“La Patota de la Laguna” era “famosa” en Comodoro Rivadavia en la década de los 90; un grupo de unos 20 adolescentes del barrio Ceferino Namuncurá que no estudiaban ni trabajaban, vivían en situación de marginalidad y tenían numerosas causas judiciales por diferentes hechos delictivos. En 1996, el Juez de Instrucción de Comodoro Rivadavia, José Rago, los visitó y ellos mismos pidieron una oportunidad para estudiar y salir de la calle. Este fue el comienzo de un proyecto de reinserción laboral inédito que se gestó como iniciativa desde el ámbito judicial. En “Expedientes Comodoro” recordamos la historia de este grupo de chicos que pasaron de ser “patoteros” a “carpinteros”.

Se juntaban en una construcción abandonada en el barrio Ceferino Namuncurá, en inmediaciones de las calles Martín Fierro y Olegario Adrade donde se formaba una gran laguna los días de lluvia. De allí el nombre de la patota. “Fumaban, tomaban mate y hacían sus pequeñas tropelías de barrio que, por allí, se convertían en episodios mucho más graves”, recordó el Dr. José Rago, quien en aquellos años era el Juez de Instrucción de Comodoro Rivadavia.  

El Juez de Instrucción José Rago, junto al profesor Idilio Ilhew e integrantes de la patota de "La laguna"

Problemas con los vecinos del barrio, arrebatos, enfrentamientos con piedras, robos y disturbios; son algunos de los incidentes protagonizados por el grupo, pero que no llegaban a convertirse en delitos más graves. “No había lo que se llama la madre de los delitos como violaciones o robos con armas”. Tampoco fueron los autores de escalofriantes hechos que se les atribuyeron pero que servían como aditamento para generar espanto en la comunidad. ¿Juagaron a la pelota con la cabeza de una persona luego de decapitarla? “Eso no es real”, desmintió el propio Rago cuando se lo mencionó.

Eran chicos que “se ponían en la situación de víctimas, decían que la policía los perseguía, que no lo dejaban tranquilos y que lo que ellos querían en realidad era una salida de laboral, de alguna forma reincorporarse al sistema. Muchos no tenían una familia o vivienda que reuniera las condiciones aptas para habitar; padres alcohólicos o sin trabajo y ellos solos en la calle”, describió.

¿Te acordás de la "Patota de la Laguna"?

Una iniciativa inédita

En aquellos años, antes de la modificación del Código Penal, el Juez de Instrucción era una de las primeras figuras que intervenía en la comisión de un delito. “La policía le comunicaba directamente al juez el delito que se producía y si era una cuestión grave, el juez se constituía en el lugar; algo que actualmente no se puede hacer porque tiene una función diferente.  Yo estaba de turno en los momentos en que se producía este tipo de episodios, se fueron dando con mayor virulencia” entonces decidió acercarse al barrio y conocer el lugar donde se reunían los jóvenes.

Los chicos "conflictivos" del barrio aprendieron el oficio de carpintería

En ese contexto surgió la propuesta de enseñarles un oficio y el Taller de Carpintería fue el elegido por los chicos.  El Centro de Formación Profesional N°652 se sumó al proyecto designando un profesor y más tarde la Municipalidad de Comodoro Rivadavia proveyendo el transporte para el traslado de los chicos hasta el barrio Km 3, donde se impartía el curso de Lunes a viernes de 19 a 22 hs.

“Éramos el foco de atención y todo el personal del Juzgado se sumó” recuerda. Es que era la primera vez que desde el propio ámbito judicial surgía una propuesta piloto de estas características. 

Manos a la obra

“Podemos intentarlo” dijo, Idilio Ilhew, profesor de carpintería, cuando el director del colegio lo convocó como docente a cargo.  

“Empezamos en La laguna, en el comedor de una casa, yo iba al barrio con mi camioneta, llevaba material para trabajar y  herramientas todos los días. Les contaba lo que podíamos hacer, les mostraba las herramientas. Algunos se reían.

Los talleres de carpintería como una herramienta de reinserción laboral

Un día estaban todos reunidos alrededor del medidor de gas, me cansé de esperar y me fui. Salgo y en la ruta se me salió una cubierta. ¡Me estaban robando una cubierta de la camioneta! . Asique rompí los frenos, tren delantero, todo. Empecé a pensar que era imposible dar clases ahí porque estaban en el lugar de ellos,  estaban de locales. Entonces me conecté con Rago y le dije: ´Los quiero llevar a la escuela´ y él aceptó.  El primer día jugaron afuera al futbol y no entró ninguno.  Otro día entra  Aldo y me dice: ´Don me quiero hacer una cama’. Bueno, dale vení.  Después entró otro y otro. Entraron todos y no se fueron más”, recordó con orgullo Idilio.

Fue el comienzo de un vínculo que duró cuatro años. Javier y Cristian Saldivia, Aldo Núñez,  Juan Llaipén, Raúl Aguilante, Héctor Alvarado, Evaristo y Fernando Navarrete, Carlos Andrade y Milton Suárez, no solo aprendieron a trabajar la madera, sino que realizaron varios muebles por encargo de camas, sillas, juegos, mesas  y hasta expusieron sus artesanías en el Vagón Cultural. Ellos mismos aseguraban que “habían cambiado” y que la sociedad ya no podía etiquetarlos como “patoteros”.  Muchos lograron el objetivo de re incorporarse al mercado laboral y actualmente trabajan en diferentes empresas e instituciones. Otros, como suele ocurrir, quedaron en el camino pero con un aprendizaje que seguramente los marcó de por vida.

Exposición de trabajos de carpintería "La Laguna"

Sapos a pedido

Idilio Ilhew recuerda el día se que se acercó Ferrucho, un conocido comerciante de Comodoro, y le preguntó si los chicos se animaban a construir juegos “el sapo”.  “Hay una plata para cada uno, yo te traigo el sapo y los artefactos de bronce y ustedes de se encargan de lo demás”, le dijo el comerciante. “Yo les tenía fe a los chicos, además a mí me interesaba que la gente vea lo que ellos podían hacer.  Tenían que ser conscientes de que era un trabajo y que les servía para el futuro. Hacían un trabajo prolijo, bien presentado, todo lijado”, recordó Ilhew.

Los chicos fueron dejando atrás el mote de “patota” y estaban cada vez más cerca de convertirse en carpinteros de oficio. Incluso, surgió la posibilidad de armar su propia carpintería para continuar trabajando; pero la idea no prosperó.

Los lugares de resocialización

“Yo creo que este proyecto les ha cambiado la vida a muchos, dijo Rago, aunque a algunos de ellos no les ha ido bien después.  Pero esto es para mí una especie de peral que siempre me trae buenos recuerdos. El juez está para juzgar, pero también es un ser humano entonces al evidenciarse esta situación de vulnerabilidad, tuvimos la  posibilidad de acercamiento y vincularnos con quien podía dar una mano desde el ámbito de la educación”, explicó Rago sobre la experiencia en terreno.

Fabricaron decenas de "sapos" a pedido, muebles y objetos en madera que comercializaron.
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