La historia detrás de Ferdinandos, la juguetería del centro de Comodoro creada por un inmigrante turco
Ferdinandos para muchos es sinónimo de infancia. Junto a Pirulín Pirulero y Casa Castaño marcaron una época, dejando una huella en varias generaciones. En este domingo del Día de las Infancias te contamos la historia detrás de una de las jugueterías más importantes que tuvo la ciudad, una crónica de inmigración, amor y mar, el inicio de todo.
Alexandro (83) tenía solo 18 años cuando llegó a Argentina con su padre, su madre y su hermana. En Estambul ya no se podía vivir por las diferencias entre cristianos y musulmanes, y decidieron dejar una de las principales ciudades de Turquía para comenzar una nueva vida.
Buenos Aires fue su primer destino, sin embargo, Ferdinando, su padre, acostumbrado al Bósforo, quería estar cerca del mar y decidió buscar una ciudad costera. Así, la familia Mihoglo llegó a Comodoro Rivadavia, donde dejaron su propia huella gracias a la creación de diferentes comercios, aunque el más importante de todos fue Ferdinando, una histórica juguetería del centro de Comodoro que marcó una época junto a Pirulín Pirulero y Casa Castagno.
COMENZAR DE NUEVO
La historia de la familia Mihoglo en Argentina comenzó en 1956 cuando inmigraron de Turquía. En un primer momento se asentaron en Buenos Aires, sin embargo, dos años después una charla cambió todo para ellos, como recuerda Alexandro.
“Cuando llegamos a Buenos Aires compramos un camión. La idea era carrozarlo, comprar mercaderías en las quintas, ir al mercado de Abasto y vender. Daba muy buena plata y estábamos carrozando el camión en Lanús Oeste, donde había unos rusos, y se acercó uno y nos preguntó qué idioma hablábamos. Le dijimos que a veces turco y a veces griego. Él se presentó y nos dijo que era ruso, y mi papá me pidió que le pregunte dónde había un mar parecido al nuestro, al Bósforo, porque el río de La Plata era todo sucio. Y nos mostró el mapa argentino y nos dijo ‘si usted quiere un mar clarito como el Bósforo, váyase a Comodoro Rivadavia, tiene mar, pero qué mar, señor’”.
Para su padre, esas palabras fueron su boleto de ida a Comodoro Rivadavia y el inicio de una vida en la Patagonia. Al poco tiempo, junto a su familia viajaron a la ciudad del petróleo y, convencidos de probar suerte cerca del mar, alquilaron un local: Confitería Oriental.
Cuenta Alexandro que volvieron a Buenos Aires a comprar harina, azúcar y manteca y traer el resto de sus cosas. Así se radicaron en Comodoro, comenzando de abajo, durmiendo en el camión y trabajando en el comercio hasta que pudieron comprar un terreno en un pasaje de Moreno y Sarmiento.
LA HISTORIA DE VASILIKI
Por ese entonces, Vasiliki Dimitrof (76), que luego se convertiría en su esposa, aún estaba en Estambul. Faltaban unos años todavía para que su familia decidiera migrar a Comodoro Rivadavia por consejo de un primo de su padre que estaba radicado en Kilómetro 8.
Fue recién en 1962 cuando los Dimitrof decidieron dejar Turquía. Sin embargo, la familia sintió el golpe: fue muy grande el cambio de dejar Estambul para radicarse en Restinga Alí, y una mañana, 8 meses después de haber llegado, decidieron irse a Buenos Aires para estar en una ciudad más grande.
En Olivos, junto a otros paisanos de Armenia y Turquía, los Dimitrof se dedicaron a la costura. pero nunca les terminó de convencer el cambio de vida en Argentina y, una mañana, dijeron “basta, volvemos a Estambul”.
Por ese entonces, Vasiliki tenía 16 años y no podía entender por qué sus padres daban marcha atrás con una decisión tan importante luego de haberse mudado con 16 valijas y muchas expectativas, y tomó una drástica decisión.
