Papá había llegado a Comodoro Rivadavia en el año 1959 para ejercer su profesión de médico en el recientemente inaugurado, Sanatorio Asociación Española de Socorros Mutuos. Vino desde la ciudad de La Plata, con mi madre Dolores Ocampo, a quien la cautivó el paisaje patagónico y adoptó esta tierra como propia, admirando el mar y el cielo diáfano. Arribaron con tres de mis hermanos mayores: Mario Andrés, María Dolores y María Cecilia. Acá nacimos los otros cinco hijos: Marcelino, Pablo Sebastián (f), Gustavo, María Adela y yo (María Laura). 

Difícil escribir en primera persona sobre mi padre que, desde hace unos días, ya no está entre nosotros. Ante todo, siento el deseo y necesidad de expresar mi más profundo agradecimiento (y el de mis hermanos) a la comunidad, especialmente a quienes fueron sus pacientes. Imposible responder a tantas muestras de cariño hacia él, como médico y como ser humano que hemos recibido, desde que se dio a conocer su deceso. Tanto Amor que llena el corazón de orgullo y agradecimiento y nos trae consuelo. 

Debo confesar que, cuando era niña, le tenía un poco de celos a los pacientes de papá, porque sentía que ellos estaban en primer lugar en la vida de mi padre. No había fines de semana, ni Navidad, ni cumpleaños, cuando llamaban por un paciente, por una urgencia, por una parturienta. Papá dejaba lo que estaba haciendo y partía hacia el Sanatorio o hacia una casa. Jamás escuché una expresión de molestia frente a esa interrupción, simplemente se retiraba a hacer aquello por lo que había jurado al recibir el título universitario: a ayudar a otros, a llevarles tranquilidad y apaciguar su dolor. 

“Te iba a ver a la casa, sin importar si llovía, si había barro o viento”, leí en uno de los tantos mensajes. 

Me gustaba acompañarlo los domingos a la mañana en su recorrido por el Sanatorio a ver enfermos, y me quedaba en el pasillo, mientras entraba a las habitaciones. También quería escuchar que me dijera todos los domicilios a los que había ingresado por un enfermo, mientras íbamos de un lado a otro.

Hasta siempre… Papá, Mario, Tata, Papucho, Doctor

Mamá contaba siempre una anécdota: habían salido de noche a un evento. A papá lo llamaron por un parto. Fue hasta el Sanatorio y mamá se quedó esperándolo en el auto. Ella se durmió dentro del vehículo, cuando se despertó era de día y papá seguía en el Sanatorio. 

Años atrás, mientras entrevistaba familias comodorenses para escribir la historia de la ciudad, muchos me abrieron las puertas y confiaron por ser “la hija del doctor Morón”. Entonces sentí orgullo y entendí el amor de mi padre hacia los pacientes y su profesión. 

Hoy despedimos a papá:

A Mario, para amigos y colegas

A Papucho, para enfermeras y administrativas de La española

Al Doctor, para sus pacientes

A Tata, para hijos y bisnietos

Somos 7 hermanos, cada uno tiene recuerdos diferentes de mi padre, pero todos nos sentimos emocionados, agradecidos y conmovidos, frente a tantas manifestaciones de cariño. 

Pude leer cerca de mil mensajes. Anoté los nombres de quienes dispusieron de su tiempo para enviar el pésame o comentar en las redes alguna anécdota, como el ex combatiente de Malvinas, que papá llevó a casa el día del Padre. Infinidad de comodorenses que trajo al mundo, que los vio nacer. Alguno lleva el nombre Mario en honor a papá. Otros, comentaron que están de pie, gracias a él. “Un médico de los de antes”. 

Hasta siempre… Papá, Mario, Tata, Papucho, Doctor

Alguien escribió “Ahora descansas… has hecho muy bien a los comodorenses, has dedicado tu vida ejerciendo una profesión en la que diste todo lo que podías… Comodoro te das las gracias”. 

A todos les damos las GRACIAS…

Gracias a los profesionales que nos acompañaron en este último tiempo, especialmente a la Dra. Karina Oyarzún.

Gracias a la Clínica del Valle por la paciencia con esta gran familia.

Gracias a Valeria, la kinesióloga, a los enfermeros, a las cuidadoras: Delia, Paola, Victoria, Yolanda y María.

Gracias en nombre de hijos, nietos y bisnietos del Doctor Mario Moisés Morón.

Por María Laura Morón

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