“Yo siempre le decía: ‘yo no me voy a casar, porque es solo la fiesta nomás, pero pasó el tiempo y el año pasado, cuando cumplió los 50, me preguntaron qué quería decirle al cumpleañero y le pregunté si se quería casar conmigo”. Tina, como la conocen sus amigos, ríe, y mucho más aún cuando cuenta cuál fue la respuesta de Pepe: “Me dijo si lo podía pensar, pero dijo que sí”.

Pasaron varios meses desde la boda. Para Eduardo Salvo y María Cristina Leal, los protagonistas de esta crónica, fue la mejor forma de ponerle el broche de oro a su historia, aquella que comenzó una tarde de junio de 1997, en un pequeño quiosco de la terminal de Comodoro Rivadavia.

Pepe y Tina junto a sus dos hijos. Foto: Archivo familiar.

Esa tarde de invierno, hace 28 años, Tina viajó por primera vez a la ciudad. En esa época, asistía a una iglesia evangélica y viajó para participar en una campaña religiosa.

A la distancia, recuerda que su prima la buscó en la estación de colectivos y, antes de salir a la calle, pasaron a comprar en aquel pequeño quiosco que atendía un chico no vidente. No sabía que ese joven se iba a convertir en su compañero de ruta. 

“Empezamos a charlar y teníamos en común a una maestra. Entonces, ahí comenzamos la charla, hablando de ella”, recuerda Cristina al repasar su historia con ADNSUR. “Sí, los dos padecemos lo mismo, así que la charla empezó por ahí y comenzamos una amistad”, agrega Pepe. 

Pepe y Tina son no videntes. Él es ciego de nacimiento y ella perdió la vista a los 7 años por un glaucoma que, poco a poco, fue apagando todo.

Pepe y Tina se conocieron hace 28 años. Foto: Archivo familiar.

En esas vacaciones, se juntaron dos veces. Charlaron, se conocieron y decidieron seguir en contacto a la distancia. Eran otros tiempos. No había WhatsApp, correo electrónico, ni mucho menos Instagram o Facebook. Era tiempo de cospeles, cabinas telefónicas y teléfonos fijos. Así, a la distancia había que arreglárselas para hablar y compartir la vida con tan solo la palabra.

Tina cuenta que iba mucho a la casa de una tía que solía visitar. Era ir y esperar el llamado de Pepe. Luego, él se animó a viajar y, poco a poco, las visitas se hicieron más frecuentes y la distancia más corta. 

Pero ese diciembre cambió todo. A Pepe se le terminó la licitación del quiosco y decidió ir de vacaciones a Rawson, conocerse un poco y ver qué pasaba. Grande fue la sorpresa cuando se dio cuenta de que no iba a cumplir con eso que siempre había dicho: “no voy a salir con una chica ciega”.

“Yo siempre comento que no quería tener una pareja ciega, porque cuando fuera grande quería tener un auto y estar con alguien que viera. Siempre estuve rodeado de chicas ciegas y nunca entablé nada por esa razón. Pero fui para allá y me quedé en enero y febrero. Me acuerdo de que me dedicaba a vender en los colectivos de larga distancia y ahí encontré mi lugar; con eso me mantenía.”

Poco tiempo después, Tina quedó embarazada y nació Agustín. Finalmente, la pareja se juntó con la bendición de los padres de ella y una condición: su hija no se iba a ir de la ciudad. Así, durante dos años, Pepe vendió alfajores en los colectivos de larga distancia, hasta que entendió que era momento de volver a Comodoro por un motivo muy importante. 

“En Rawson no ganaba lo que ganaba en Comodoro y les propuse a los padres que nos veníamos. Les dije que me iba a tener que ir porque en Comodoro ganaba mucho más e iba a estar mejor económicamente. Yo quería mantener bien a mi familia y a mis hijos. Y ellos no tuvieron problema, así que nos vinimos”.

Agustín y Emi, sus hijos, eran chiquitos cuando Tina y Pepe regresaron a la ciudad. Era tiempo de trabajar y rebuscarse la vida. En Comodoro, Juan y Tina hicieron de todo, desde atender el quiosco de la terminal, donde hacían diferentes turnos, hasta tener su propia verdulería. También tuvieron puestos ambulantes en diferentes puntos de la ciudad, pero siempre trabajando, porque, como dice Pepe, el trabajo es sinónimo de libertad. 

“Yo siempre le dije que le iba a enseñar a ser libre, porque la plenitud del ser humano es ganarse su propio sustento. Sabiendo ganar tu dinero vas a generar tu propio ingreso y ella hizo de todo. Yo le armaba puestitos callejeros, después tenía un quiosco, después tuvimos una verdulería. Ahora está en el paseo de compras del centro, que tenía un puestito de ropa, pero siempre trabajando, porque es su libertad”.

Tina y Pepe son conocidos en la ciudad por su trabajo en diferentes puestos ambulantes y comercios. Foto: Archivo familiar.

UNA VIDA JUNTOS

El año pasado, Pepe cumplió 50 años y Tina decidió sorprenderlo pidiéndole matrimonio. Por supuesto, él dijo que sí y en diciembre se casaron rodeados de amigos y familia.  

“Fue una hermosa fiesta porque estábamos rodeados de las personas que nos quieren, que se sienten bien con uno. Además, poder compartir ese momento y regalarle ese momento a ella, verla entrar con su vestido de novia y esas cosas lindas, fue algo muy bonito, muy emotivo”.

Pero, ¿cuál es su secreto como pareja para mantener viva la llama del amor en tiempos de desencuentros y relaciones fugaces? Tina lo dice: “El amor se construye día a día”. “Nosotros no la sobrellevamos, lo disfrutamos todos los días”, agrega Pepe.

“Disfrutamos cada uno del otro, pasándola bien. Yo siempre digo: 'no tenemos grandes fortunas, pero sí una vida muy linda, de disfrute'. Viajamos a Buenos Aires a comprar nuestra mercadería y viajamos juntos. Siempre nos dicen por qué no viajan con alguien que los ayude, pero nosotros preferimos viajar solos: dejamos las cosas en manos de Dios y disfrutamos de nosotros mismos: vamos a los teatros, al cine, a los paseos, comemos en un restaurante. De hecho, ahora venimos de estar un mes en Córdoba, pero no somos personas de plata; vivimos mucho el día a día y somos felices con una bolsa de sándwiches de miga y unos mates en una plaza o a la orilla del río. Y, por suerte, Dios nos ha regalado muchos de esos momentos.”

La noche de su boda, un evento organizado por sus hijos que compartieron en familia y con amigos. Foto: Archivo familiar.

Pepe se emociona y no duda en decir algo que resume cómo viven su relación: "A mí me encanta verla sonreír y disfrutar, porque eso es lo importante: las pequeñas cosas de la vida", sentencia con orgullo, sabiendo que día a día se eligen y siguen construyendo juntos su propia historia de amor.

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