COMODORO RIVADAVIA (ADNSUR) - Para los veterinarios y los amantes de los animales hoy no es día cualquiera. Este jueves 29 de abril es el Día del Animal, la fecha que se reivindican los derechos de los animales por las peleas y maltratos que sufrían en el pasado, y que aún padecen en muchos casos. 

Para Basilio Stankewitsch será un día de estudio, previo a rendir un examen de posgrado que le permitirá seguir aprendiendo para ayudar a los animales, sus pacientes, aquellos que cuida hace más de 28 años, con el compromiso hacia ellos, tal como demostró durante los incendios forestales que afectaron a El Hoyo, adonde fue con el solo ánimo de ayudar a quienes también lo necesitaban.

Basilio es comodorense, hijo de un médico psiquiatra reconocido en la ciudad, y el segundo de cuatro hermanos, un hombre y dos mujeres. Nació y se crio en la ciudad petrolera. En la escuela 105 y la N° 1 hizo sus primeras armas y ya de grande eligió el Colegio Perito Moreno. Sin embargo, un viaje a la casa de su abuela lo cambió todo y terminó descubriendo esta pasión que ejerce hace 28 años. 

“Entré a estudiar veterinaria de la mano del campo”, dice Basilio a ADNSUR. “Yo estudié la secundaria en una escuela agrotécnica y siempre me gustó esa parte hasta que empecé a conocer nuevas cosas en la carrera. Después me dediqué a la clínica de pequeños. En la primera veterinaria que empecé habían hámster, aves, y cada vez que se enfermaban lo lógico era que lo lleven a la veterinaria, y así fui aprendiendo toda esa parte de mascotas no tradicionales, porque había que dar una solución, curar a ese animal”, dice al contar su recorrido.

Solución, curar, ayudar, son palabras que se repiten a lo largo de la entrevista. Basilio las tiene incorporadas en su propio diccionario. Con 55 años de vida y tres hijas adultas sabe que esos son lugares importantes en el mundo, más en una profesión donde se trata de salvar vidas, tal como hace un médico con una persona. La diferencia es que su paciente generalmente tiene cuatro patas, no habla, ni tampoco pide nada a cambio. 

Cuenta Basilio que fue Pergamino, donde vive su abuela, que descubrió su profesión. En un viaje conoció la escuela agrotécnica de la ciudad y decidió que quería estudiar en ese lugar. Con tercer año terminado se fue a completar su secundaria a tierras bonaerenses y descubrió que quería ser veterinario.

La Universidad de La Plata fue el lugar donde terminó de formarse, no solo como veterinario, sino también como persona. “Uno cree que está en la secundaría y de repente no estás más, y si bien vas con la valija cargada de ilusiones enseguida te comés el primer cachetazo; porque estás solo, lejos de la familia, los amigos y en un mundo casi hostil, hasta que te podés ir acomodando al ritmo universitario, pero una vez que ves lo que aprendés es apasionante”, reconoce. 

Basilio admite que “los primeros años de la carrera fueron muy largos”. No solo extrañaba, sino que también tenía mucho para aprender. “Había mucho lenguaje nuevo, mucha técnica, muchas palabras raras, un ejercicio mental muy interesante; difícil al principio, pero con entrenamiento diario de ir estudiando se te empieza a facilitar a mitad de la carrera hacia adelante, a mi por lo menos”, dice entre risas.

Quienes lo conocen saben de su andar tranquilo, tu tono amable y pausado. El mismo se repite en la entrevista. Sin embargo cuando habla de su carrera, no puede evitar mostrar el entusiasmo que le produce.  Como dice para él ese mundo es fascinante.

“Cuando empezamos muchos íbamos por el amor a los animales, pero te encontrás que no es una carrera fácil, es medicina, y de repente tenés que aprender la anatomía, las enfermedades de varias especies, porque son todos distintos, y después compararlos entre sí. Es fascinante, suena difícil, pero tenés un desafío todos los días; la clínica es un examen que das diariamente”, asegura.

