El futbolín o metegol: un clásico que sigue vigente
El futbolín, también conocido como metegol, es un juego de mesa que sigue siendo popular en varias partes del mundo. Este juego, requiere habilidad, velocidad y reflejos rápidos. A pesar de las diferentes historias que rodean el origen y la evolución del juego, una cosa es segura: el futbolín sigue siendo una forma divertida y emocionante de pasar el tiempo con amigos y familiares.
“Acá no se llama metegol, se llama futbolín… Es distinto, los jugadores no son planos, tienen dos pies. Está prohibido pisar la pelota, se juega a pegar, pegar y pegar, es velocidad y puro reflejo. Bueno, juegan con molinete, hacen cualquier cosa. Les da todo igual”. El Rulo era un crack del metegol y me cuenta que en Málaga, lugar hermoso al que la vida lo llevó, se sigue jugando. No sólo eso: todavía existe todo el mundo asociado a la actividad. Se llaman Recreativos pero en definitiva son los típicos antros que en Comodoro empezaron a desaparecer allá por el cambio de milenio. Lugares propicios para el piberío y el malevaje, para invertir (nuestros viejos dirían malgastar) el tiempo de tardes y noches en pool, ping pong y metegol. Jugando por la ficha, obvio, ese objeto de deseo siempre bastante más roñoso que el que ilustra la nota.
El metegol solía estar vinculado a los juegos electrónicos, otra especie extinta, en sitios como el Superman, el Apolo, el Bumper o el Central Park; al pool y a los mayores que jugaban a las cartas en el Auto Moto de Belgrano y Sarmiento; al bar de parroquianos y vino de la casa en el Montemar o el Siglo XX. Según el barrio, vio.
Pisar bien la pelota, el torso del centro delantero echado atrás, sus imaginarios pies hacia adelante, infundía respeto inmediato: era la antesala del temido gancho, movimiento velocísimo que ejecutado con maestría terminaba en gol, momento asociado a la desaparición de la pelota y a un sonido metálico único, imposible de describir pero también de olvidar. A veces lo amortiguábamos con cartones dentro del arco, maniobra que nos permitía jugar ad infinitum, sin gastar ficha, hasta que el encargado se daba cuenta.
No valía molinete, esa grosería, ni meter al dedo al meter la pelotita para reiniciar el juego, torciéndola con malicia. Decíamos “pinchó” y podíamos moverla con la mano cuando quedaba quieta, lejos del alcance de cualquier jugador. La jugada más humillante era que te hicieran una pavota: cuando pretendías salir con tus defensores, el delantero rival te interceptaba y en el mismo acto –interrumpiendo y a la vez golpeando- te hacía un gol.
Rituales sólo posibles en la mejor versión que conocimos de este juego, con formación táctica de 2 – 5 – 3, cajón metálico con palanca para sacar las pelotitas de un tirón y varillas groseramente engrasadas, que solían ensuciarnos las manos y la ropa: el viejo Metegol Estadio.
EL HÉROE DEL FUTBOLIN
Hay una versión oficial que le adjudica a un inglés (cuando no) la invención del metegol. Tiene fecha y número de patente: United Kingdom patent nro. 205,991, así que debe tener bastante veracidad. El creador se llama Harold Searles Thornton; corría el año 1922 y su fuente de inspiración fue una caja de fósforos.
Sin embargo, sospechando que incurrimos en alguna injusticia, sacrifiquemos una porción de verdad para ganar en belleza: el mito de origen español es mucho más apasionante.
Alejandro Campos Ramírez nació en Finisterre, un pequeño pueblo de Galicia. Tenía diecisiete años cuando en 1936, ya viviendo en Madrid, quedó sepultado bajo los escombros de su casa, una víctima más del bombardeo de los aviones nazis y de la Italia fascista aliados a Franco.
Dañado severamente en una pierna fue trasladado a un hospital de Montserrat. De su dolor y el de los otros brotó la inspiración, tal cual la contó al diario catalán La Vanguardia: “Era el año 1937. Me gustaba el fútbol, pero yo estaba cojo y no podía jugar… Y, sobre todo, me dolía ver a aquellos niños cojitos, tan tristes porque no podían jugar al balón con los otros niños. Pensé: si existe el tenis de mesa, ¡también puede existir el fútbol de mesa! Conseguí unas barras de acero y un carpintero vasco refugiado allí, Javier Altuna, me torneó los muñecos en madera. La caja de la mesa la hizo con madera de pino, creo, y la pelota con buen corcho catalán, aglomerado. Eso permitía buen control de la bola, detenerla, imprimir efectos…”.
Nuestro héroe consigue patentar el Futbolín en Barcelona, pero el triunfo definitivo del franquismo lo obliga a él (militante anarquista, escritor y editor) a refugiarse en Francia. Adopta el nombre de Alejandro Finisterre y cruza la frontera a pie, bajo una lluvia torrencial que arruina los papeles de su invento.
En Francia consigue un resarcimiento económico parcial, proporcionado por una empresa que emprende la fabricación del Futbolín. Pero la guerra y las persecuciones se expanden a toda Europa; Finisterre decide cruzar el atlántico y su aventura, como la de tantos republicanos exiliados, se convierte en americana.
La primera parada es Ecuador, pero la primera estancia prolífica tiene lugar en Guatemala. Prospera él como poeta, inventor y editor; prospera el futbolín, futillo dentro de las fronteras guatemaltecas.
Después está todo lo que sabemos y todo lo que se dice. La certeza de que Finisterre regresó a España en 1976, continuó su vida como editor y militante y fue miembro de la Real Academia Gallega. Falleció el 9 de febrero del 2007 a los 87 años.
Se dice que jugó al metegol (bueno, dale, futbolín) con el Che Guevara y su compañera, Hilda Gadea. Que protagonizó el primer secuestro aéreo: iba a ser deportado a España y, con una falsa bomba hecha de jabón envuelto, obligó a la tripulación a descender en Panamá. Se dice que en su etapa en México, a espaldas de Diego Rivera, fue amante de Frida Kahlo. Reproduce un portal de Galicia: "Con todo lo que sufro aún tengo ánimo para reír. En mi risa desgrano la alegría de haberte conocido, de saber que contigo me llega el último suspiro de amor, me río porque en ti y en mí de nueva cuenta el sueño floreció y lo vivimos juntos y es por eso que hoy te quiero más que ayer y ayer te quise más que anteayer. Alex: gracias por mis sueños. Frida Kahlo".
Entre lo que se sabe y lo que se dice, cuántos nombres se le pueden dar a un mismo juego. Taca-taca, tiragol, futillo, fultbito de mesa, calcio balilla en Italia, baby foot en Francia… Entre lo que se sabe y lo que se dice, cuántas biografías se pueden trazar de una sola existencia.
Adelanto a los escépticos que uno de estos días compramos un par de fichas plásticas y jugamos un pierde paga, a lo mejor con un amigo que vuelva de Málaga.
Adelanto a los escépticos: elijo creer.