Son de Venezuela, migraron al sur de Argentina y a la distancia hoy seguirán las elecciones de su país con ilusión e incertidumbre
Johan es profesor universitario y admite que alguna vez fue un militante chavista, aunque hoy es profundamente opositor. Fernando nunca quiso al oficialismo y cuando sintió que no había esperanza emigró. Y Juan es estudiante en la universidad de Comodoro y siente que la desilusión de a poco le va ganando al interés por la política de su país. Los tres migraron desde Venezuela a la Cuenca del Golfo San Jorge, tierra de petróleo y donde hay gran comunidad venezolana. Este domingo seguirán de cerca las elecciones de su país, donde otra vez se renueva la esperanza de que cambien las cosas.
Resulta difícil analizar la situación de Venezuela a la distancia. Sin embargo, hay detalles que son irrefutables: los testimonios de aquellos que con dolor tuvieron que dejar su tierra para no seguir padeciendo la situación que vivían en diferentes ciudades de su país. A lo largo de los últimos años, tuve la oportunidad de hablar con diferentes migrantes venezolanos que llegaron a Comodoro y el discurso se repite: escasez, hambre, falta de acceso a los medicamentos y el dolor de dejar su tierra para venir al sur de Argentina.
Este domingo, el país de la costa norte de América del Sur, tendrá nuevamente elecciones. Nicolás Maduro irá por su segunda reelección. Competirá con Edmundo González Urrutia, candidato de la Plataforma Unitaria Democrática, que agrupa a los partidos opositores, liderados por María Corina Machado, a quien le impidieron presentarse como candidata.
La elección se vivirá fronteras adentro, pero también en el exterior. Muchos inmigrantes seguirán los comicios atentamente y otros tendrán el privilegio de poder votar desde el país donde se encuentran radicados. Sí, es un privilegio para unos pocos. Según el sitio chequeado, en Argentina solo podrán votar 2.638 venezolanos de los más de 160 mil que viven en el país. “La Comisión Nacional Electoral (CNE) estableció un voto restringido para los migrantes”, asegura el medio especializado en chequeo de datos.
DE CHAVISTA A OPOSITOR
Johan Manuel López Mujica es uno de los miles de inmigrantes que viven en el sur de Argentina. En su caso, es profesor de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral y admite que en algún momento fue un militante chavista, aunque hoy se considera un profundo opositor.
“Quien te habla fue un militante del chavismo, pero no cualquiera, sino uno que escribe y coloca su pluma a favor de una causa. Hoy yo no soy antichavista, soy profundamente antichavista. Esto viene desde 2013. Imagínate que en mi familia ampliada todos éramos chavistas, con la misma emocionalidad que yo, pero hoy, el 60% completo, es profundamente anti chavista, para que veas cómo va cambiando la perspectiva de las cosas”, dice en su charla con ADNSUR.
Johan migró a Argentina en 2018, cuando sintió que la situación de Venezuela no daba para más. Ya conocía el país. En 2010 había realizado un doctorado en la Universidad Nacional de La Plata.
Admite que siempre le gustó Buenos Aires, pero nunca imaginó que iba a terminar viviendo en el sur de la Patagonia, aunque tras el nacimiento de su hija, todo cambió.
“Siempre fui un militante del chavismo, pero en 2013 comencé a alejarme y en 2015 decidí hacerlo de manera definitiva y empecé a ser oposición. En ese momento, el autoritarismo era fuerte, los datos de la elección con Capriles fueron muy cuestionados, y en 2015, luego de la Asamblea Nacional vino la ruptura definitiva, porque Maduro salió perdedor y el chavismo dijo ‘todas las elecciones las voy a manejar yo a discreción’.
Johan lo afirma: “en Venezuela no hay Estado, el Estado es el gobierno”.
En ese entonces, el doctor en comunicación aún trabajaba en la universidad de Caracas. Veía que la cosa no venía bien, pero en 2016, cuando nació Natalia, su hija única, sintió el golpe directo en el pecho.