Tiempos de juventud e inicios en la profesión.

Una vez que se recibió Basilio decidió volver al pago chico. En “La Veterinaria”, que estaba en Estados Unidos, entre Colonos Galeses y Esquel, se terminó de formar. Junto a César Gentile dio sus primeros pasos, y luego de cuatro años juntos terminó comprando la clínica.

Allí estuvo unos años más hasta que se mudó a Colonos Galeses casi Polonia. En ese lugar atendió cientos de mascotas, y hace unos años se cambió a un lugar más pequeño, pero no menos acogedor, sobre la calle El Chubut, casi Portugal. 

Basilio asegura que la cirugía es lo que más le gusta de profesión, pero también la anestesiología, y el manejo del dolor, otro indicio de como piensa su oficio, algo que resume con una frase que conmueve: “Para mi todas las especies merecen la misma atención”.

Quizás por esta razón, cuando se enteró de los incendios en El Hoyo no dudó en viajar para ayudar a los animales: los afectados sin voz y sin siquiera la protección de sus dueños, quienes atravesaban el momento más difícil de sus vidas.

“Yo estaba volviendo de viaje y sabía lo que estaba pasando en la cordillera. Vi una publicación de unos rescatistas que estaban buscando alimentos, y dije quien lo va a llevar, quién lo va a aplicar, y ante la urgencia decidí ir. A través de las redes sociales publique que necesitaba insumos, medicamentos para llevar y al otro día explotó. Me taparon de cosas”, recuerda, admitiendo que "la solidaridad de la gente fue muy emocionante".

"No pensé que iba a ser tan así, ni que iba a tener la repercusión que tuvo todo. La idea era cargar el vehículo, llevarlo para allá".

Basilio se puso en contacto con rescatistas y colegas de la zona, y juntos organizaron el trabajo de atención de animales, pero el trabajo no fue fácil. Había animales heridos y muchos perdidos, y los damnificados no podían salir a buscarlos. Entonces dejaron sus datos, con las características de los animales y así se fueron encontrando con sus dueños, algunos en forma inmediata y otros quedaron en tránsito porque el propietario no tenía ni siquiera vivienda propia.

Por otro lado, estaban los animales de granja: caballos, vacas, ovejas que tenían quemaduras en las patas y vivián en las zonas más afectadas.

Basilio, asegura que el panorama era aterrador. “Eran las zonas más altas, las zonas más afectadas, donde vimos de todo. Un panorama horrible: el paisaje todo quemado, la desolación de la gente; gente que no va a ir a pedir, y capaz que no tenían agua para tomar y no tomaban. Así que había que ir, golpear puertas, aplaudir en lo que quedaba de la tranquera para ver si tenía algún animal lesionado. Capaz no tenía pero te decía ‘anda a ver a Juan que tiene un caballo’ o a aquel que tiene una vaca, y así íbamos por distintos lugares. Además había muchos voluntarios que conocían la zona. Pero no es que ibas y tenías que poner una cremita, había que seguir las curaciones y en contacto con la gente del sector”.

Esa primera ayuda se sumó a una segunda convocatoria para llevar fardos de pastos para los animales. Otra vez la solidaridad de la gente explotó y se juntaron 140 fardos, que Gonzalo Pérez llevó en un camión. 

Cuando se le pregunta por qué decidió ayudar a la gente y los animales de la cordillera desde tan lejos, Basilio no duda.

“Alguien tenía que hacerlo, alguien tenía que ir, y esta vez me tocó a mí. Creo que cuando se puede y tenés el momento hay que hacerlo”, dice este veterinario que una vez más demostró su amor por los animales, aquellos que hoy ocupan un lugar dentro de la familia y que lo han llevado a conocer a decenas de comodorenses, padres e hijos que le confiaron sus mascotas, un integrante más de la casa.

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