Son casi las dos de la tarde, el sol le da pelea al frío cuando aún quedan rezagos de la escarcha de la noche anterior. El humo aflora del chulengo como un cartel fluorescente en un multirubro y el Galenso mira la ruta sabiendo que la luz roja de un vehículo puede significar un posible cliente. 

Quizás por eso, cuando el auto se detiene a unos 15 metros él saluda, levanta la mano, dice ‘hola amigo’ y se acerca. No vende, solo saluda, el resto es responsabilidad del humo y la parrilla, la mejor estrategia de marketing de un choripanero.

Néstor Simboli, ‘el Galenso’, es el vendedor de choripanes de Gobernador Costa, una pequeña localidad que divide el mar y la cordillera de Chubut, un paso obligado para cargar combustible sin desviarse de la 40. 

Hace varios años trabaja en la esquina de Sarmiento y Roca. Con un chulengo, un poco de madera y carbón espera a los clientes que andan de paso por el pueblo.

“Hace años que tengo el puesto, antes alquilaba un local a una cuadra pero me fui a trabajar a una empresa y cuando volví ya me vine para acá, porque vio lo que cuesta alquilar algo. Pero estoy siempre acá, con frío, calor, llueve, truene, siempre tengo que estar, todos los días, porque estamos para el cliente”, dice con orgullo.

En la Ruta 40, a dos cuadras de la Estación de servicio, está el puesto de El Galenso, choripanes al paso que muchos transeúntes eligen. Foto: Martín Levicoy.

Néstor hace unos 10 años se dedica a la venta de choripanes. Antes hizo de todo. Fue esquilador, cocinero y sereno. Mucho tiempo trabajó ligado al campo, una de las principales actividades de la zona, hasta que un accidente cambió todo. 

“Estaba trabajando en una empresa como sereno en Corcovado y nos accidentamos. El muchacho que nos llevaba a trabajar volcó y me cortó el tendón. Me quedó todo esto duro y no pude trabajar más”, dice mientras muestra su mano derecha.

El Galenso admite que no sabe cómo salió de la camioneta luego del vuelco en el ingreso a Corcovado. Asegura que el chofer iba un poco trasnochado y chocó contra el puente. Él estaba durmiendo pero el golpe lo despertó y como pudo salió de la unidad.

La cicatriz en su cara, su cabeza y el estado de su mano evidencian las consecuencias. También su permanencia en el puesto. Es que a pesar que le gusta su trabajo, admite que le gustaría más hacer otra cosa, trabajar en una empresa y tener una estabilidad, algo que no logró desde que tuvo el accidente.

“Así no puedo trabajar, no me ocupa ninguna empresa. Cuando dejé el local que tenía fue porque me fui a trabajar a una empresa, nos ocupó dos meses, nos mandó al médico y le habrán dicho ‘este muchacho está accidentado’ y me mandaron a la casa, así que acá estamos”. 

Ese puesto repartiendo agua en una 350 fue el último trabajo formal de este hombre que guarda en su billetera su carnet profesional para manejar camiones con acoplado. 

Es consciente que es difícil que lo vuelvan a llamar, pero no pierde la esperanza, como tampoco de tener la pensión que viene peleando hace mucho tiempo. 

“Hace más de 10 años hice la pensión nacional, mandé los papeles a Comodoro pero todavía no salió nada. Así que la peleó con esto, algo se vende, en este tiempo afloja un poco y en verano es la mejor época… después te alcanza para vivir nomás”. 

El Galenso con orgullo y también con miedo dice que todo “está autorizado como corresponde”, es lógico, es su único sustento económico que le permite llevar un mango al final del día. 

El Galenso está todos los días en su puesto, llueve, truene, escarche o este soleado. Foto: Martín Levicoy.

Mientras habla recuerda el accidente, dice frases cortas y mira con cierto recelo, luego confiesa que piensa que somos de AFIP, pero todo cambia cuando habla de fútbol, aquellos años en la Primera de Juventud Unida de Gobernador Costa y Huracán de José de Martín. 

Cuenta sus recuerdos sobre aquel Argentino que jugaron con Huracán de Comodoro y se entusiasma con que su equipo clasifique a la próxima fase del torneo Clasificatorio Patagónico, aunque eso dependerá de una posible victoria del equipo de Dolavon. 

Mientras tanto los chorizos se siguen asando a la parrilla y la gente que pasa. “Grande Galenzo”, le grita uno y con una sonrisa devuelve el saludo. “Soy amigo de todo el mundo, nos vemos, charlamos, nos reímos, y yo la peleo porque es lo único que tengo, no hay otra cosa. Por acá pasan camioneros, gente de paso y muchos que van para El Bolsón. Mucha gente de Comodoro que ayuda una barbaridad y todos saludan, es algo que me lo gane con sacrificio, porque la gente me conocé, viene, come tranquila y se va. Yo a cambio le brindó al turismo un servicio bueno, porque a la gente hay que atenderla bien y yo siempre estoy”, dice el choripanero de la Ruta 40, el hombre que creó su propio oficio para pelearle a la vida.

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