“Jamás en mi vida se me ocurrió que yo hubiese hecho algo así”, dice Tamara Rubilar. “Yo siempre fui muy conservadora, era docente de la Universidad, investigadora del Conicet y pensé que me jubilaba así. La realidad es esa pero la vida me mostró otro camino”. 

La bióloga recientemente se presentó en la prestigiosa Universidad de Harvard. En Estados Unidos compartió con la comunidad científica los avances de uno de los suplementos dietarios que elaboró en base a erizos de mar para combatir las secuelas de Covid. 

Se trata de un proyecto que tuvo excelentes resultados en la primera prueba médica que se realizó en los hospitales Santojanni, Ramos Mejía y Muñiz. Un estudio de tres meses de tratamiento que demoró un año en completarse con un grupo de pacientes que mostraron disminución en los síntomas neurológicos, neumonológicos y psicológicos, pero también en lo relacionado a niebla mental, olvido, falta de concentración, dolores y movilidad, lo que conllevó a una mejora en el estado anímico y calidad de vida de los pacientes.

Sin embargo, lo cierto es que el trabajo que realizó Rubilar junto a la química Marisa Avaro es el último gran paso de una investigación que profundizó hace años en Puerto Madryn, cuando tuvo que encontrar una respuesta para una enfermedad autoinmune con la que convive uno de sus hijos, una rica historia influenciada por la curiosidad, la necesidad y, sobre todo la serendipia.

El erizo de mar es el objeto de estudio de Tamara. Le permitió innovar y hacer ciencia desde Chubut al mundo.
El erizo de mar es el objeto de estudio de Tamara. Le permitió innovar y hacer ciencia desde Chubut al mundo.

TODO COMENZÓ COMO UN JUEGO

El vínculo de Tamara y la ciencia siempre estuvo, desde chica. La mujer que hace 25 años vive en Puerto Madryn, cuenta que en su infancia ya hacía acuicultura gracias a su hermano, un fanático de la crianza de las algas que la llevó por ese camino. “Siempre me gustó trabajar con animales”, dice a ADNSUR. “Yo digo que mi hermano mayor fue quien me influenció porque con él criábamos escalares, que son unos peces preciosos muy difíciles de reproducir. A él siempre le gustó criar algas de agua dulce y peces, pero era muy bueno criando las algas, entonces mi trabajo era ocuparme de los peces. Era un desafío muy grande porque son difíciles de criar, lograr que hagan el nido, que se reproduzcan y que sobrevivan los escalares pequeños. Siempre fue algo que me llamó la atención. Entonces cuando quise estudiar Biología decidí venirme a Puerto Madryn y me quedé para siempre”.

Tamara junto a sus hermanos en su infancia. "Yo digo que mi hermano mayor fue quien me influenció porque con él criábamos escalares que son unos peces preciosos muy difíciles de reproducir".
Tamara junto a sus hermanos en su infancia. "Yo digo que mi hermano mayor fue quien me influenció porque con él criábamos escalares que son unos peces preciosos muy difíciles de reproducir".

Tamara admite que el frío y su infancia la trajeron a la Patagonia. Nació en Capital Federal, pero en tiempos de dictadura tuvo que exiliarse a Suecia junto a sus padres. Allí pasó los primeros años de su infancia hasta que la democracia le dio la oportunidad de volver a casa, pero nunca le gustaron las ciudades grandes. Por eso, cuando decidió estudiar Biología decidió mirar al sur, a pesar de que podía quedarse en Buenos Aires o ir a Mar del Plata.

Así, la ciudad de las ballenas terminó convirtiéndose en su casa, y el lugar que le permitió dedicarse a la ciencia.

DEL AULA A LA CIENCIA Y EL DESARROLLO

En Puerto Madryn, Tamara estudió Licenciatura en Biología en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco; en segundo año encontró una docente que la llevó por el camino de la investigación y la ciencia y que se terminó convirtiendo en su mentora.

"Siempre fui muy inquieta, de esas personas que rompen y queman etapas y enseguida empiezan otra cosa. En segundo año de la universidad ya quería ser ayudante de cátedra, hacer algo nuevo, como que me aburría solo estudiar. Y conocí a una de mis mentoras, la doctora Enriqueta Díaz de Vivar, una docente de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco que estaba haciendo su doctorado y me invitó a que la ayude a hacer ciencia. En ese momento extraía cerebrósidos que son unas moléculas de una estrella de mar, lo que me llevó a hacer mi recorrido en un laboratorio de química, al lado de una química experta que me enseñó un montón de técnicas que hoy en día uso y que me enseñó el camino de la investigación siendo muy jovencita".

