas. 

Por supuesto ella siguió capacitándose, aunque reconoce que su mejor escuela fue el Regional, el lugar que lleva en su corazón. “El Regional es diferente, se aprende mucho, es el que tiene mi corazón. Lo que se aprende en el hospital no se aprende en otro lado, ya sea a nivel académico como a nivel humano porque te encontrás con todo tipo de situaciones”, dice con orgullo.

Mabel junto a sus compañeras de Neo.

EL MEJOR PREMIO 

Ser parte de un servicio tan delicado tiene momentos de mucho dolor y muchas veces para Mabel cada viaje en colectivo desde Comodoro a Rada Tilly era el momento de bajar la intensidad de una dura jornada de trabajo. 

“Esto es lindo pero también es duro. A veces llegaba a casa con los ojos así grandotes y uno no quiere contar qué pasó porque lo que vive es traumático y muchos no lo entienden. El premio es cuando ves al paciente que salió o te encontrás con un padre y te dice: ‘¿usted se acuerda de mí?, ¿se acuerda de fulanita, pesó 1.500 kg, 900 gramos, y está ahí’. Ese es tu premio, porque vos decís ‘con lo que teníamos logramos esto’. El otro día me pasó, estaba con mi hermana y se me acerca un señor y me dice: ‘enfermera’. Lo miro y me acerco. Me muestra un nenito; un espectáculo. Me dice: ‘¿se acuerda?’ y cuando vi a la mamá me acordé. Había sido un bebé que había pesado 700 gramos, que más de una vez estuvo para irse y de solo mirarlo no tenía palabras. Yo lo miraba con el ojo clínico: no usa anteojos, camina bien, está en el jardín de infantes, hace danzas, y vos decís: ‘un muchachito de 700 gramos que pasó las mil y lleva una vida hermosa’. Ese día fue emocionante, porque fue uno de los últimos pacientes que tuve tan chiquitos y de tanta gravedad. Eso son los premios que uno tiene, porque más de una vez también sabés que el sueldo que te pagan no es el acorde y un montón de cosas que vienen por detrás, pero que tus colegas te recuerden bien, respeten tu opinión y ver a los chicos así es impagable; una alegría inmensa, casi como ver a los chicos de uno”.

Mabel y el reencuentro con quienes fueron sus pacientes.

Por estos días de retiro laboral, Mabel sigue en contacto con el servicio al que dedicó su vida. Este fin de semana iba a llevar unas cosas que tenía en su casa que podían servir y se iba a reencontrar con ex compañeras y el lugar que fue su hogar. 

Con alegría cuenta que sigue trabajando con pacientes ambulatorios, adultos y niños, porque siempre llama algún pediatra y le pide que le dé una mano a una mamá con algún detalle puntual. Es que ella sabe de primera mano que “el nacimiento es toda una revolución”, tanto para el niño como para sus padres y muchos más para aquellos pequeños guerreros que luchan por alcanzar los 2.500 kg, el premio más preciado para ellos, su familia y las enfermeras de Neo que los cuidan como si fuesen sus propios hijos. 

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