BUENOS AIRES - Se les ha tachado de independientes y ariscos. Pero a los gatos ​les gustan las personas tanto como a los perros. Algo que podría corroborar cualquiera que comparta morada con ellos y que también constata la ciencia. Pero este no es el único mito en torno a estos animales. Puede que muchos de sus amos pasen por alto algunos aspectos básicos para su bienestar y que, con la mejor de las intenciones, comentan algunos errores que pueden resultar dañinos para el animal.

La sabiduría popular se ha encargado de perpetuar falsos clichés en torno a los felinos y muchos de ellos pueden estar afectando a su carácter y a su salud: desde entrenarlos, inconscientemente, para que arañen, hasta exponerlos a plantas potencialmente peligrosas para ellos.

A continuación se exponen algunos de los errores más frecuentes entre quienes conviven con gatos y los hábitos que deberías cambiar si no quieres empañar la convivencia con los mininos.

Calmarlo si está a la defensiva (o a la ofensiva)

La agresión es el segundo problema de comportamiento felino más común, según los expertos. “Entender lo que los gatos quieren comunicar a través de su lenguaje corporal es esencial para los padres de felinos. Esto les permitirá comprender sus sentimientos y motivaciones. También les ayudará a responder de manera efectiva a problemas de comportamiento como la agresión”, comparten desde ASPCA (sociedad americana para la prevención de la crueldad animal).

El lenguaje corporal de los gatos se interpreta a través de sus posturas, expresiones faciales y la posición de ciertas partes del cuerpo como las orejas, la cola e incluso los bigotes. Por ejemplo, si mantiene las patas traseras rígidas con el trasero elevado y la espalda inclinada hacia abajo, hacia la cabeza, está en posición ofensiva. Al igual que si mantiene una mirada directa o las orejas en vertical, con la espalda ligeramente girada hacia adelante. “La regla de oro es no tocar, ni intentar tranquilizar o castigar a los que muestran estas posturas”, añaden. Si se presentan estos comportamientos de forma reiterada, la recomendación es acudir a un profesional.

Tener plantas en casa (sin valorar su toxicidad)

Algunas de las plantas que son habituales en los hogares pueden resultar tóxicas para los felinos. “Son sensibles a la intoxicación por distintas especies, algunas extremadamente tóxicas, como el género Lilium o la Dieffenbachia; aunque son muchas las que en menor grado pueden también resultar perjudiciales”, indica Manuel Lázaro Rubio, vocal Colegio de Veterinarios de Madrid. La Dieffenbachia es una de las plantas de interior más habituales en los hogares, y las especies de Lilium –conocidas popularmente como azucenas o lirios, también son muy frecuentes. De hecho ocupan el quinto lugar en el ranking de las flores más vendidas en el mundo.

Aunque para que se produzca la intoxicación la cantidad que debe injerir el gato tiene que ser muy alta, la prevención debe mandar, y más vale que no las tenga a su alcance. “El metabolismo de los gatos, en comparación con el de los perros, es deficiente en ciertas rutas, y por ello son más susceptibles a un mayor número de tóxicos potenciales, o incluso de medicamentos”, explica el veterinario. En la asociación de veterinarios españoles AVEPA pueden consultarse toda la flora dañina para los gatos.

Darle órdenes

Llamar al orden al gato con palmadas, gritos u otros sonidos estridentes puede tener un efecto poco deseable en el animal. Además de resultar una amenaza para ellos, debido a su sensibilidad auditiva, este tipo de actitudes no funcionan con su carácter.

“No responde a las órdenes como lo pueda hacer un perro. La relación que establece con los humanos es más de acostumbramiento o tolerancia. El enfrentamiento, el castigo o chillarles no resultan eficaces con ellos. Lo importante es desarrollar hábitos, respetando sus necesidades”, comenta Lázaro.

Alimentarlos solo con alimento balanceado

Un error frecuente es alimentar al gato solo en seco, porque a los felinos les cuesta ingerir la cantidad suficiente de líquido que necesitan. “El gato, por su origen de zonas semidesérticas, está bien adaptado al menor consumo de agua, pero a largo plazo puede favorecer la formación de cálculos urinarios u otras patologías si no toman los fluidos adecuados”, expone el veterinario.

Combinar la dieta en seco con la húmeda garantiza una mayor absorción de agua. “De esta forma se previenen patologías y beneficia su sistema urinario”, comenta el experto.

Dejarle jugar con bobinas de hilo

Hemos visto replicada cientos de veces la imagen de un gato jugando con ovillos o bobinas de hilo. Sin embargo, no se trata de un objeto adecuado para estos animales. “Se producen con cierta frecuencia trastornos por ingerir lo que, técnicamente, llamamos cuerpos extraños. Entre ellos destacan cordones de todo tipo, objetos de plástico o goma, e incluso materiales textiles”, advierte Lázaro. La recomendación es evitar que jueguen con objetos que puedan ser tragados.

Estimularlo con las manos

“Los gatos disfrutan con todos los juegos que simulen la caza, pero es extremadamente importante que no lo hagan con partes de nuestro cuerpo, como las manos, los pies o las piernas. La razón es que pueden desembocar más adelante en un tipo de agresividad muy complicada de solucionar”, expone el veterinario. Como alternativa funcionan las pelotas, los muñecos que puedan morder o que tienen movimiento propio, o las cañas con un señuelo en el extremo.

Dejar barra libre de comida

Es cierto que algunos gatos saben autogestionar sus raciones de comida. Sin embargo, “son muchos los ejemplares que comen más de lo preciso, siendo causa frecuente de obesidad”, expone Lázaro. En estos casos, es imprescindible ofrecerles solo su ración.

Cuando no sea posible acudir a casa para alimentarlos, una buena solución son los dispensadores que liberan porciones de comida reguladas a lo largo del día.

Darle leche

Por más que lo hayamos visto en muchas películas y que los gatos disfruten del sabor azucarado de la leche, este no es un alimento indicado para ellos. “En general no la necesiten una vez superada su fase de lactación, apareciendo en muchos casos intolerancia a la lactosa (con más frecuencia que en los humanos). Es importante señalar que la leche de vaca tiene mucha menos grasa y proteína que la de la gata, y mucha más lactosa, por lo que ni siquiera en cachorros está indicada”, cuenta Lázaro.

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