“Los milagros no solo le suceden a los santos que están destinados a eso, sino que le suceden también a las personas comunes con cosas comunes que tienen que suceder”, dice Daniel Coronel, el hombre que fue párroco de Comodoro, dejó los hábitos y este domingo celebrará el Día del Padre junto a sus hijos. En esta fecha especial, el religioso accedió a contar su historia, el momento cumbre de una gran decisión y lo que significa para él haberse convertido en padre de dos hijos. “Es un milagro”.

El día que Daniel Coronel (57) decidió dejar los hábitos se produjo esa señal que tanto pedía. Recuerda que estaba en la parroquia de Próspero Palazzo y pensaba. Desesperado pedía que baje un ángel y le de una señal que indique que todo iba a estar bien. 

Recuerda Daniel que en ese momento entró un chico que estaba vendiendo pan, se sentó al lado suyo y se puso a rezar. A la distancia cuenta que le preguntó “qué estaba haciendo”, el chico le respondió “rezando”, y él decidió acompañarlo hasta que el chico paró: “me tengo que ir porque mi mamá me va a retar”, dijo y salió de la iglesia. Para Daniel esa fue su señal.

Este domingo, no será una fecha para el ex párroco de la parroquia Ceferino Namuncurá, que funciona al lado de la escuela homónima. Hoy, Daniel celebrará el Día del Padre junto a sus dos hijos, fruto de una relación que inició hace varios años. Por supuesto, esta vez no oficiará misa como hacía en otros tiempos, y tampoco escuchará a los fieles. Sin embargo, podrá disfrutar de este milagro que significa para él la paternidad, tal como dijo a ADNSUR.

Daniel cuando todavía era cura.

UNA DECISIÓN DE VIDA

Daniel es nacido y criado en Comodoro Rivadavia. Creció en el barrio Palazzo y estudió en el Colegio Dean Funes, donde se recibió de técnico mecánico, luego de haber hecho la primaria en la Escuela 23. A la distancia, asegura que siempre supo que quería ser cura, aunque nunca tuvo claro por qué. Así, cuando terminó la secundaria fue en la búsqueda de esa respuesta espiritual para saber “en que estaba llamado para ser pleno y feliz”.

Daniel admite que la decisión de consagrarse no fue fácil. Pensó en la posibilidad de ser ingeniero, ser padre, estudiar, pero un día decidió ingresar al seminario de la Iglesia Católica y formarse para ser cura. Así comenzó su camino al lado de Dios. “Fueron ocho años de seminario. Entre idas y vueltas, crisis y no crisis, llegó el momento de la consagración y para mí fue importantísimo, porque pude decir con un sí a mis preguntas, darle respuesta a esa juventud que tal vez no entendía por qué lo hacía y para que lo hacía”, recuerda sobre el inicio de todo.

Como muchos párrocos de Argentina, Daniel se formó en el seminario de Villa Devoto “San Pedro y San Pablo”. En su regreso a la ciudad, sus primeros pasos los hizo en la parroquia del barrio Ceferino, donde le gustaba “estar con la gente, trabajar con la gente y también con los jóvenes”.

“Fue una experiencia linda, genial, brillante y feliz. Me acuerdo que alguna vez alguien me dijo ‘Dios nos llama para ser felices en el servicio’, y así lo pude hacer”, confiesa con un brillo especial en los ojos.

Daniel trabajó un año entero diferentes comunidades, luego se ordenó diácono y monseñor Pedro Ronchino lo destinó al barrio Ceferino, donde había un gran trabajo por hacer.  Es que Daniel comenzó como administrador de la iglesia, pero terminó siendo el párroco de una iglesia que él mismo vio cómo se construyó. Por supuesto, ese no fue el único lugar en el que estuvo, ya que además, pasó por Km. 5, Laprida, Palazzo e incluso alguna vez reemplazó temporalmente al capellán del Comando y el Liceo Militar General Roca, el padre Kosteki.

Sin embargo, un día, Daniel sintió que tenía que tomar una decisión. Su corazón se empezaba a dividir.

