Es médica en Comodoro y Rada Tilly y tiene tres hijos que eligieron seguir su mismo oficio
Jessica Arrieta es clínica médica especializada en endocrinología. Alguna vez también fue terapista. Sin embargo, el oficio que puso encima de todo fue el de mamá, título que recibió hace 30 años cuando nació el primero de sus tres hijos. La médica es profesional y madre a la vez. Los acompaña, los sigue y ellos la honraron con uno de los mejores homenajes que pudieron hacerle: seguir la misma profesión que ella eligió. Historia de una madre comodorense que vivió su vida entre pasillos y crianza.
El día que Mauro Ruella se recibió de médico dijo algo que emocionó a su madre. En su discurso de graduación, por ser el abanderado de la Universidad del Salvador, aseguró que eligió esa profesión porque vio la vocación con la que su madre y su padre la ejercieron, siendo ambos un ejemplo para su camino.
Hoy Mauro sigue adelante su carrera en el instituto Fleni, donde acaba de culminar la especialización en neurocirugía y al igual que sus otros dos hermanos, Bruno y Guido, se dedica a la salud; un orgullo para Jessica Arrieta, la conocida clínica médica y endocrinóloga que presta servicios en el Hospital de Rada Tilly, Clínica del Valle, Altamira y Diagnos.
Este domingo es el Día de la Madre en Argentina y se rinde homenaje a aquellas mujeres que hacen más felices nuestras vidas. En su caso, Jessica es madre de tres hijos que se dedican a la medicina, una herencia que mamaron de chicos y que hoy comparten, a pesar de que muchas veces no fue fácil para ella combinar profesión y maternidad a la vez.
DE CÓRDOBA AL SUR DE LA PATAGONIA
Jessica es oriunda de San Francisco, Córdoba, y comodorense por adopción. Hace 30 años llegó a la ciudad luego que terminó sus estudios de medicina.
En ese entonces estaba de novia con el papá de sus hijos, el médico Daniel Ruella, y buscaban una residencia para continuar su formación. A la distancia, recuerda que se inscribieron en varias provincias pero gracias a un insistente llamado terminaron en Comodoro, donde nacieron sus tres hijos y llevaron adelante la mayor parte de su vida.
“Terminamos en Comodoro por un llamado”, cuenta Jessica entre risas. “En ese momento, en Córdoba nos ofrecían un sistema de residencias para ir al interior y como en realidad no sabíamos qué hacer, nos inscribimos en distintos lugares. Antes de venir acá fuimos por distintas provincias a rendir examen e incluso estuvimos en Buenos Aires. Ya nos habíamos instalado en una pensión, yo había entrado en una residencia en endocrinología y él estaba esperando que lo llamaran para entrar a otra especialidad, pero nos llamaron de Comodoro y nos vinimos”.
La médica recuerda cada detalle de ese contacto que los trajo al sur de la Patagonia, a una ciudad que tuvieron que buscar en el mapa para saber dónde estaba y que la única referencia que tenían era el frío y el petróleo.
Ese año habían quedado dos vacantes para residencias y el jefe de residentes del Hospital Regional, Andrés Lamana, sabiendo que era fundamental aprovecharlas salió a buscar a aquellos postulantes que se habían inscriptos para aplicar a la formación. Por su origen cordobés, buscó en los listados de esa provincia y encontró a dos jóvenes médicos que en su momento se habían postulado.
Eran tiempos de teléfono de tubo y cartas. Jessica cuenta que el médico se comunicó con sus padres y ellos le agradecieron y le dijeron que su hija estaba muy cómoda en Buenos Aires. Sin embargo, luego llamó a los padres de Ruella y le dieron el contacto de su hijo.
La oferta era tentadora para dos jóvenes médicos que vivían en una pensión con baño compartido. Casa, comida y un pequeño sueldo. Así, con mucho abrigo y un objetivo en común, emprendieron su viaje a la Patagonia.
“No sabíamos adónde íbamos. Fuimos a la Casa del Chubut y buscamos dónde queda Comodoro. No te miento. Nuestros papás estaban tan preocupados que nos mandaron cajas de abrigo, hasta pasamontañas había”, cuenta entre risas.
