COMODORO RIVADAVIA - ‘Loquillo’, como le decían sus amigos del Destacamento 2 de Bomberos Voluntarios a Gustavo Contreras, estaba durmiendo en la madrugada del lunes en la casa de su mamá Lidia. En otra de las habitaciones también descansaban sus sobrinos de 14 y 16 años, hijos de su hermana Fabiana, que dormía en un colchón junto a sus dos hijos menores en el living de la casa de avenida Punta Borjas y Callé Código 2398 del barrio Standard. También estaban en la vivienda otra de sus hermanas y sus hijos.

Tal como relata La Tribuna, algunas horas antes de lo que sería una inusitada masacre, cerca de las 23 del domingo, Gustavo había tenido un cruce de palabras con su cuñado el prefecto Marcelo Osvaldo Soria. Incluso la familia Contreras -amenazada- informó a la policía del incidente. A pesar de la tensa calma que se apoderó de la vivienda, todos los miembros de la familia se fueron a dormir pensando en el inicio de una nueva semana.

En ese momento, Soria mostró su arma reglamentaria, una pistola 9mm, y empezó a recorrer el interior de la vivienda en busca de su cuñado, el bombero voluntario.

Fabiana había quedado tendida en el piso producto de la piña de su ex esposo y apareció en escena la suegra del suboficial de la Prefectura Naval Argentina. La dueña de casa recibió un disparo mortal y, en sólo unos segundos Gustavo Contreras agarró su handy (equipo de comunicación portátil) y llamó con su propia radio a la policía.

Su destino estaba marcado. Soria entró a las patadas a la pieza donde estaba el bombero y lo acribilló a balazos. En ese momento, la casa ya era un infierno. Los nenes pequeños lloraban a un costado de su mamá inconsciente y llegó el turno de los adolescentes de 14 y 16 años, hijos de Fabiana, pero no de Soria, quien le disparó a ambos. Desquiciado, el suboficial le disparó en la cabeza a su hijastra e hirió de un balazo al hermano de esta última que alcanzó a correr aún malherido y pidió ayuda.

El hombre disparó contra la hermana de Fabiana, pero no atinó, y quiso la suerte -o el cargador casi vacío- que no volviera a intentarlo, reservando la última bala para sellar su propio destino. En la vivienda bañada en sangre, gritos y el llanto de sus propios hijos, Soria se disparó en el cuello y se mató.

La policía llegó en contados minutos, se encontró con la nena de 14 años gravemente herida y con el otro adolescente de 16 también lesionado, por lo que ambos fueron trasladados a la guardia del Hospital Regional. El tiro en la cabeza de Yazmín destrozó parte de su cráneo, y estas lesiones -incompatibles con la vida- provocaron su fallecimiento 24 horas después.

Ni los policías de zona norte, ni los bomberos pueden creer aún la escena que vieron en el lugar. Fue un infierno que destruyó mucho más que una familia. Fuente: La Tribuna

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