“Yo era profesor, pero prácticamente dejé de ir a la universidad porque tenía que hacer colas inmensas para comprar pañales a mi hija. Fue algo indescriptible, pero yo pasé hambre y mi mamá y mi papá pasaron hambre. Mi papá se desmayó del hambre y mi hermano estaba muy flaco. En 2017 hubo protestas muy fuertes de sectores populares y vi gente muerta, y ahí decidí con mi hermano irnos a Argentina”.
Johan se lleva 20 años con su hermano menor y juntos decidieron venir a Córdoba, pensando que con su formación podría ingresar a la universidad, pero no fue así. “Se me hizo difícil. Llegué a trabajar de bachero, de patovica y de guardia de seguridad durante 10 meses en una clínica muy cheta de Córdoba. Pasaba 12 horas con borcegos con punta de hierro. Para mí fue terrible, tenía formación, pero uno tiene mística, ganas de trabajar y laburar y me salió este trabajo por una compañera de doctorado que me dijo que había un concurso.”
Johan no sabía dónde quedaba Caleta Olivia, pero se presentó al concurso y ganó. Solo quería salir de ese trabajo y volver a su profesión.
Con dolor, cuenta que en Córdoba durante un mes entero comió en un comedor popular donde iba gente con problemas de adicciones y en situación de indigencia. Qué pasó cuatro años sin ver a su única hija y a su esposa, y que sintió el desarraigo de su tierra.
Cuando narra todo lo que ha sucedido en su país en los 15 últimos años, recuerda aquellos en que se regalaban casas amobladas y autos, la anécdota de una mujer que se hizo viral porque se quejaba de que la casa no tenía microondas, y muchas cosas más. Es que no puede creer que durante muchos años la nafta fue gratis y cita declaraciones de exfuncionarios del chavismo, que reconocen el despilfarro que vivió el país. “El ministro de petróleo de Chávez declaró que en Venezuela, en su gestión se robaron 700 mil millones de dólares. Es una cifra que no cabe en la boca de nadie”.
Con las elecciones de este domingo, la ilusión se renueva, aunque sea un poco. Ve el movimiento que hay en las calles en torno a la oposición y lo que dicen la mayoría de las encuestas que dan por perdidas las elecciones para Maduro. Sin embargo, hay un punto que no pasa desapercibido: “Todo responde al gobierno”.
“Yo lo que creo es que el chavismo no va a renunciar, no va a dejar el poder, pero eso no quiere decir que no exista esperanza. Esa es la peor decisión que pueda tomar el chavismo, porque el costo de quedarse en el poder a sabiendas de que la gran mayoría de los venezolanos los repudia, va a ser algo muy malo. Es imposible que el chavismo gane cuando todas las encuestas dan un margen del 40% de diferencia entre Maduro y Elmundo González. Pero mi olfato político me dice que el chavismo se va a atrincherar en el poder porque no hay forma de que pueda sobrevivir fuera de la estructura del gobierno.”
AMIGOS EN TODO EL MUNDO
Al igual que Johan, Fernando Rivas (44) también dejó Venezuela luego del 2015. En su caso, llegó desde Maracaibo a Buenos Aires y luego de un año y medio vino a la Patagonia, con una oferta de trabajo de una compañía petrolera.
Fernando tenía un buen trabajo, ganaba bien, pero la escasez y el contexto que vivía su país lo obligaron a migrar, tal como hicieron más de 8 millones de venezolanos que llegaron a diferentes partes del mundo.
“Tengo amigos en cualquier continente. Desde Australia, gente que estudió o trabajó conmigo, hasta Japón y países de Europa. Creo que en África es el único continente que no tengo a nadie”, dice Fernando a modo de ejemplo.
“Yo trabajaba para una petrolera, tenía un buen trabajo, pero veía hacia dónde iba el país y llegó un punto que dije: ‘tengo un hijo pequeño, no quiero llegar a un momento en el que no haya comida, no haya medicamentos’, y ahí fue cuando me vine.”