Durante tres años, Jessica vivió en el segundo piso del Hospital Regional. Así, descansaba, almorzaba y trabajaba en el nosocomio. Era una residencia de tiempo completo que les permitía ahorrar y comenzar a planificar un futuro.
“Lo primero que compramos fue un lavarropas, una heladera y después con ayuda de nuestros padres pudimos comprar un departamentito en el complejo Malvinas, al lado de Las Torres. Por ese entonces ya teníamos nuestro primer hijo y cuando nació el segundo nos mudamos al barrio Roca”, dice al recordar el camino.
SER MÉDICA Y MADRE A LA VEZ
La médica admite que fue difícil combinar profesión y crianza. Trabajar en salud demanda dedicación casi a tiempo completo. Hay que integrar consultorio e internación con muchas horas de guardia que se le quitan a la familia. En su caso, tampoco contaban con algún familiar cercano que pueda cuidar a los chicos o ayudar en caso de urgencia. Sin embargo, pudo criar a sus hijos con educación y un horizonte claro.
“Hoy mirás para atrás y aprendés a valorar todo lo que uno hizo, porque no solo criaste, sino que trabajaste y te especializaste, porque en esta profesión tenés que seguir creciendo día a día. Con el padre de mis hijos fuimos un equipo y costó, porque cuesta mucho cuando tenés que dejar a los chicos chiquitos por las obligaciones, pero no teníamos familiares, no teníamos tíos, no teníamos primos, así que éramos nosotros dos arreglándonos solos”.
Jessica cuenta que sus hijos asistieron a la guardería que el Hospital Regional tenía en ese entonces, y una vez que crecieron ella se encargó de acompañarlos. “Por mucho tiempo trabajé hasta el mediodía porque después los buscaba y me dedicaba a ellos. Recién cuando empezaron la doble escolaridad empecé a hacer tareas después de las dos de la tarde, porque los dejábamos temprano y los buscaba a las 5 de la tarde y me quedaba con ellos. Jamás me perdí un partido de fútbol, jamás dejé de viajar con ellos, pero siempre fue con mucho esfuerzo, por suerte dándoles una buena educación”.
La mujer se siente orgullosa del trayecto recorrido y al analizar el camino que eligieron sus hijos piensa que si hubiesen detestado su oficio no se habrían dedicado a la salud.
“Eso es lo bueno, que no eligieron por imposición, sino al contrario, por elección propia, porque incluso uno les dijo ‘elegí otra cosa que no sea tan dura, tan sacrificado en el horario, el tiempo de estudio’ y los tres tomaron su decisión. No es que de chiquitos dijeron ‘voy a ser médico’, pero cuando eligieron se volcaron por la salud. En el caso de Mauro dijo, ‘me gusta esto. Los vi a ustedes siempre y creo que voy a ser bueno en esto’, y hoy es un apasionado por la medicina. Bruno, en cambio, tenía claro que no quería estudiar medicina y del área de salud le tiró odontología y Guido también eligió medicina. Me sorprendió, pero es algo que le gusta mucho”.
Jessica se siente orgullosa del vínculo que mantiene con sus tres hijos, asegura que los mantiene unidos y los lleva por diferentes lugares. “Me gusta mucho porque nos mantiene unidos en temas de conversación, en ayuda, opiniones, en intercambiar cosas, discutir también. A veces veo mamás que tienen sus hijos que están en otra, pero en nuestro caso tenemos cosas lindas para compartir. Estamos unidos en la ayuda, explicar tal cosa o una interconsulta. Y lo bueno es que no ha sido negativo para ellos. Así que estoy feliz con lo que hice”.
Este domingo, por las distancias, Jessica pasará el Día de la Madre con Bruno. Mauro y Guido están en Buenos Aires, donde se encuentran radicados, pero seguramente la saludarán y mantendrán el cariño a la distancia.
Ella es consciente que esto forma parte de la vida. Hoy ya son hombres, personas que buscan su propio camino donde deberán aprender a sufrir, chocar y buscar su propio destino, así como hizo ella aquel día que decidió venir a la Patagonia, el lugar donde desarrolló su carrera y su vida.