“Fue eso lo que sentí, que un día tenía que tomar una decisión porque el corazón se empezaba a dividir y la iglesia nos pide un corazón indiviso, y en ese corazón indiviso no es que uno se tornaba egoísta por un amor humano y cambiaba ese amor por la consagración. Por eso tomó muchísimo tiempo la decisión, porque no fue decir ‘ahora no quiero ser esto y voy a ser lo otro’, sino una decisión que la fui masticando, rezando, meditando con todo lo que implicaba: volver a empezar, pero empezar de cero, donde ya no iba a estar en un servicio especial de la iglesia, ni que me iba de la ciudad, y tenía que ser el mismo pero estando atrás”.

Como cuenta Daniel, la decisión fue difícil. Lo habló mucho con su familia, también con algún colega, hasta que apareció la última señal que necesitaba y que lo impulsó a dejar ese corazón indiviso que entiende, pero que a sus 40 años quería compartir con una mujer, para formar una familia. 

VOLVER A EMPEZAR DE CERO

Salir a la vida de civil fue difícil para el padre Daniel. Tenía que empezar de cero, con todo lo que eso implica en la vida adulta. A la distancia cuenta que su primer trabajo fue en el Centro de Promoción barrial del Máximo Abásolo, donde fue convocado para trabajar como coordinador. Luego ingresó al Poder Judicial, donde prestó servicios en la oficina del servicio social y la oficina de atención a detenidos y condenados. Y más tarde llegaría una oportunidad en el ámbito privado, como recurso humano de una empresa de transporte petrolero, donde tenía que hacer mediación con el Sindicato de Camioneros, “una experiencia humana muy profunda”, confiesa, donde hasta el mismo Taboada le decía: “No entiendo como un ex cura puede hacer esto”. 

En esa empresa estuvo casi cuatro años, pero un día decidió renunciar por pensar diferente con quien era el gerente. Tras la salida de esa forma, otra vez la Municipalidad lo contrató para trabajar con jóvenes en situaciones de vulnerabilidad y conflicto con la ley penal, algo que recuerda con mucho cariño.

“Eso fue algo hermoso, aunque económicamente el Estado nunca acompaña estos proyectos que pueden cambiar una sociedad. Nosotros vimos cómo impactó esto en los chicos cuando le enseñamos a aprender un oficio, tomábamos un mate con ellos, o los llevábamos hacer una huerta en el Deán Funes. Esas son las cosas que me enamoraron, porque para mí fue seguir sirviendo, pero ya no desde el Ministerio sino desde otro lugar”.

En la actualidad, Daniel es director de la Escuela San José Obrero y da clases en la 723.

A 11 años de haber dejado la Iglesia, Daniel admite que todavía sigue extrañando el ministerio, que es difícil estar alejado a pesar de la edad y que algunas heridas aún no cierran. Sin embargo, siente que a su modo ejerce la paternidad y el sacerdocio en el trabajo, “que es más difícil” y después lo intenta hacer en la casa, “aunque uno no es un tipo perfecto”, acepta.

En su caso Daniel es padre de un chico de 18, Francisco, y una chica de 13, Lucía. Ellos conocen su historia, no preguntan mucho pero escuchan todo. Así, saben que su padre alguna vez fue párroco, pero quizás no sepan lo que significó la llegada de ellos en la vida de él.

“Fue increíble. Lo natural para un varón es tener un hijo o una hija, recibirla entre tus brazos y decir es mi hijo o mi hija. Pero para mi es un milagro, porque es increíble que de uno junto a otra persona pueda salir ese ser nuevo que te planifica y te hace padre. Es una de las cosas más lindas que Dios regala a un ser humano. Verlos crecer y ver como realmente uno puede ser pleno así, porque uno se da cuenta que ellos van a lograr cosas que uno tal vez no logró, y tiene que regalarle todas las herramientas posibles para que sean plenos y felices como lo es uno, pero ellos son la mejor herencia”, sentencia, el hombre que alguna vez eligió ser párroco, y luego formar su propia familia, sabiendo que los milagros no solo le suceden a los santos, sino también a personas comunes con cosas comunes que tienen que suceder.

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