Para Tamara fue un camino de ida que la formó en ciencia y a participar de publicaciones científicas y congresos. Su trayecto estaba marcado: la investigación. Así, una vez que se graduó inició un doctorado en la Fundación Leloir de Buenos Aires, estudiando la regeneración del sistema nervioso de las mismas estrellas de mar con las que trabajaba con Enriqueta para entender por qué y cómo se regeneran los equinodermos.

Tamara junto a Enrique, su mentora que la motivó a incursionar en el campo científico.
Tamara junto a Enrique, su mentora que la motivó a incursionar en el campo científico.

Estaba cursando ese doctorado cuando, junto a su mentora, comenzaron a estudiar los erizos de mar buscando lípidos Omega 3, conocidos porque hacen bien al corazón y al cerebro. En su caso querían extraer metabolitos secundarios, pero no de cualquier forma, y terminó volviendo a la acuicultura.

"A mí no me gustaba esto que teníamos que matar a los animales, entonces comencé a trabajar paralelamente a ver si podía trabajar con acuicultura, pensando ‘si yo los crío, los puedo hacer de otra forma'. En esta búsqueda de los lípidos siempre había una fracción de color violeta que nos molestaba y las tirábamos a la basura, y finalmente de esa fracción violeta es que surge este emprendimiento", cuenta.

Esa fracción violeta de la que habla Tamara es la que tienen las espinocromas que son las moléculas específicas de los erizos de mar y que son antioxidantes y el núcleo que utilizan los productos que produce Promarine, la firma que ella misma creó y que impulsa los suplementos dietarios en base a erizos de mar que ahora elabora. 

"Acá cultivamos los erizos de mar que se crían en cautiverio. Tenemos un proceso en el cual liberan sus huevas de forma sincronizada cada dos meses. En la naturaleza los liberan una vez al año y de esas huevas hacemos extracciones y generamos tres productos para la salud humana".

¿Pero cómo descubrió Tamara lo beneficiosos que podrían ser los erizos de mar? Ella lo explica: fruto de la necesidad, el amor a su hijo y su carácter de científica.

"Mi hijo más chico nació con un problema inmunológico y con muchísimas alergias alimentarias. Estuvo mucho tiempo internado en la Casa Cuna y nadie sabía qué tenía, y cuando finalmente tuvimos el diagnóstico el tratamiento eran corticoides, porque había que bajar la inflamación del intestino, los pulmones y lo que generaban las alergias. A mi me perseguía que muchos corticoides traen muchos problemas a futuro cuando uno es adulto, entonces me puse a leer y a buscar. Me contacté con muchos inmunólogos alrededor del mundo y lo que encontraba es que se recomendaba dar antioxidantes para que se baje la inflamación. Pero en ese momento no se hablaba de antioxidantes como se habla hoy, de hecho no se conseguía en Argentina el único antioxidante que se escuchaba por estos lados".

Tamara buscó por cielo y tierra posibles soluciones. Leyó, indagó y se contactó con diversos especialistas, hasta que en un papers ruso encontró la respuesta gracias a su madre.

"Buscando papers me encontré con uno en ruso y mi familia es de origen rusa así que se lo mandé a mi mamá y mientras estaba leyendo me dice 'Erizo de mar'. 'Pará, mamá, ¿cómo?, volvé para atrás', le dije. Y ella me dice 'Sí, dice que lo sacan del erizo de mar'. Entonces busqué a los autores, les escribí un email y nos vimos por Skype".

Trece horas de diferencia hay entre Siberia y Argentina. Sin embargo, una noche, Tamara pudo acordar un encuentro con Sergey Fedoreyev, conocido en el ámbito científico por ser el líder de un equipo de élite que busca este tipo de moléculas en plantas y hongos, y que generan fármacos, además de ser los creadores de adaptógenos para  astronautas.

"Ellos me ofrecieron que mande mis muestras para allá y me decían si tenían o no. Entonces hicimos extracciones, las mandamos a Siberia y me confirmaron que las espinocromas tenían. Como los erizos de mar se comen en todo el mundo, y desde 1647 se saben que son beneficiosos para la salud, le empecé a dar a mi hijo huevos de erizos de mar y empezamos a ver que había mejoras, entonces dije ‘esto se tiene que optimizar’ y empezamos a trabajar con extracciones".