Fernando llegó en mayo a Buenos Aires. Sintió el frío del otoño argentino y comenzó a trabajar enseguida para una consultora de ingeniería. Ya se estaba aclimatando cuando recibió un ofrecimiento de una compañía petrolera para trabajar en Comodoro Rivadavia. No dudó y se vino al sur del país.
Hoy, su hijo tiene 14 años y el menor 6. Nació en Comodoro y ambos ya son más argentinos que venezolanos, admite.
Hasta ahora no pudo regresar a Venezuela. Sin embargo, mantiene contacto periódico con su mamá y su hermana, quienes se quedaron en el país. Ellas, de alguna forma, son quienes lo mantienen informado de cómo es la realidad venezolana por estos días.
“La óptica es relativa, de acuerdo a la situación que vive cada familia. Yo tengo dos hermanos que tampoco viven en Venezuela, entonces si tenés alguien que te apoya desde afuera de pronto no sientes tanto que la situación está tan mala, pero si no tenés nadie que te apoye es difícil. Lo que si es que ya no está como antes. Por gente que ha ido de vacaciones o recientemente, entiendo es que en al menos algunas partes del país no es tan grave como antes. Lo que me comentan es que ahorita se consigue de todo, no hay esa escasez que había antes. Solo que todo está super caro, porque está todo dolarizado y sino tenés un ingreso dolarizado no podes comprar nada porque no te va a alcanzar”.
Fernando sabe de lo que habla. Su hermana es abogada y cobra en dólares, tal como sucede con muchos trabajadores independientes. El problema, lo tienen aquellos que trabajan para el estado o reciben su remuneración en bolívares.
Fernando forma parte de aquella generación que creció con el chavismo. Nació en 1979 y en 1998 votó por primera vez. Ese año, fue la primera vez que Chávez se presentó para presidente. “Nunca me gustó el modelo o lo que se propone. Siempre en todas las elecciones a nivel regional o la alcaldía voté en contra del modelo actual. Pienso que es un modelo que no funciona muy bien y no sé si hay algún país en el mundo que haya funcionado. Y a medida que pasaron los años te dabas cuenta de que cada vez íbamos peor. Pero hoy, creo que todos, tanto los que están en el país, como los que están afuera, tienen cierta incertidumbre con lo que va a pasar, porque ya ha pasado otras veces que las encuestas generan la impresión de que se va a poder salir de una vez por todas del gobierno que está en Caracas, pero luego pasa que hacen algo para evitar que eso se materialice. En años anteriores el gobierno de Maduro o algún organismo oficial como el Tribunal Supremo de Justicia o la nueva asamblea que se autoproclama, terminan haciendo alguna artimaña legal para que el proceso no pueda cumplirse y ellos no salgan del poder.”
El ingeniero asegura que hay mucha gente optimista con este proceso de hoy. Él no quiere ser lo contrario, pero lo que ha visto en los últimos años no le deja opciones, aunque espera que al final del día, esta vez el resultado sea otro. “Hasta que no vea que el Consejo Nacional Electoral anuncie que ganó alguien distinto de los que vienen ganando desde el 98 hasta ahora, no lo voy a creer. Pero espero que sí suceda, tengo la esperanza. Es una lucha difícil, porque si tienes secuestrados todos los poderes, es muy fácil hacer trampa y no hay forma de poder evitar que eso pase. Ojalá las elecciones terminen como esperamos la gran mayoría de los venezolanos. Somos 8 millones de personas afuera y muchos quieren volver al país. Espero que se dé ese resultado y no haya violencia entre el ejército y los ciudadanos. Y que podamos salir de esta gente que está en el poder".
ENTRE LA DESILUSIÓN Y UNA PIZCA DE ESPERANZA
Lo cierto es que esto que le sucede a Johan y a Fernando, les pasa a miles de Venezolanos. Juan Avendaño tiene 22 años y forma parte de la generación que dejó su país por decisión de sus padres.
El estudiante de la licenciatura en Comunicación Social, por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, migró hace cinco años con toda su familia, gracias a un tío que los ayudó a dejar su país. Vendieron todo y, luego de un breve paso por Santiago de Chile, adonde fue su familia paterna, llegaron a Comodoro Rivadavia.
