Acceder a la proveeduría de YPF era uno de los tantos beneficios que poseían los empleados de la empresa estatal. Con el simple hecho de mostrar el carnet, el ingreso era inmediato y de un solo recorrido las familias se aprovisionaban de lo necesario para la vida hogareña.

El edificio de la casa central se inauguró en 1946, en el barrio General Mosconi, a pocos metros de la administración de YPF. Su arquitectura con galerías de arcadas externas en el frente y techos de chapa es aún un atractivo para quien circula por la zona.

Daniel Marques, docente de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco y especializado en la historia local compartió con ADNSUR algunos detalles sobre este lugar emblemático.

“El sistema de proveedurías existió desde la década del 10, cuando todavía no existía YPF, sino que era la Dirección General de Explotación Comodoro Rivadavia”, afirmó el historiador.

LA INSTALACIÓN DE LA PROVEEDURÍA

En la década del 10 el pueblo crecía de a poco y no había prácticamente producción local de alimentos frescos. Los fletes de las de mercaderías eran muy altos ya que casi todas se trasladaba en buques.

Las autoridades de la empresa pensaron en diferentes opciones para abastecer a sus trabajadores: una era autorizar a los comerciantes del pueblo a vender mercaderías dentro del yacimiento, la otra era crear cooperativas de trabajadores o proveedurías de la empresa. Finalmente, se definieron por las proveedurías para evitar conflictos sindicales de parte de los trabajadores.

Los inicios como cooperativa. Fuente:Álbum de YPF. Museo Chalet Huergo
Los inicios como cooperativa. Fuente:Álbum de YPF. Museo Chalet Huergo

Marques señaló que la proveeduría local formaba parte de un sistema nacional que la empresa organizó en todo el país y que era de uso exclusivo para sus trabajadores. En Comodoro Rivadavia, los ypefeanos pagaban hasta un 20 % menos por sus productos que los habitantes del pueblo.

La casa central de la proveeduría estaba en km 3 y había sucursales distribuidas en cada campamento: El Trébol, El Tordillo, km 5, etc. Una de ellas estaba ubicada donde hoy funciona la Radio Universidad. El objetivo era facilitar la vida diaria a los trabajadores y sus familias.

“En el edificio de la casa central llegó a ver mueblería, panadería, electrodomésticos, bazar, carnicería, verdulería, tienda, ferretería, etc., todo estaba ahí”, dijo el historiador.

La existencia del ferrocarril desde 1914 permitió también traer alimentos frescos desde Sarmiento.

Entorno a la estructura gigantesca que forjó YPF en el desarrollo de su empresa, se afianzaron personas que construyeron su propia historia. Personajes anónimos que mantienen en su memoria aquellos tiempos para ellos inolvidables y a YPF como una verdadera familia.

MUJERES TRABAJADORAS 

Sección de tienda. Fuente Fuente: Museo Nacional del Petróleo
Sección de tienda. Fuente Fuente: Museo Nacional del Petróleo

Blanca Azucena Estefanía tiene 90 años e ingresó a la proveeduría como ayudante de tesorería. Allí trabajó durante 32 años hasta que le llegó la hora de jubilarse. Los recuerdos los mantiene a flor de piel, no necesita hurgar demasiado en su memoria para recordar procesos, compañeras, productos y valores.

Blanca ve con dificultad y escucha poco, pero la voluntad de compartir con ADNSUR su paso por la proveeduría le movilizó la tarde, siempre que puede habla de aquellos tiempos, la llena de energía y entusiasmo.

“Perdí las huellas dactilares de los dedos con los que contaba los billetes. Si me hubiera quedado con 1 centavo de todo el dinero que conté tendría mucha plata”, contó Blanca.

Su trabajo fue estar entre papeles y números y recordó la época de gloria, cuando la proveeduría llegó a tener unas 200 personas en su estructura laboral.

En aquellos tiempos no había computadoras que alivianaran las tareas: contar boletas, escribir los cuadernos de la contabilidad, realizar conteo de stock, entregar cambio, llevar las cuentas corrientes de los proveedores, etc. El cerebro trabajaba a su máxima potencia y el trabajo en equipo era indispensable.

Sección de panadería. Fuente Fuente: Museo Nacional del Petróleo
Sección de panadería. Fuente Fuente: Museo Nacional del Petróleo

Con los años Blanca se perfeccionó y concursó para obtener más categoría laboral y, por lo tanto, más responsabilidad. Al final de su carrera se jubiló como tesorera.

Durante la entrevista Blanca acusó dolores de cuerpo y añoró los tiempos de juventud, cuando trabajaba tantas horas en la tesorería de la proveeduría y nada la limitaba.

Entre tantos recuerdos surgieron algunos compañeros de trabajo y fue así que apareció Agapito Bareilles, el padre de Carlos Omar de Radio del Mar. Por un tiempo Agapito trabajó en la panadería y realizaba el reparto del pan en un carro tirado por caballos.

A Elva Vallina, la responsable de la tienda también la recordó como una de sus grandes compañeras de trabajo.

LA TIENDA

Elva Vallina en el año 1954.
Elva Vallina en el año 1954.

Elva tiene 92 años, sus ojos claros le iluminan la cara y a su sonrisa le gusta lucirse todo el tiempo.

