COMODORO RIVADVIA (Por Celina Vacca / Especial para ADNSUR) -  “…Para quien tenga oídos la tierra habla,

Para quien tenga oídos la tierra canta...”

Dice el estribillo de una canción que compuse un verano y nunca grabé.

“Viejo peregrino que has llegado hasta aquí, no mires la ciudad que cae,

Mira los capullos reverdecer, mira los cimientos de un nuevo amanecer…”

Dice la otra, escrita en el 2012 como un presagio que no supe escuchar.

Yo tengo canciones guardadas.

Vos tal vez, zapatos que ya no usás en tu placard, un plato de comida caliente, la fuerza de tus brazos y una pala, conocimientos científicos o maquinarias para reparar los daños que ha dejado este temporal, una palabra de aliento y sabiduría en el momento preciso, un plato de sopa, un abrigo o una manta que con tus propias manos supiste tejer.

A todo tiempo  de creación parece seguirle un tiempo de entropía, decadencia o disolución. Parecería inevitable la existencia de estos polos, nuestra ciudad conoce de estos períodos y fluctuaciones, de estas muertes y nacimientos.

La escena del Diluvio Universal simboliza el caos que necesariamente precede a toda creación. Caos no visto como desorden, sino como transición. Urge preguntarnos desde que punto estamos moviéndonos y hacia dónde iremos como comunidad. De los materiales con que construyamos el Arca, de aquello que llevemos con nosotros mientras intentamos mantenernos a flote dependerá  el futuro de la familia de la que formamos parte, nuestro Comodoro.

¿Qué valores prevalecen, que creencias y sentires forman parte de nuestro equipaje ahora, después de lo que nos pasó?

Aunque nuestra tradición judeocristiana nos lleve inconscientemente a llenarnos de culpa por lo que parece que hubiéramos hecho mal, es tiempo de tomar refugio en la cosmovisión de nuestros antiguos para volver al equilibrio con la tierra con Fe y  conocimientos.

No son los elementos los que se enojan con nosotros ni se vengan por lo que le hemos hecho. El agua, la tierra, el aire, el sol y todos los procesos naturales tienen un modo de equilibrarse a sí mismos.  Parece que estamos necesitando con urgencia tomar consciencia de nuestros límites, de nuestra profunda vulnerabilidad.

¿Podremos poner freno a nuestras ambiciones y deseos, a esta codicia desmesurada que acaba de  dejarnos sumergidos en el lodo?.

Sin embargo aunque nos resulte difícil comprenderlo ahora, quedar sumergidos en este fango es condición básica para el despertar de un nuevo modo de habitar este pedacito de tierra en este rincón sur del planeta.  Dicen las tradiciones del Antiguo Egipto, India y China que del barro nace una flor muy bella, el loto, que simboliza precisamente la belleza y pureza que brota de la oscuridad.

Aunque no siempre es necesario vivir una catástrofe para llegar a experimentar semejante transformación, lo cierto es que trascender estos opuestos pide madurar en dirección de una mayor toma de conciencia del lugar que ocupamos en este proceso de evolución planetaria. Si vamos a contrapelo de lo que la tierra nos muestra, tarde o temprano nos veremos empujados a acompasarnos con el ritmo que pulsa en esta Unidad de la que formamos parte. “Todo lo que le hacemos a la trama, al ser parte de ella, nos lo hacemos a nosotros mismos” - ya lo dijeron nuestros ancestros americanos.

Podemos invocar la sabiduría del círculo y reunirnos simbólicamente alrededor del fuego sagrado mirándonos a los ojos, comenzar a pulsar un ritmo más afín a los latidos de la tierra, recordar lo que sabemos sobre nosotros mismos, lo que podemos juntos, lo que necesitamos intercambiar, lo mucho que nos hace falta escucharnos y volvernos a empoderar.

¿Continuaremos dándole la espalda a los cerros que nos cobijan, desmontando y rellenando sin más? Necesitamos resiliencia, surgir desde esta fragilidad, aceptándola como condición humana, desde la reverencia y la humildad ante los frutos de la tierra que nos da abrigo.

Nuestros pies caminan sobre una suelo lleno de riquezas ¿serán nuestros corazones sensibles a esta generosidad?

En Comodoro también habita gente solidaria: gente que educa, gente que sana, gente que estudia, gente que teje, gente que canta, gente que labra y fabrica, gente que juega, gente que ríe, gente que se deslumbra con el color de un atardecer o el canto de un pájaro.

Formamos parte como en el patchwork de las mantas que tejen nuestras mujeres, de un pueblo rico y diverso. Necesitamos creer en el poder de las semillas que hemos sembrado, en lo que silenciosamente muchos de nosotros hemos estado dándonos los unos a los otros con total generosidad.

Necesitamos darle alas a nuestras voces, fuerza a nuestras manos que se entrelazan, firmeza a nuestros pies que se afirman resurgiendo en el barro como el ave fénix, en tiempos de resurrección.

No estamos solos. Nos tenemos a nosotros mismos, no dependemos de los políticos de turno, quienes nunca debieran olvidar que se deben a su pueblo. Ahora nosotros mismos somos los ladrillos con que construiremos una nueva ciudad, desde los cimientos de la solidaridad,  la actitud sabia y compasiva que estoy convencida podremos tomar. Que así sea!

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