Diaz atrás, una avalancha sorprendió al andinista italiano Corra Pesce mientras escalaba El Chaltén con el escalador Tomás Aguiló. Los rescatistas lograron salvar al argentino, pero no encontraron al italiano. 

Carolina Codó, responsable del Centro de Rescate de Montaña de El Chaltén, tres días después confirmó que por esas horas ya no había posibilidad de encontrarlo con vida. 

“A esta altura y sin protección, la muerte se produce en dos horas”, explicó la médica. Sin embargo, los grupos de rescatistas aún trataban de encontrar al escalador. 

Entre ellos estaba Miguel Andrade, un hombre de Comodoro Rivadavia que hace tres años trabaja en El Chaltén llevando carga para distintos campamentos. Hace un tiempo él comenzó a ayudar en el voluntariado de rescate; una tarea difícil que coquetea permanentemente con la muerte.

Este fue el segundo rescate del que participó Miguel en el último mes. El 6 de enero también acudió a la emergencia cuando dos escaladores sufrieron un accidente en la base del nevero de la vía Fonrouge en la Aguja Guillaumet. Ese día una masa de nieve y piedras sorprendió a un alemán y a una austriaca mientras comenzaban a escalar el Guillaumet, y otra vez la tragedia se hizo presente. La mujer fue rescatada ese mismo día y trasladada al hospital, pero el hombre falleció, y allí otra vez Miguel participó del rescate. 

Miguel en el último mes participó de dos trágicos rescates en El Chaltén.

ARRIESGAR LA VIDA

Por estos días el rescatista comodorense, hijo de Armando Andrade, está de vuelta en el Chaltén. Desde el hostel donde vive en la montaña, dialogó con ADNSUR y contó cómo es este trabajo solidario que hace un grupo de voluntarios para rescatar a aquellos andinistas que sufren algún accidente. 

“Lo más difícil es la parte emocional”, dice sin dudar. “Hay rescates muy duros. Hace poquito hicimos uno de 30 horas, donde tuvimos una noche bastante fría. Ni suficiente comida ni suficiente abrigo. Teníamos que ir livianos para el rescate y lo pasamos bastante mal, pero no creo que eso sea lo más duro de todo, porque lo más duro es enfrentarte con la realidad de qué pasan estas cosas y que en cualquier momento podés ser vos el que sea rescatado”.

Miguel asegura que los rescates son como un hobby. Los mismos se realizan a través de la comisión de rescate del lugar, un voluntariado donde participan escaladores con diferentes tipos de experiencias. “Vamos los que podemos cuándo podemos, los que tenemos algo para aportar o tenemos el tiempo cuando hay algún incidente; esa es la manera en que nos manejamos. En mi caso las motivaciones son varias, pero la principal es ayudar al otro en un contexto donde no es fácil brindar ayuda, porque no es fácil llegar a atender a alguien; no es fácil sacarlo de la montaña. Todas esas cosas hacen que uno tenga ganas de estar disponible. Porque no es lo mismo alguien que se lastima en la calle, acá son lugares remotos y no cualquiera puede ir cualquiera, y los que estamos haciendo montaña sabemos que a cualquiera de nosotros nos puede pasar algo, que hay un riesgo en estas actividades y que si no nos vamos a buscar entre nosotros, no nos va a buscar nadie. Es un poco eso, es la solidaridad del ambiente”. 

En medio de la oscuridad, la nieve y el frío. Así son los rescates en la montaña, donde se tardan horas en hacer cada expedición.

SU PROPIA HISTORIA

Miguel tiene propia historia con la montaña. Alguna vez también le tocó estar del otro lado, como rescatado. Era invierno y estaba bajando un cerro con hielo y nieve. Descendía por una ladera empinada cuando resbaló y cayó varios metros sobre un promontorio de piedras. “Me golpeé todo”, recuerda. “Pude bajar un poco más por mis propios medios pero me tuvieron que sacar en camilla. Eso también es algo que te marca porque es uno de los aprendizajes más duros que uno puede tener; el aprendizaje en carne propia”, confiesa, admitiendo que esa también es una motivación al momento de participar en los rescates.

