Un documento emitido por la Prelatura de Esquel y la Diócesis de Comodoro Rivadavia advierte sobre el impacto sufrido por los chicos en edad escolar, tras cuatro años sin clases normales, por lo que hay “chicos y chicas que en los últimos años del nivel primario no saben cómo tomar un lápiz”. Y añade: “no sólo no comprenden consignas, sino que tienen una seria dificultad para leer y escribir, no entienden cómo hacer las operaciones básicas de la matemática, etc”.

“Creemos que en todo el país una de las consecuencias invisibles de la pandemia ha sido el deterioro en la educación de nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes, en nuestra provincia del Chubut es una verdadera tragedia -expresa el posicionamiento conocido este lunes, 14 de marzo-. Hace ya cuatro años (o más) que todas esas franjas no tienen un año completo de clases presenciales”.

El texto, firmado por el obispo Joaquín Gimeno Lahoz, de la Diócesis de Comodoro Rivadavia; José Slaby, obispo prelado de Esquel; y Roberto Alvarez, obispo auxiliar de Comodoro Rivadavia, afirma que además del panorama descripto, se añade “la deserción en todos los niveles, la escasa valoración de los procesos educativos por parte de los adultos responsables, lo cual no ayuda a sostener la escolaridad. Si a eso le sumamos los problemas nutricionales en los niños y el aumento de las situaciones de abusos que no son advertidos por falta de escolarización, el drama es mayúsculo”.

El documento apunta a la responsabilidad del Estado para garantizar las condiciones necesarias, a fin de salir del “círculo de desaliento” que se vincula al origen etimológico de la palabra ‘tragedia’:

“El estado puede salir de ese círculo con estabilidad en el pago de los haberes de los docentes en tiempo y forma, con el reconocimiento de paritarias y garantizando la equiparación con otros trabajadores del Estado. Azorados descubrimos que los albergues y algunas escuelas ni siquiera tienen sus edificios preparados después de dos años de pandemia; ello supone que muchos jóvenes, provenientes de parajes y pequeñas localidades, ven comprometida su continuidad educativa. Es terrible que sean decretos y no saberes los que determinan el paso de año o de nivel”.

Sin embargo, las autoridades de la iglesia también advierten sobre la responsabilidad de los sindicatos:

“Los gremios pueden también evitarnos la tragedia con la búsqueda de caminos de diálogo y si si eso no es posible, de protesta que no ponga en juego las clases; los docentes saben que estamos ante una generación de semianalfabetos y analfabetos. Los agremiados deben hacer llegar a quienes los representan su posición contraria a que el modo de protesta sea la suspensión de las clases y aquellos que no están agremiados, deben buscar los modos para hacer escuchar su voz y perder el miedo”.

Tras cuestionar las salidas individualistas, añade: “Si cada uno de nosotros hacemos saber que queremos que el Estado utilice nuestros impuestos y erogaciones, privilegiando los gastos en educación sobre otros, es inevitable que se genere un cambio”.

“Es hora de enfrentar la tragedia desde la conmoción, que nos estruje el corazón por cada día y cada hora de clases perdidas, que no haya posibilidad de escuchar ni una propuesta más en ningún ámbito mientras las niñas, niños, adolescentes y jóvenes no estén en las aulas. Es hora de que los docentes recuperen su identidad fundamental, que es enseñar y que el Estado privilegie la dirección de sus recursos a la educación”.  

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