El 31 de mayo del 2024, “Michi”, el amigo leal, el gaucho de corazón noble, falleció y dejó una profunda tristeza en el ambiente de la peña comodorense.

La mañana madrugó en El Nido Gaucho que estaba colmado de parroquianos. En la mano un vaso de vino y los corazones partidos por  el dolor de la despedida. Los coches en doble fila ocupaban varias cuadras y desde adentro la música folklórica se escapaba al encuentro con Michi.

El coche fúnebre se estacionó frente al local y las guitarras no se acallaron. Todos salieron a darle el último adiós a Michi Ferreira. Un paisano apretó su boina contra el vidrio del coche y con la cabeza gacha se mantuvo en silencio hasta que sus lágrimas le inundaron el rostro y fue su  boina la única que pudo secárselas. 

Para los folkloristas de la región el “El Nido Gaucho” es sinónimo de peña y de un buen vaso de vino. Para llegar a la calle Viamonte 965 no se necesita GPS, porque la única señal que entiende el “paisanaje” es la música que hace eco en el cerro Chenque y el humo de su fogón que provoca los sentidos.

Interior del Nido Gaucho. Bar campero comodorense, propiedad de Michi Ferreira y que hace años reune la tradición folklórica de la región. Foto Coco Páez

Este boliche campero hace más de 30 años abrió sus puertas de la mano de “Michi”, Antonio Oscar Ferreira, el hombre que supo reunir a los amantes del folklore y que mantuvo siempre en alto las tradiciones.

 A un buen amigo se lo recuerda siempre con la alegría de lo compartido y esto sucede en El Nido Gaucho cada vez que abre sus puertas.

Era domingo y la tarde casi terminaba. En la Viamonte hasta el viento andaba cansado. Pocas personas circulaban y el  silencio se rompió cuando un par de perros espantaron a un auto que aceleraba apurado, vaya a saber hacia dónde.

Las persianas de El Nido Gaucho estaban bajas, pero a través de ellas podía espiarse en su interior. En el fogón la leña ardía y sobre la barra, un par de vasos pequeños se ahogaban con vino tinto. En una fuente, la carne adobada esperaba la hora para crujir sobre las brasas.

Melitón, Franco Flores y Juanjo Góngora fueron los cocineros de la noche homenaje a Michi Ferreria. Foto Coco Páez

Melitón Ferreira y dos amigos preparaban lo que en un par de horas sería un festín de sabores. Guitarras, voces y carne salada le darían calor a la fría noche que no se olvida de Michi Ferreira.

UN NIDO UN HOGAR

Un nido es un refugio y Michi se encargaba de que a su boliche todos lo sintieran así. Dicen los que lo conocen que siempre se ocupó de cultivar amistades. Todos eran bien recibidos y era una obligación sentirse como en casa. Eso sí, el respeto no podía faltar, y si alguien no podía cumplir con esa única regla, era invitado a retirarse para volver cuando los ánimos estuvieran más calmos.

Melitón es hijo menor de Michi y hace años que trabaja en el boliche junto a su madre. Aprendió   que la amistad es el fuego que abriga y por eso se propuso homenajear a quienes acompañaron a su padre. 

Preparativos previos al asado con cantautores de la región. Daniela Lanezan, Cándido, Esteban Salaberry y Mario Maldonado. Foto Coco Páez

Los invitados llegaban al boliche y los abrazos sonaban fuerte. La barra les servía de apoyo para ponerse al día con las novedades. Melitón desde el extremo los recibía y observaba, él es de pocas palabras pero la profundidad de sus ojos se notaba la gratitud.

LOS AMIGOS

Juanjo Góngora y Franco Flores son amigos de Melitón y esa noche le idieron  una mano para que todo saliera a la perfección. Juanjo se ocupaba del fogón de adentro y el chulengo de afuera. Franco preparaba las ensaladas, la carne y las bebidas.  La amistad no cuesta trabajo, dicen los parroquianos; será por eso que estos tres jóvenes le robaron el descanso al domingo.

Cada vez que se abría la puerta, el frío aprovechaba a colarse, pero se desvanecía pronto entre las manos tendidas y los vasos que chocaban en cada encuentro.

