CAPITAL FEDERAL - (Fuente: Clarín / Por Gisel Sousa Dias)

Margarita Araya pasó 8 años estudiando Medicina, 4 años haciendo la residencia para ser pediatra y otros 2 años estudiando para ser especialista en Neonatología. Si ser médico siguiera siendo una profesión de prestigio, segura y de buen salario, Margarita –a poco de cumplir 50 años– debería estar tranquila. Pero no: es martes y está sola, completamente sola, haciendo la guardia en el Hospital Fiorito, en Avellaneda. En cualquier momento puede pasar lo que ya pasó: un bebé grave en un piso, otro recién nacido que no respira en otro piso, una sola Margarita. Tampoco es que cuando termine las 24 horas de guardia se olvidará de todo –de los padres que agreden, de que hay días en los que hace 36 horas corridas de guardia–: cuando salga deberá completar su sueldo trabajando en una clínica privada. Lo que le pasa a Margarita no es una historia excepcional: es una historia que explica por qué ya nadie quiere ser pediatra ni neonatólogo en un hospital público. 

“Es un problema complejo que empezó hace varios años. Hoy, aproximadamente el 70% de los que se reciben de médicos son mujeres. La feminización de la profesión está haciendo que las especialidades que requieren largos viajes, atender emergencias, hacer 24 horas de guardia y en ambientes violentos estén siendo esquivadas”, explica Jorge Yabkowski, presidente de la Federación Sindical de Profesionales de la Salud de Argentina. Y sigue: “Imaginemos una mujer de 35 años que, para ser pediatra en el sistema público, tiene que hacer guardias en González Catán un domingo. Su pensamiento es éste: tardo horas en llegar, el sueldo no es bueno y los padres agreden,   muchas veces físicamente, porque quieren que atiendas primero a su hijo. Además, a veces tenemos que llevar lavandina porque los baños son lamentables, el estrés laboral es altísimo y encima tengo que pagarle a alguien para que cuide a mis hijos. Conclusión: o vas a trabajar a un consultorio privado o en vez de estudiar pediatría, te dedicás a la oftalmología o la dermatología”.

El resultado es evidente: el servicio de pediatría del Hospital Bocalandro –que fue inaugurado como “materno infantil”– está cerrado. Lo mismo pasa en el Hospital de González Catán. Hay problemas en pediatría en el Oñativia y la neonatología del Hospital Fiorito está cerrada. En el Fiorito, además, no hay guardia de neo ni miércoles ni viernes ni sábado. “O sea, si uno de esos días llega una embarazada de urgencia pariendo un bebé prematuro, ese chico se muere”, dice Margarita. Acá, debería haber recién nacidos, pero sólo hay incubadoras y respiradores apilados. Y deberían oírse llantos, pero sólo se oye el eco de Margarita en un pabellón vacío. 

Jorge Gilardi, obstetra y presidente de la Asociación de Médicos Municipales, agrega: “Una de las razones de la feminización de la profesión es el bajo sueldo: muchos varones se niegan a hacer pediatría porque hay otras especialidades más rentables. El déficit se explica por los bajos sueldos, por mandatos sociales que aún existen –a la mujer le dicen ‘cuidate, qué vas a estar haciendo guardia ahí’–, y eso se debe a la violencia que vive el equipo de salud en el hospital público. Entonces, muchos se van al sistema privado no sólo por la diferencia económica sino por la diferencia en las condiciones de trabajo: lo que buscan es un lugar donde tengan seguridad, insumos, tecnología, estructura edilicia. Entonces, el déficit de neonatólogos y pediatras ya es un problema de salud pública que necesita urgente políticas de salud pública”.  Como ganan poco, el multiempleo –los llamados “pediatras taxi”, que van y vienen entre lo público y lo privado– suma otro elemento a un combo asfixiante. El problema es tan grave que hasta la Sociedad Argentina de Pediatría y Unicef se ocuparon del tema. La encuesta que hicieron a 1.000 profesionales mostró que 7 de cada 10 pediatras trabajan en 2, 3 o más lugares. 

Cae el sol y Margarita se despide. Y dice una frase al pasar que muestra en su propia historia  cómo aquel orgullo de “M’hijo el dotor” se ha ido diluyendo: “Este año mi hija tenía que elegir qué estudiar. Por suerte no quiere ser pediatra”. 

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