COMODORO RIVADAVIA (Por Mirta Cámara / Especial para ADNSUR)  - Esta semana se cumplieron 40 años del último golpe de estado, y si bien parece que la herida está sanando gracias a los distintos esfuerzos que se han hecho desde 1983 para llegar a la verdad y hacer justicia, creo que la mirada actual de la sociedad sigue siendo la de un mundo binario: los malos de entonces son los buenos de ahora, pasamos de “algo habrán hecho” a “fue una generación dorada”, y muy pocos han hecho autocrítica, incluidos los que apoyaban desde las sombras. La realidad es que la violencia atraviesa la historia del país desde siempre, no sólo en las batallas que recordamos de la escuela, sino que ha sido una constante también en el siglo pasado.

LOS AÑOS 70

Los 70 no empezaron con el golpe del 76. La década completa fue una época violenta. Los años anteriores al 76 fueron una espiral ascendente de masacres, atentados con bombas, secuestros extorsivos, asesinatos. El regreso de Perón en el 73, su fallecimiento al año siguiente y su irresponsable decisión de dejar como sucesora a su esposa, que no estaba capacitada para gobernar, agravaron el clima explosivo que se vivía, en el que las peleas entre distintos grupos, amenazas, intimidaciones y venganzas se mezclaban con los secuestros extorsivos para financiar las operaciones.

EL GOLPE MILITAR

Sin llegar a decir que todos somos responsables, que es casi lo mismo que decir que nadie es responsable, la verdad es que muchos sectores de aquel entonces apoyaron el golpe: empresarios, políticos, sindicalistas, la prensa, la iglesia y buena parte de la sociedad. Algunos quizás creyendo genuinamente que los militares eran la respuesta al descontrol y el vacío de poder, otros por cálculo y conveniencia.

TERRORISMO DE ESTADO

La frase icónica de aquellos años, “por algo será”, implicaba que los militares sólo secuestraban guerrilleros y terroristas. Por supuesto no era así, como quedó demostrado luego. Se llevaban al amigo, al hermano, al vecino, al que podía saber algo, y también al por las dudas: intelectuales, artistas, sacerdotes, obreros, gente que participaba en organizaciones barriales, religiosas, sindicales, estudiantiles, las cuales eran vistas como nidos de subversivos y enemigos de la patria y el “ser nacional”.

La excusa posterior: “en toda guerra se cometen excesos” es engañosa: no era una guerra, y no fueron casos aislados sino parte de un plan que buscaba exterminar a todos los sospechados de cierta ideología marxista o progresista. Y ya que estaban, algunos no se privaron de cometer robos y apropiaciones de niños.

Pero además, es inadmisible que el Estado utilice sus recursos para cometer delitos y crímenes, ni aunque sea para combatir a los que cometen delitos y crímenes. En este sentido, en la reedición del libro Nunca Más se agregó otro prólogo que dice que “…es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas, como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado que son irrenunciables…”

LOS JÓVENES IDEALISTAS

En los últimos años, en el marco de la política de derechos humanos adoptada por el gobierno anterior, se impuso una visión romántica de aquella época, que glorifica a los jóvenes idealistas que luchaban por un mundo mejor. Pero no todos eran inocentes, sobre todo los cuadros líderes de las organizaciones guerrilleras como el ERP y los Montoneros, que además están casi todos vivos, luego de pactar con los militares y traicionar a su gente. No sólo no han sido juzgados por sus crímenes sino que varios fueron premiados con cargos en el gobierno. Lo que quiero enfatizar es que los terroristas sí existieron, sí cometieron crímenes, y por eso deberían haber sido juzgados; no secuestrados, torturados y asesinados, ni elevados a la categoría de héroes.

Nos siguen vendiendo una visión infantil y a la vez perversa de nuestra historia: los buenos contra los malos, amigos contra enemigos. Cuarenta años después, es hora de que nos saquemos las lentes rosas, ejerzamos la autocrítica, dejemos de justificar la violencia sin importar quién ni para qué la ejerce, abandonemos las lealtades ciegas, y empecemos a madurar y a pensar quiénes somos y qué queremos ser como país.

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