En su caso comenzó de grande a conocer las alturas. Hace unos 10 años empezó a escalar, motivado por aquellas carreras de montaña que lo hacían ver la cima de otra manera. En 2012 y 2013 hizo sus primeras escaladas, sin imaginar que poco tiempo después su vida iba a cambiar por completo.

Es que la vida de Miguel tiene un antes y un después al incursionar en el andinismo. Nacido y criado en Comodoro Rivadavia, a los 18 años se fue a estudiar  Administración y Sistema en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires. Se recibió, trabajó en el ámbito privado y luego volvió a la universidad para ser ayudante de cátedra y trabajar en otros proyectos.

Su vida transcurría entre subtes, horario de oficina y la vorágine que impone una ciudad que todo lo puede, pero las carreras de montaña lo hicieron pensar en la posibilidad de escalar y así comenzó a hacer sus primeras aventuras

El Cerro Tres Picos fue una de las primeras cimas que logró. Luego vendrían un par más, hasta que un día decidió estudiar para guía de montaña. 

En Buenos Aires tenía una vida estable, un buen pasar económico, amigos y un buen trabajo. Por eso la primera opción fue hacer la carrera a distancia, pero se dio cuenta que no era lo correcto y dejó todo.

“Hice un click y pensé que si iba a hacer eso lo tenía que hacer bien, de lleno, haciendo montaña todo lo que pudiera. Así que decidí irme. En su momento fue una decisión bastante drástica porque estaba muy bien viviendo en Buenos Aires. Tenía un buen trabajo, buen ambiente, buenos amigos, pero no me gustaba del todo la ciudad. Y cuando surgieron las ganas de estudiar para guía de montaña me di cuenta que no tenía sentido estudiar a distancia, porque no iba a tener muchas posibilidades de viajar, así que de un día para el otro me decidí a dejar todo”. 

Miguel cuenta que dejar todo fue algo literal. Dejó su trabajo, metió las cosas que entraron en el auto, regaló las otras y se fue a Mendoza para estudiar Guía de Montaña.

En total estuvo seis años en esa provincia, estudiando y escalando, invirtiendo sus ahorros en tiempo y dedicación a su nuevo oficio. Y luego, una vez que terminó la carrera, comenzó a trabajar en el Aconcagua siendo portador de cargas entre los distintos campamentos. Pero un día quiso probar suerte en El Chaltén y otra vez cambió de rumbos. 

En la montaña también se disfruta, tal como cuenta Miguel. "Estoy muy contento, es algo muy lindo y me hace muy bien", asegura.

Desde 2019, Miguel se encuentra en ese pequeño rincón turístico de la Patagonia, haciendo lo que le gusta, ser portador de cargas entre los distintos campamentos y ahora voluntario. 

“Es lindo, vivís cosas fuertes siempre. Cuando vas a la montaña lo disfrutás; en cambio cuando es un rescate hay otras emociones. Ver a la gente lastimada, sufriendo o gente que no puede volver, es algo terrible. Por ahora me quiero quedar acá. Hay muchos objetivos en carpeta. Siempre que hay un hueco a uno le gusta escalar alguna agujita, pero el sueño es subir al Chaltén o el Fritz Roy, aunque todavía lo veo lejos porque requiere otra preparación y muchas cosas complejas que hay que ir aprendiendo”, confiesa.

Es que como dice Miguel “no es solo saber escalar, hay que estar muy preparado para malos climas”, saber moverse rápido en lugares muy remotos y aguantar el rigor que impone un clima complejo.

El rescate en cambio, asegura que es diferente. “Es casi como una obligación moral, y hay muchas formas de participar porque todos sabemos que hay lugares para todos, y diferentes roles en un rescate. Por ejemplo, en el último ya no teníamos más comida y fue un grupo a llevarnos comida y fue increíble, porque esa gente por ahí no necesita tener una gran experiencia, pero hizo un gran aporte al rescate. Pero la verdad es que nunca imaginé que iba a estar viviendo en El Chaltén, trabajando en la montaña y ayudando en los rescates. Estoy muy contento, es algo muy lindo y me hace muy bien, porque es la vida misma, te alimenta el alma y te enseña muchas cosas”, sentencia, el escalador comodorense que dejó su profesión para ser guía de montaña y hoy ayuda en los rescates de andinistas, poniendo incluso su vida en peligro. 

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