Juan admite que le costó adaptarse. No solo por el frío, sino también porque fue difícil en un primer momento relacionarse con sus pares. Cuando llegó, recién había terminado la secundaria y tuvo que esperar un año para poder ingresar a la universidad.
“Fue difícil, obviamente me costó un montón, porque dejé amigos, no tuve fiesta de graduación, terminé con mi novia y fue doloroso dejar las cosas con las que uno crece. Pero todos teníamos dimensión de que nos estábamos yendo para buscar un mejor presente o un futuro en sí”.
Como hijo de la generación que creció con la crisis, Juan asegura que naturalizó lo que sucedía en Venezuela. Estaba acostumbrado a las filas en supermercados, a que un día quizás no hubiera gasolina, y también a los cortes de energía eléctrica y agua. Con naturalidad, admite: “para mí, siempre fue normal que un compañero se fuera del país”.
Es que miles de venezolanos, durante años tuvieron la esperanza de que las cosas cambiaran. Sin embargo, lo sucedido en 2015 provocó un quiebre que hizo que todo se profundizara. Al igual que Johan y Fernando, Antonio y Naydu, los padres de Juan, también decidieron migrar cuando el temor fue más grande que la esperanza.
“En general fue la crisis, pero por lo que me han contado mis viejos, el quiebre fue el hecho de que mi papá trabajaba en una petrolera, tenía obra social y estaba en una clínica de primer nivel y fue una señora con un hijo recién nacido. El bebé tenía diarrea y no tenían el medicamento para darle. Entonces fue como ‘¿qué, vamos a esperar que nos falte algo grave para que nosotros veamos la realidad de lo que está pasando? Nos vamos, vendemos todo y vemos para dónde nos vamos’.”
Juan lo dice y lo repite cuando lo piensa. Se ha naturalizado mucho de lo que sucede en Venezuela, no solo dentro, sino también afuera del país. “Se ha naturalizado la crisis. Parece normal ganar 10 dólares al mes. Ahora los medios están atentos a la situación, pero era algo que hace rato no pasaba. Es porque también se ha naturalizado que la gente esté tan mal. Es como una especie de crítica social que me debo a mí mismo y al resto de la sociedad, tener un poco más de atención con lo que pasa a nuestro alrededor, que solo aparece cuando algo se hace viral o se vuelve mainstream, por así decirlo”.
Respecto a la situación que vive su país, el joven es crítico. “Yo creo, a diferencia de algunos países, que Venezuela ha mejorado en algunas cosas. Ahora se maneja mucha más plata, pero para mí es un tema de lavado de dinero, de corrupción, y eso ha mejorado en cierto sentido el día a día del venezolano, porque cuando nosotros nos vinimos no podías conseguir un kilo de pan y si lo conseguías era a 10 dólares. Ahora lo consigues a tres, pero eso no quiere decir que la vida sea más fácil, que la vida esté mejor o no sea difícil, porque esos tres dólares son muy difíciles de conseguir y la gente sigue sin tener luz, sin tener acceso a medicamentos y eso no pasa en un país normal.”
Juan es joven y entusiasta. Sin embargo, no tiene muchas expectativas con lo que vaya a ser hoy, aunque en el fondo espera que la realidad no le dé la razón. “La verdad es que no tengo muchas expectativas. De todas las cosas que he visto en Venezuela, en 2019 es el punto máximo de esperanza que tuve y ahora como que la situación me es un poco indiferente, porque no tengo esperanza de que cambie algo. No sé cómo explicarlo bien. Puede ser que tenga una pizca de fe, pero sabiendo cómo es el gobierno que controla el Consejo Nacional Electoral, me es muy difícil que las cosas puedan cambiar, porque así siempre ha sido en otros años. A veces siento que no tengo corazón porque no tengo esa emoción de ansias de que cambie, pero es lo que deseo para Venezuela: que se pueda liberar de la dictadura", dice, resumiendo un poco lo que se le sucede a muchos venezolanos, esa pizca de fe que aún les ayuda a mantener la esperanza en que esta vez todo puede cambiar.