COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) - A 40 años de una dictadura militar que ha dejado una cicatriz dolorosa y duradera en nuestra historia, y en la concepción de nuestro sistema de valores, es inevitable interpelarnos sobre cómo ese proceso impactó en la sociedad, su sistema de valores y en los actores que la componen.

Así, el Centro Nacional Patagónico se pregunta sobre la responsabilidad que tiene un científico para con la comunidad de la que forma parte.¿Corresponde involucrarse y adoptar un rol activo en la resolución de problemas que son percibidos socialmente como trascendentes o más puntualmente, existe una responsabilidad ética que exige al científico como un actor más, aportar herramientas que apunten al bien común?

Según el diccionario, la ética es un conjunto de normas y costumbres que regulan las relaciones humanas en sociedad. Para el médico genetista argentino Víctor Penchaszadeh, la ética fue dar respuesta a un pedido. En 1982, lo contactaron en la ciudad de Nueva York donde se encontraba exiliado, las abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto y Chicha Mariani. En épocas donde todavía no existía la capacidad de análisis directo de ADN, buscaban como establecer genéticamente las filiaciones de los nietos apropiados durante la dictadura. Así, el médico desarrolló una fórmula que se conoció como Índice de Abuelidad. A través de la detección de sustancias heredables en la sangre, establecía la posibilidad estadística de parentesco entre nietos y abuelos.

Hace cuarenta años que Penchaszadeh se dedica a la investigación genética y para él “la ciencia tiene razón de ser en la medida en que soluciona los problemas de la humanidad. Si uno tiene una tecnología debe ponerla al servicio del bienestar y de la ética”.

La ciencia que transita por el mismo sendero que el genetista en sus cuarenta años de trayectoria, es la ciencia que permitió a 119 nietos recuperar su identidad. ¿Pero existe un solo camino? ¿Un solo punto de vista?

Para el filósofo Guillermo Folguera, investigador adjunto del CONICET y profesor de la UBA, la relación entre la ciencia y la ética ha sido de gran complejidad durante la historia de Occidente. En los últimos siglos, incluso, ambos dominios fueron considerados campos diferentes y autónomos, con poca o nula comunicación entre sí. Sin embargo, ya en el siglo XX desde diferentes sectores comenzó a visualizarse que la actividad científica y tecnológica podía generar en algunos escenarios efectos negativos sociales y ambientales. Por ello, esa relación comenzó a ponerse fuertemente en discusión.

¿Cómo conceptualizar entonces el vínculo entre ciencia, tecnología y ética? ¿Cómo lograr que la práctica tecnocientífica responda a verdaderas necesidades de las comunidades y de los ambientes, y que no responda directamente a los grupos de poder? Estas preguntas resultan tan fundamentales como difíciles, tanto al seno de las comunidades científicas como hacia el resto de la sociedad.

Desde el análisis filosófico, hoy en día se ponen en tensión dos modelos muy diferentes de relación entre ciencia y ética, entre otros. Para Folguera, en uno de ellos, la ciencia y la tecnología serían prácticas aparentemente “neutras” en términos éticos y políticos, sujetas a la acción de aquellos llamados “decididores”. En ese esquema, el científico y el tecnócrata, son apenas actores-martillos que responden a las decisiones de otros actores sociales. Por ejemplo, el efecto negativo que puede causar una bomba es sólo responsabilidad de los decididores involucrados, esto es, el que la arroja o el que dio la orden correspondiente… pero de nadie más.

Sin embargo, este esquema (denominado como “ciencia-martillo”) ha sido puesto en discusión, en la medida en que al tratarse de una actividad humana, necesariamente está atravesada por aspectos éticos y políticos, y de alguna manera en las propias acciones que se desarrollan ya hay algún tipo de ‘para qué’ involucrado. Por ejemplo, si el tipo de práctica tecnocientífica sólo está dirigida a la generación de productos tecnológicos para el Mercado, de alguna manera ya conforma un tipo de relación ciencia-sociedad y ambiente determinado. A su vez, si el tipo de práctica tecnocientífica se centra en evitar posibles efectos perniciosos y mejorar la calidad de vida de las comunidades, el escenario es notablemente otro. En este escenario, la práctica de los científicos debe ser sujeto constante de análisis y discusión, a partir de la comprensión de para qué se desarrolla determinada práctica, quiénes son los benefactores, a qué tipo de mundo contribuye, cómo son recuperados otros saberes, etc.

En el caso particular de Argentina, hay numerosos ejemplos en donde este tipo de reflexión es imperiosa. La ciencia y la tecnología, más allá de sus vaivenes, ocupa un lugar central en nuestras vidas cotidianas, en nuestro futuro y también en el recuerdo y conformación de nuestro pasado. Los estudios genéticos que han aportado a la restitución de nietos y nietas apropiados por el Estado es un excelente ejemplo de ello. Así como también otros cruciales para nuestro devenir como comunidad, tal como el aporte de información para prevenir determinadas enfermedades o bien la identificación de cuerpos a través de estudios de la antropología forense.

Sin dudas la ciencia ofrece una notable potencialidad de afectar sobre nuestras vidas y las de nuestros hijos e hijas.Sin embargo, el desafío es reconocer que en esa potencialidad, los límites y las otras voces deben cumplir roles significativos. Aquel ‘para qué’, propio de la pregunta ética, se vuelve también hacia la práctica científica y tecnológica, no para meramente limitarla, sino para darle en cada caso el sentido que tiene.

Penchaszade afirma que “la genética a comienzos del siglo XX fue durante mucho tiempo, utilizada desde el poder para justificar cuestiones oprobiosas como el racismo, la discriminación, el genocidio y que esta misma disciplina en la actualidad pueda lucirse como apoyatura para la defensa del derecho de la identidad, nos enaltece como científicos y como sociedad”.

Por Alejandro Cannizzaro

Sobre investigación

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