La historia del caletense que recorrió las Islas Malvinas en bicicleta
"Sentí que estaba en casa, en Santa Cruz, el terreno es igual a nuestra Patagonia", aseguró.
CAPITAL FEDERAL - Germán Stoessel cumplió el sueño de su vida: con una bicicleta de bambú misionero, entre el 10 y el 17 de marzo, pedaleó los caminos solitarios de las Islas Malvinas , por los lugares donde se sucedieron los principales combates de una guerra cuyos recuerdos nos acompañan desde hace 36 años.
Oriundo de Caleta Olivia, ingeniero forestal y docente universitario, en su aventura halló personajes que salieron a su paso: kelpers y personas de varias regiones del mundo que hoy habitan el suelo malvinero. El viento y la soledad fueron sus compañías, la emoción lo abrazó en cada nuevo kilómetro que recorría y las lágrimas nacieron cuando entró al cementerio de Darwin. "Hay un profundo silencio, se oyen los rosarios que chocan contra las pequeñas cruces", confiesa.
Los siete días que estuvo en Malvinas configuran una obra personal emotiva. Cada día es un capítulo que nos presenta una historia que persigue una búsqueda íntima, pero que es a su vez nacional. Germán fue a Malvinas para poder rezar un rosario en el cementerio y honrar a los soldados que perdieron la vida allí, pero también fue a reconocer un suelo propio, rodeado de aguas heladas, turba y praderas donde pastan vacas y ovejas. "Nadie puede ir de vacaciones a Malvinas, para nosotros es un destino de reflexión y conocimiento", sentencia.
El viaje comenzó el sábado 10 de marzo en un vuelo de LATAM que viene de Santiago de Chile y que aterriza los segundos sábados de cada mes en Río Gallegos. Sale $ 7000 y hay que contratar un seguro con un costo de $2000. "Una hora después ya estábamos aterrizando en Mount Pleasant", apunta German. La cercanía de Malvinas no es sólo temporal. "Sentí que estaba en casa, en Santa Cruz, el terreno es igual a nuestra Patagonia", afirma.
El aeropuerto es una base militar. Compartió vuelo con británicos, filipinos y chilenos. Ni bien bajó del avión comenzó a armar su bicicleta, ante la vista atónita de la policía kelper. "Es ciento por ciento hecha con materiales nacionales", apunta. En las palancas grabó frases del Himno. Una mujer, chilena, salió a recibirlo y le dio un mapa de la isla. Detrás de ella personal militar británico y policial kelper quisieron saber qué había venido a hacer. También le dieron un papel con algunas advertencias en español. "Te dicen que la sociedad es muy sensible a temas referidos a la guerra y que no podés mostrar una bandera argentina". Con viento oeste recorrió los 60 kilómetros que separan el aeropuerto de Puerto Argentino.
Llegó alrededor de las seis de la tarde. No había nadie en las calles. Los kelpers cenan a las siete. German llegó al hotel Lookout Lodge, donde la habitación tiene un costo diario de 65 libras ($ 2100). Al día siguiente salió a recorrer el pueblo. "Es muy ordenado, limpio, hay una indiferencia hacia nosotros, pero te saludan y no te tratan mal", destaca.
Todas las casas tienen un invernadero donde cultivan sus verduras. Hay comercios de ropa, supermercado y almacenes. Todos los productos son chilenos, uruguayos y británicos. "Hay yerba, la más popular es la Canaria uruguaya". Algunos comercios tienen calcos con inscripciones antiargentinas, muchos son atendidos por filipinos.
Ese día, domingo, fue a la Iglesia Santa María, donde el cura da la misa a la vieja usanza: mirando a Cristo. Por lo tarde caminó por Gipsy Cove, una playa preciosa de arenas blancas, que está dentro de un curioso circuito turístico que pasa por memoriales y sitios que remiten a la guerra. Allí hay campos minados, pero una pasarela señalizada permite caminar sobre un sendero seguro. Una empresa que emplea a trabajadores africanos está aún desactivando las minas que enterró el Ejército Argentino.
"Todas nuestras afirmaciones, aspiraciones, contradicciones, todo está ahí", reflexiona.
El silencio se puede sentir como un estremecimiento que empuja las lágrimas. Aquella noche aceptó la invitación de un español que vive solo en un tráiler en Darwin, un pequeño paraje de cuatro casas. Al siguiente día fue hasta Pradera del Ganso, un conjunto de quince casas y un pequeño supermercado lo recibieron. Los recuerdos de la guerra allí se ven a simple vista: restos de un Pucurá, posiciones argentinas y Memorials británicos. "Hay tumbas que están solas, castigadas por un viento incesante", cuenta German. Gran parte de ellas son de jóvenes de 17 o 18 años. Antes de partir, regresó al cementerio argentino y, ya con más tiempo, rezó un rosario. Al lado de la tranquera en la entrada, había un toro negro, manso. Con esta compañía rindió tributo a los soldados caídos.
Su plan consistía también en conocer el cementerio británico, en San Carlos, al norte de la isla Soledad. La historia en el 82 la hicieron dos grupos de hombres. El camino se hizo más difícil, las praderas onduladas se convirtieron en cerros rocosos y hay 44 kilómetros entre ambos cementerios. El cementerio inglés está hecho de rocas, sólo hay 15 tumbas.
Al lado del camposanto hay una tranquera. Un kelper lo vio saliendo del cementerio y lo fue a saludar: "You are the Argentine!", le dijo. La presencia de German era comentada en la isla. Aquí su viaje tuvo un giro sorprendente: le pidió si podía acampar, pero el kelper lo invitó a su casa, y allí pudo cocinar. Al caer la noche, en español, el kelper le dijo: "Mi casa es su casa". Cenaron juntos y pudo pasar la noche allí.
Fue una charla sincera, y dura, cada uno expuso sus razones, pero la hermandad del hombre dominó este encuentro impensado. Tomaron mate y hablaron. "Ellos no nos conocen y nosotros tampoco a ellos", dice. Al despuntar el alba, German continuó viaje. "Vaya con Dios", lo despidió el kelper.