De a poco llegaban todos, el Vasco Salaberry se hizo presente con su sombrero, el pañuelo anudado en la garganta y las bombachas de gaucho. El atuendo impecable del cantautor patagónico que cuando conversa su voz suena como si fuera un verso en las estrofas de sus canciones.

Vasco Salaberry, Jairo, Alfredo Vargas alias Kilito, junto a Elías Fernández y Julio Barrera violinistas de Caleta Olivia. Foto Coco Páez

Michi marcaba costumbres y acá el único documento era la palabra. El Nido Gaucho siempre fue una aguada para los que andan en la huella y desean compartir las cosas simples de la vida”, afirmó el Vasco.

Acodado en la barra observaba a Esteban Salaberry, su hijo, que ya estaba instalado y hacía sonar su guitarra junto a dos violinistas que habían llegado desde Caleta Olivia para los festejos: Elías Fernández y Julio Barrera.

Esteban proponía chamamés, tangos y zambas y los violines se sumaban en una verdadera fiesta de cuerdas.

“Michi decía que una persona sin música en el alma era una persona sin alegría, él amaba el folklore y fue un defensor de la música popular”, dijo Esteban.

Cada tanto la música se frenaba para hacer un brindis hacia el cielo. Esa noche reinaba la alegría porque para todos, Michi estaba presente, en cada milonga y vaso de vino tinto que calmaba la sed de todos los presentes.

Franco y Juanjo en plena acción. Foto Coco Páez

Melitón recordó que su padre  llegaba bien temprano al boliche y mientras ponía la pava para el mate servía alguna caña para quien deseaba ahogar penas.

La lista de compras era una tarea indispensable ya que sus platos de comida fuerte eran el abrigo para muchos estómagos solitarios: lunes puchero y cazuela de gallina, fideos con pesto y churrasco y los viernes no pueden faltar el asado, empanadas y peña.

Michi estuvo 8 meses con problemas de salud y en los últimos tiempos pudo acercarse en ocasiones con su silla de ruedas, él no conocía otra vida más que el boliche y los parroquianos.

“Mi papá estaba internado y cuando se despertaba me decía: ¿qué hacemos acá? ¡Vamos a trabajar! Una mañana se dio cuenta que era mayo y comenzó a cantar el himno”, añoró Melitón.

Violinistas de Caleta Olivia, Daniel Lanezan en el fondo, Estaban Salaberry, Mario Maldonado y Cándido. Foto Coco Páez

Cándido es otro músico habitué del Nido Gaucho y la sonrisa en su rostro es un estado permanente. Su garganta es como un anfiteatro natural que anida las mejores canciones.

“Michi era un amigo fiel, siempre daba sin pedir nada a cambio. Sus palabras eran: vení, sentate, tomá.  Estoy seguro de que puso una peña en alguna estrella junto al  Pampa Tabares y todos los amigos que ya se marcharon”, evocó Cándido.

Mientras los instrumentos y las voces sonaban, Franco y Melitón mantenían los vasos llenos. Las bromas circulaban en torno a los que tomaban gaseosa y el olor a carne asada despertaba el apetito de los invitados.

Alfredo Vargas es músico y cantor y todos lo conocen como Kilito. Llegó enfundado en un gamulán y sombrero de cuero. Su presencia trajo bulla entre los amigos y en cada carcajada se le achicaban los ojos. A la hora de recordar a su amigo Michi, la voz se volvió temblorosa.

Alfredo Vargas, conocido como Kilito. Guitarrero y cantor. Foto Coco Páez

“Michi hizo una familia con los músicos y cantores porque nos reunió y mezcló a todos, no le gustaba el descontento entre los criollos”, relató Kilito.

La puerta estaba siempre abierta y con la mesa tendida. Si llegaba un paisano que no tenía donde dormir, lo dejaba que se tienda en algún banco y a las 6 de la mañana la churrasquera ya estaba prendida. Así recordó Kilito a su amigo con el cariño que solo sale del alma.

