Es carnicera hace 7 años, rompió estereotipos y maneja el cuchillo como pocos
Rosalba González es carnicera en Comodoro Rivadavia y asume este oficio sin prejuicios. La firmeza que utiliza para cortar la carne es la misma que la sostiene en este trabajo que para muchos, solo es cosa de hombres.
“Al principio algunos clientes se sorprendían al verme detrás del mostrador y pedían que los cortes los haga un hombre, luego me veían trabajar y cambiaban de opinión”, comentó Rosalba.
La carnicería donde trabaja Rosalba está en la esquina de Lisandro de la Torre y Estados Unidos. El color rojo de la fachada resalta entre el gris del pavimento y las casas de alrededor. A las 10 de la mañana las persianas comenzaron a levantarse y algunos clientes esperaban para ingresar.
Tras el mostrador lleno de piezas de carne acomodadas como un perfecto rompecabezas estaba ella, con una chomba roja que es parte del uniforme y su pelo negro bien tirante. Cuando terminó de ordenar los últimos cortes en la batea comenzó la entrevista con ADNSUR.
Rosalba tiene 27 años y hace 7 es carnicera. Comenzó a trabajar como cajera pero la realidad es que le interesaba más cortar carne. Un día le dijo a su empleador que quería cambiar de tareas y así fue: “Hay que saber usar el cuchillo, una vez que se aprende es una tarea que puede realizarla cualquiera”, le dijo su jefe cuando comenzó con su nuevo oficio.
MUJER DE CHAIRA Y CUCHIILLO
Sus manos de carnicera están un poco coloradas y sus dedos terminan en unas impecables uñas largas de colores suaves. Cuando trabaja la carne se pone unos guantes negros que le tapan todo vestigio de delicadeza.
La chaira y el cuchillo son principales herramientas, los mantiene siempre limpios y no se despega de ellos. Cuando se inició solo deshuesaba pollos y al ver a sus compañeros trabajar aprendió todo lo que necesitaba.
Lo único que no hace Rosalba es levantar una res, del resto nada la intimida.
“Yo corto capones y corderos con la máquina. Si mis compañeros no están desposto las piernas que son pesadas. Saco vacío, colita de cuadril y deshueso paleta”, comentó Rosalba.
CARNICERA SIN PREJUICIOS
En el imaginario colectivo, la carnicería es un trabajo rudo que es solo para hombres. ¿Pero qué análisis debería realizarse si a la principal protagonista de esta historia jamás se le cruzó por la cabeza que esta era una tarea vedada para ella? Lo quiso y lo hizo.
Para Rosalba no fue una tarea difícil. Aprendió el oficio en el tiempo que le podría haber llevado aprender otra cosa. Tal vez hubo un grado de suerte y el contexto que la rodeaba tampoco tenía muy en mente que la carne y el cuchillo tenían que estar alejados de las mujeres.
Está segura de que si se dieran cuenta de que no es complicado el trabajo, serían más las damas que ocuparían este oficio en la ciudad.
Rosalba tiene una hija de 9 años y de alguna manera con su trabajo le abre la cabeza a otros pensamientos:
“Mi hija me cuenta que en la escuela se sorprenden porque soy carnicera y porque la busco en mi auto. Qué guapa es tu mamá le dicen, porque puede con todo”, recordó.
Cuando llegan matrimonios a la carnicería, las mujeres la observan trabajar y automáticamente les hacen notar a sus maridos que ellas no tienen límites.
La carnicera trabaja casi todo el día. Por la mañana, junto a sus compañeros, deja la batea lista para tentar a los clientes con los mejores cortes. Por la tarde atiende la caja del local y a veces algunos clientes se quejan porque desean que ella los atienda.
El corte que prefiere es el bife ancho porque es sabroso, blandito y se cocina vuelta y vuelta, cosa que le facilita la organización diaria entre la familia y el trabajo. Los fines de semana el asado al horno no falla.
El medio día ya estaba cerca y la gente de apoco llegaba a la carnicería. Rosalba se cubrió las manos con los guantes y se perdió en el trabajo. El ruido de los cuchillos y la sierra de la carne se convirtieron en el mantra que la acompañaría hasta el final del día.