De muy joven ingresó a la tienda como vendedora y con el tiempo comenzó a coordinarla. Tenía unos 16 empleados a cargo, realizaba los pedidos de mercadería y allí estuvo hasta el día que se jubiló.

Casi en rima comenzó a recordar todas las secciones de la tienda: perfumería, zapatería, librería, mercería, bonetería, ropería y joyería. En un tiempo hubo una farmacia que permaneció abierta hasta el año 1953.

Dos veces al año viajaba a Buenos Aires y se instalaba unos 10 días para realizar las compras de las temporadas. A veces asistía a desfiles para seleccionar la ropa de moda y hasta conoció las fábricas de juguetes donde pudo observar el ensamble de muñecos.

Blanca recordó que desde la tienda de Comodoro surtían a otras sucursales como la de Valle C, Caleta Córdova, Km 5, Caleta Olivia, Cañadón Seco y Río Gallegos.

Los hombres asistían para hacerse trajes a medida y las mujeres compraban telas y lanas para la confección de su propia indumentaria. Algunas marcas las guarda aún en su memoria: zapatos Aidel, sábanas de Grafa y blazers marca Príncipe.

Sección de tienda. Fuente Fuente: Museo Nacional del Petróleo
Sección de tienda. Fuente Fuente: Museo Nacional del Petróleo

Los registros de todas las mercaderías pasaban por sus manos, por cada sección había biblioratos diferentes y aún se sorprende de su capacidad para memorizar tantas cosas. Cuando cumplió 25 años de trabajo le dieron un premio porque jamás había faltado a su puesto laboral.

Cada sección en la proveeduría construyó una historia diferente, como la del griego Papadakis, que cuando llegó a Comodoro y se bajó del barco en la costanera con su traje blanco, el viento le voló el sombrero.

EL CARNICERO GRIEGO

Caralambos Papadakis nació en la isla de Creta, en el año 1909. Dicen que las guerras lo alejaron de aquellas tierras y su hermano lo invitó para que se asentara en Comodoro.

Caralambos Papadakis. El primero a la izquierda. Fuente: Juan Carlos Papadakis
Caralambos Papadakis. El primero a la izquierda. Fuente: Juan Carlos Papadakis

Su hijo Juan Carlos lo recordó en entrevista con ADNSUR:

“Cuando llegó fue a parar al restaurante que tenía mi tío en km 3, allí le daban de comer a los ypefeanos, no entendía el castellano y un maestro gallego le enseñó a escribir a cambio de que le sirviera un buen café con habanos”, relató Juan Carlos.

Su papá siempre fue buscavidas y trabajó en todos los rubros hasta que entró como cadete de la carnicería en la proveeduría, en la sucursal de km 5.  Pasaron los años y se jubiló como encargado del mismo sector.

En sus tiempos de cadete le tocaba repartir en un carrito los pedidos que hacían las amas de casa. Llegó el momento en que la proveeduría lanzó un concurso para contratar a un nuevo carnicero y Papadakis decidió participar.

Una de las pruebas consistía en nombrar los cortes de una vaca Hereford.  Fue así que gracias a un catamarqueño que le dibujó los cortes y se los enseñó para que los aprenda de memoria, aprobó el examen y pudo ascender al nuevo puesto.

Todos recuerda al griego, a sus cortes de carne y la quinta que tenía en Laprida donde compartían muchos asados con las familias de la proveeduría.

Juan Carlos recordó de memoria el número de legajo de su papá: “era 50191” y ese número les daba acceso a las compras, a la salud, al esparcimiento y a todos los beneficios que YPF le brindaba a sus empleados.

EL NÚMERO DE CARNET Y LOS CRÉDITOS

Fuente: Museo Nacional del Petróleo
Fuente: Museo Nacional del Petróleo

 El número de legajo o chapa era tan importante como el documento para circular dentro del yacimiento detalló Daniel Marques: “Los trabajadores tenían una chapa en el mameluco, si alguien cometía una falta la anotaban con el número de chapa”.

Todos recuerdan que para entrar a la proveeduría debían mostrar el carnet o decir el número de legajo. A la hora de llegar a la caja para abonar el trámite era similar, sobre todo si se accedía a los créditos que ofrecía YPF.

Había 2 tipos de créditos: uno ordinario que era para la compra de comestibles y que descontaba al otro mes en el recibo de sueldo. El otro era especial para otro tipo de compras y se descontaba en varios meses.

La historia de la proveeduría de YPF en Comodoro Rivadavia: un símbolo de beneficios para sus empleados

Desde sus inicios hasta su fin, la proveeduría pasó por diferentes situaciones ligadas a los momentos políticos del país. Los empleados y sus familias asociaban a la empresa con una madre o padre protector:

“Algunos hablaban de DON YPF, como si fuera una persona, porque se sentían protegidos y la empresa representaba un orden en la vida de los trabajadores, desde el nacimiento hasta la muerte”, indicó Marques.

En el año 1991 la proveeduría se desarticuló por completo en el contexto de las privatizaciones. Hoy en aquel edificio central funcionan instituciones educativas y es posible que muchos de sus alumnos desconozcan la historia que transcurrió sobre esos pisos de madera que aún existen.

La historia de Elva, Blanca y Papadakis fluye y se mantiene viva entre anécdotas y fotografías y como estas, las de todos los ypefeanos y sus familias que aún recuerdan los encuentros y conversaciones entre góndolas y cajas y que para ellos fueron tiempos de gloria.

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