Tamara asegura que lo primero que disminuyeron fueron "las alergias en la piel y después la frecuencia de los broncoespasmos, y con los años pudo empezar a comer comida que no podía comer".

"En mi casa hoy se sigue consumiendo erizos todas las mañanas de forma religiosa. Entonces dije ‘este beneficio no me lo puedo quedar yo sola, tiene que surgir hacía afuera’. Y nos preguntamos cómo hago yo para que llegue a otras personas. En ese momento la Secretaría de Ciencia y Técnica de Chubut me comenzó a incubar. Durante un año fui todos los miércoles a Rawson para que me ayuden a generar un modelo de negocio, una estructura para salir a buscar inversiones y convencimos a unos inversores locales de la industria pesquera de Chubut que creyeron en mi idea y me ayudaron a construir Erisea".

Hoy Erisea, la planta madre de Promarine es un emprendimiento familiar. Por eso no duda en afirmar que para ella la empresa "es algo que es extremadamente personal y cercano".

LA PANDEMIA OTRA OPORTUNIDAD

La planta de base tecnológica hoy cuenta con dos productos que ya son comercializados y que en pocos meses podrían ser exportados al exterior. Y en pandemia, impulsado por un programa de la Universidad de Harvard, junto a Marisa Avaro comenzó a trabajar en un tercer producto para combatir las secuelas de Covid 19.

Este fue sometido a pruebas médicas con resultados muy favorables y en junio fue presentado en el Seminario "Global Health, Biodiversity, and Therapeutics" donde investigadores de todo el mundo presentaron resultados a partir de productos naturales que pueden llegar a tener beneficios para diferentes problemas de salud.

Tamara junto a Marisa Avaro, la bioquímica que la acompaña desde hace un tiempo y con quien desarrolló el suplemento contra las secuelas de Covid.
Tamara junto a Marisa Avaro, la bioquímica que la acompaña desde hace un tiempo y con quien desarrolló el suplemento contra las secuelas de Covid.

El próximo objetivo de Rubilar es presentar el producto en el ANMAT para poder tener la regulación y poder comenzar a venderlo antes de fin de año.

La científica está feliz y satisfecha por todo este trabajo, principalmente porque el crecimiento de la empresa permite soñar que se puede impulsar este tipo de desarrollos científicos desde el sur de Chubut, la tierra que eligió para vivir y hacer ciencia. 

"Eso es lo que me gusta de la existencia de esta empresa de base tecnológica: que generó un cambio en el sector científico, no solo en Puerto Madryn sino en la región. Porque ahora hay otros científicos pensando en generar este tipo de cosas y que están empezando a involucrarse con las necesidades de la sociedad y con las demandas del privado para tratar de que el conocimiento que se desarrolla en ciencia se transforme en soluciones a las necesidades de la gente. Eso es algo de lo que me siento muy orgullosa, de poder generar un cambio de mentalidad y también saber que le podemos hacer bien a la gente, porque el producto es bueno y el que te compra te vuelve a comprar porque le hace bien. Entonces quiero seguir trabajando para que esto que es piloto se transforme en industrial y podamos ayudar a más gente".

En junio Tamara presentó los avances de su investigación sobre secuelas de Covid en la Universidad de Harvard.
En junio Tamara presentó los avances de su investigación sobre secuelas de Covid en la Universidad de Harvard.

Al repasar su historia y ser consultada de que fue lo que cree que la influyó para hacer todo este camino, ella no duda. 

“Yo siempre digo que la serendipia tuvo que ver mucho en mi vida porque fueron cosas que me fueron pasando y mis reacciones frente a ellas fueron marcando el camino, y también una impronta familiar. Hugo, mi padre adoptivo, me lo dijo el primer año que entré al CONICET, que yo estaba feliz. ‘Vos te vas a aburrir, en 10 años vas a estar haciendo otra cosa', y cuando empecé con todo este problema de mi hijo me incentivó a que dé ese paso. Él también lo hizo en su época, era investigador de ENTEL y se animó a salir a buscar su propio emprendimiento. Entonces esa impronta familiar y eso de que que me aburro creo que me llevaron  generar esto", dice con orgullo demostrando que se puede hacer ciencia e innovación desde el fin del mundo.

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