Alfredo carraspeaba y se aclaraba la voz. Todavía no pudo sacarse la tristeza de sus cuerdas vocales. Es que el día que despidieron a Michi en el cementerio, estuvo allí con su guitarra junto a otros músicos y cantó “Cuando muera un trovador”, uno de los temas preferidos de Michi.

El nudo en la garganta le llegó con la pena de los recuerdos, pero la alegría de los violines que sonaban en el boliche se lo sacaron, como de un empujón.

Elías, Esteban, Mario Maldonado, músico santiagueño y Cándido. Foto Coco Páez

Mario Maldonado es un santiagueño que vive en Caleta Olivia y llevó sus chacareras hasta este boliche campero. Esteban Salaberry siempre le recomendaba que se acerque al Nido Gaucho y una vez que llegó comprendió el encanto del lugar.

“Esto es increíble, cada vez que venís te encontrás con un músico nuevo, alguno que canta tonadas, otro que toca rancheras, este lugar atrae y reúne a los mejores músicos”, afirmó Mario.

El santiagueño y Cándido se unieron en una chacarera y sus gargantas le pusieron voz a la tierra.

El ruido de los platos atrajo la atención y los parrilleros llegaron con la carne que chirreaba. En el centro de las mesas, las ensaladas de tomate, cebolla y ajo les dieron el toque fresco a las achuras, la carne de cerdo y borrego.

Por unos minutos la única música que sonó en El Nido Gaucho fue la del compás de los cubiertos contra los platos. El aplauso para el asador se repitió hasta que solo quedaron los huesos. Una vez calmado el hambre, el folklore volvió a ser el dueño del lugar.

A la hora de cenar, las canciones y las guitarras se llamaron al silencio. Foto Coco Páez

Daniel Lanezan pinta canas, jean y zapatillas y su compañera es la guitarra. Su amistad con Michi lleva unos 35 años y esto equivale a más de la mitad de su vida. Lo recordó como alguien que entregaba su corazón sin vueltas, un verdadero hombre de boliche y un amante de las tradiciones.

“Michi era un gran bolichero, tenía mucho tacto. Acá llegan personas que comparten tristezas y alegrías y a veces con ganas de chocar y él tenía el don de hacerlos bajar”, contó Daniel.

El Nido Gaucho es un local pequeño, allí los comensales deben compartir las mesas aunque sean desconocidos. Contra una pared hay estanterías que sostienen vasos, cuencos y botellas. Sus paredes están repletas de fotos y adornos gauchescos y su calidez es la de una casa donde la familia se reúne y comparte.

Malevo, el perro del boliche, esperaba afuera su ración diaria de comida. Tiene el porte grande, de los que asustan cuando se acercan y echado contra la puerta no hacía más que olfatear el aire de la media noche.

Daniel Lanezan, al centro de pie, canta junto a Esteban y Mario. Foto Coco Páez

Se hizo lunes en la Viamonte al 965 y los parroquianos seguían de payadas, versos y guitarreadas. Melitón y sus amigos lavaban los platos y ordenaban el boliche.  En un par de horas más había que poner a hervir los huesos para el puchero.

Una milonguita triste sonaba y recordaba a Michi:

“Están tristes las guitarras y en sus cuerdas van dejando este ritmo de milonga para despedir a un paisano.  Están tristes las guitarras y sus cuerdas están llorando, se nos fue Michi Ferreira una mañana de mayo. Ya no cantan los gorriones. Están de luto sus cantos”.

“Vamos a extrañar esos viernes de peña, guitarra y canto.  Las empanadas, asado y vino para pasar un buen rato, vamos a extrañar esos viernes con Mitch en El Nido Gaucho.

Fragmento de la milonga “Una mañana de mayor” escrita por Daniel Lanezan el día que falleció Michi Ferreira.

Noche de homenaje entre amigos de El Nido Gaucho. Foto Coco Páez
ADNSUR está certificado por CMD Certification para la norma CWA 17493 de JTI, octubre 2024-2026. Ver más
¿Querés mantenerte informado?
¡Suscribite a nuestros Newsletters!
¡Sumate acá 👇🔗!
Recibí alertas y la info más importante en tu celular

El boletín diario de noticias y la data urgente que tenés que conocer