Recuerdos imborrables: los intercolegiales de las décadas del 70 y 80 en Comodoro Rivadavia
Los intercolegiales de la década del 70 y del 80 en Comodoro Rivadavia dejaron una huella en los adolescentes que, hoy después de casi 50 años, los recuerdan a flor de piel. La amistad y el trabajo en equipo trascendieron los límites de lo deportivo y es lo que aún hoy permanece en la memoria.
Para muchos recordar puede ser un acto de melancolía que no tiene ningún fin productivo. Hay quienes tiran abajo estas teorías y así fue el caso de las personas que en entrevista con ADNSUR hablaron de los intercolegiales que entre 1970 y fines de la década del 80 fueron parte fundamental de su adolescencia y rememorar estos tiempos les produjo una bocanada de energía que les envolvió el cuerpo.
Los gritos de la hinchada ya no entraban en el gimnasio y se escapaban por debajo de las puertas y entre los vidrios de las ventanas. Los cánticos se mezclaban con los silbidos, los bombos y las matracas. La lluvia de papel picado tapaba las líneas de la cancha y la visión se hacía corta. Los de remera roja pusieron en acción la pelota y el golpe seco dejó en silencio por unos segundos a la hinchada. El balón atravesó la red y otra vez los gritos tomaron la cancha.
Partidos como estos eran una constante y así los recuerdan todos. No importa de qué colegio, ni edades, ni deporte. Todos repiten lo mismo y se emocionan al decir la palabra clave: intercolegiales.
Lito Segura tiene 64 años. Estudió y desarrolló su vida laboral en el Colegio Deán Funes y jamás hizo deporte. Dicen que era “bravo” y tal vez por eso era parte fundamental de la hinchada de su colegio.
Al entrar al gimnasio del Perito Moreno la hinchada se le fue encima. Volvió a escuchar los gritos de una tarde cualquiera cuando en 1973 se desarrollaba un partido de básquet: Deán Funes contra Perito. Vio rostros conocidos y con su brazo derecho señaló a las chicas que estaban alrededor de la cancha. Arriba, en los balcones estaban ellos, todos los pibes del Deán Funes.
“Gabino Maza tenía que hacer un lateral y con la pelota bajo el brazo se dirigió al árbitro para quejarse porque las chicas le daban besos y le mordían las orejas”, recordó Lito.
María Cristina Olivera tiene 62 años y fue alumna de la Enet Nº 1. Ella se sumó a la entrevista y junto a Lito compartieron un paseo por aquellos tiempos. Se completaban frases y se recordaban nombres.
Cristina irradiaba energía y asentía a todo lo que Lito decía. Con sus calzas y zapatillas deportivas se la veía casi lista para atacar. Ella era la capitana de su equipo y todavía se le nota por su actitud en la cancha.
“Yo jugaba al vóley. En la industrial éramos 10 chicas y cuando entrábamos a jugar se nos ponía la piel de gallina porque representábamos a nuestra escuela”, contó Cristina.
Unos minutos más tarde llegó al gimnasio Diana Rey de 59 años, ella es ex alumna del Magisterio. Traía un bolso y adentro había una pelota de vóley, un inflador y las zapatillas. Una vez inflada la pelota, Cristina y Diana comenzaron a hacer pases de arriba y así fue, que pelota va, pelota viene volvieron el tiempo unos 40 años para atrás.
LOS INTERCOLEGIALES Y EL SENTIDO DE PERTENENCIA
En la temporada de partidos y competencias en los colegios secundarios se vivía un clima muy especial. Había expectativa de parte de los alumnos y también de los docentes. Lito aclaró que las clases no se detenían, pero algunas cosas se salían del curso habitual.
“Las matracas, el papel picado y las baterías para las bocinas las preparábamos en el taller. Todo el colegio trabajaba para ese acontecimiento” afirmó el hincha.
De grande pudo comprender el verdadero sentido de los intercolegiales: afianzaban el sistema de pertenencia de un colegio. Las autoridades de las escuelas participaban activamente de las competencias y las hinchadas juntaban plata para viajar a los regionales y todo era llevado adelante con sumo respeto.
A Cristina le costaba contenerse y a los recuerdos de Lito sumó los suyos y en ellos apareció su director Roque Tótaro: “Él era un líder, nos impulsaba a ser las mejores jugadoras y mejores personas porque de esta manera le abríamos el camino a las que venían atrás”.
En otro lado de la ciudad, en un quincho del barrio Saavedra, los brasas de una parrilla crujían y la carne iba perdiendo su color rojo natural. Alrededor de una barra había cinco hombres que ya habían dejado atrás las melenas tupidas y el abdomen chato de la juventud. Lo que seguía intacto era el entusiasmo de reunirse y conversar sobre tiempos pasados.
Las carcajadas de Rodrigo Sánchez, “Chelo” Hirschefeldt, Sergio Véspoli, “Chelo” Luján y Ricardo Santacrocce se potenciaban y la previa del asado era un verdadero festín de recuerdos. Enet Nº 1, Deán Funes y Perito Moreno decían presente esa noche y aunque afuera la escarcha tomaba la calle, adentro, el calor de estos eternos jóvenes reconfortaba el ambiente.
Les costó ponerse de acuerdo en relación a cuántos años habían pasado desde que jugaron en los intercolegiales, costaba asumir tanto tiempo pasado.
Sergio Véspoli tiene 54 años y fue al Deán Funes. Al momento de hablar hizo una respiración profunda y tragó aire, por lo visto había que aflojar el nudo que tenía en la garganta.
“Los intercolegiales nos dejaron amistades, muchos de nosotros éramos rivales en la cancha y a veces compartíamos equipos en un club, como por ejemplo el Huergo”, contó Sergio
Todos reconocieron que el papel de los profesores era fundamental y para ellos hoy continúan siendo referentes.
LOS PROFESORES Y LOS EQUIPOS
Aníbal Rodríguez (74) y José Carrizo Patorita (62) son profesores de Educación Física jubilados. La cita fue en la casa de Aníbal. Los dos estaban con ropa deportiva aunque ya no están activos en sus profesiones.
Aníbal comenzó la charla con la firmeza que tienen aquellos que están orgullosos del camino recorrido:
“Nosotros buscábamos el amor por el deporte, pero sobre todo la formación como personas: el respeto por los adversarios, las reglas de juego, las autoridades y las hinchadas”.
José Carrizo Patorita no soltó en ningún momento el álbum de fotos que traía en sus manos. Allí estaban todos los recuerdos que tenía como alumno y también como docente.
“El deporte brindaba la posibilidad de conocer otras realidades ya que si un equipo ganaba podía viajar a un regional en otra ciudad y el compromiso era tan grande que siempre queríamos mejorar,” dijo Patorita.
Los intercolegiales no solo formaron deportistas, sino también líderes y dirigentes que hoy son parte activa de nuestra comunidad en las diferentes instituciones que conforman la sociedad comodorense.
En aquellas décadas el sentido de la competencia estaba bien marcado. Los profesores observaban a todo el alumnado y luego seleccionaban a los que se destacaban en los diferentes deportes. El resto seguía con las clases de educación física habituales. En la década del 90 estos parámetros de elección cambiaron paulatinamente.
Quienes participan de los equipos representativos de los colegios debían entrenar extra aparte de las horas de clases, incluso los fines de semana y a veces en gimnasios prestados ya que no todas las instituciones educativas de la época contaban con las instalaciones apropiadas.
Los deportes más fuertes eran el vóley y el básquet y el handball tomó fuerza cuando Juan Pylypzuk lo incorporó en el instituto de formación docente.
En la década del 70, Rusamando, el presidente de la Federación Nacional de Vóley destacó el nivel de los jugadores de los equipos formados en las escuelas secundarias de Comodoro Rivadavia.
LAS HINCHADAS Y LA VIDA SOCIAL
Diana Rey seguía agitada por los pases con Cristina en el gimnasio, se sentó en una tribuna y coincidió con el resto de los entrevistados: “Lo social atravesaba lo deportivo ya que estas competencias eran un lugar de encuentro de los jóvenes, allí nos vinculábamos con los chicos de todas las escuelas”
Cada uno tenía su versión sobre la mejor hinchada y los mejores cánticos. Para Lito la del Deán Funes era la más picante. Los colegios técnicos tenían una puja constante con el Liceo Militar. Ricardo del Perito no se hacía mucho problema y con un tono medio bajo recreaba las voces de las chicas de su colegio: “dame una P, dame una E” y así hasta formar la palabra completa.
Sergio Véspoli recordó que alguien dentro de la hinchada le decía piropos. Los amigotes largaron la carcajada alrededor de la barra, aquella joven que se camuflaba entre la multitud y los gritos es la madre de sus hijos.
El deporte en esos años creció y trascendió los límites de la ciudad. En los 70 un equipo del Deán Funes fue Subcampeón Nacional de básquet y el vóley también les devolvió sus frutos.
Lito Segura recordó las palabras de Pepe Velázquez: “Lo importante no era ganar, sino ver a todos los alumnos que incondicionalmente hinchaban por sus equipos” y eso es lo que forjó el sentido de pertenencia de los jóvenes en aquellos tiempos.
La cantidad de nombres que afloraron en esta entrevista fue interminable: profesores, amigos y jugadores. De todos solo se hablaron cosas buenas. Todas estas historias son parte de este “Comodoro aquella vez…”. Un Comodoro que sigue tejiendo historia.