"Cuando mamá se levantó un día y dijo ‘queremos volver otra vez a Estambul’, yo le dije ‘yo no vuelvo con ustedes’ y les dije: te acordás del chico que nos llevó en Comodoro Rivadavia, voy a ir para allá y me caso con él. Le escribí una carta a mi cuñada y le dije que le diga a su papá que mande una carta diciéndole a mis padres que quería que me case con su hermano, y la mandé sin decir nada”.
Vasiliki había conocido a Alexandro el día que su familia se marchó a Buenos Aires. Como sus padres se conocían, su papá llamó a Ferdinando para que le lleve las valijas hasta Transporte Patagónico. Mientras esperaban la carga, Alexandro preguntó si tenían agua, y como sus hermanas no le quisieron dar porque las valijas estaban cerradas, ella decidió sacar una botella y darle agua a aquel muchacho que luego se convertiría en su esposo.
Eran otros tiempos y los casamientos por arreglo era una costumbre que estaba aceptada y permitida. Alexandro recuerda que el día que su papá le dijo que se iba a casar con una chica que +el ya había conocido pero no sabía quien era, pensó que estaba loco, pero su padre ya tenía una decisión tomada, y aceptó.
Así, poco tiempo después, Vasiliki viajó en avión a Comodoro y dos meses luego lo hizo su padre para dar el consentimiento del matrimonio. A fin de cuentas, ella tenía 17 años y todavía era menor de edad.
A la distancia, Vasiliki recuerda entre risas todo lo que sucedió, admite que sería una locura para ella que una hija o una nieta le hagan un planteo de ese tipo, pero está agradecida a la vida por la suerte que le tocó, ya que sus suegros fueron como sus padres y eligió un marido que es una persona correcta, con el que lleva 59 años de casados, y quien no duda en afirmar que ella es una mujer de fierro.
LA VIDA COMO COMERCIANTE
Por supuesto, los inicios en Comodoro no fueron fáciles para el matrimonio. Cuando llegó, Vasiliki se sumó al trabajo en la confitería, siempre detrás del mostrador como solía pasar en la cultura turca.
Oriental funcionó en Rivadavia 444 hasta 1969, cuando decidieron abrir un anexo de juguetería. Ambos rubros convivieron hasta 1976, hasta que el intendente Alberto Lamberti, decidió que todos esos locales fueran parte del funcionamiento del Concejo Deliberante. Así nació Ferdinandos en la calle San Martín, volviendo al rubro que alguna vez los Mihoglo habían ejercido en Estambul, donde tenían juguetería.
Alexandro y Vasiliki recuerdan esa época con mucha nostalgia. Cuentan que Ferdinandos también tenía bazar, artículos de bebé, colegial y diferentes marcas de juguetes, entre ellas Duravit, uno de los preferidos de los chicos y que aún perdura en el tiempo.
“Fue una linda época. Los juguetes eran muy distintos a lo que son ahora. Me acuerdo que teníamos Duravit, el fútbol de goma. Dos veces al año íbamos a la feria de juguetes; en marzo para el Día del Niño y en septiembre para comprar las cosas de Navidad”, dice ella. “Siempre nos gustó. Jugábamos con los chicos y siempre buscábamos la forma de tener un mejor precio que la competencia. Pasábamos mucho tiempo, principalmente en la época del Día del Niño y Reyes”, agrega él.
La juguetería funcionó casi por 20 años, hasta que en 1995 decidieron cambiarse de local por el aumento de los alquileres, los cambios en el rubro ante el ingreso de mercadería china y de grandes supermercados que ofrecían mejor precio.
Así, mudaron otra vez al lado del Concejo, pero esta vez sobre calle Pellegrini, donde Ferdinandos se convirtió en un multirubro en el cual se vendían artículos y prendas regionales.
La experiencia duró unos años, hasta que La Anónima abrió una sucursal en el Centro de la ciudad y ellos vieron una oportunidad. Cuenta Vasiliki que le ofrecieron al gerente abrir un local de artículos regionales, regalaría y prendas de vestir. La firma aceptó, pero en vez de darles un espacio para un local, decidieron darles lugar en góndola. Así, Alexandro y Vasiliki todos los días iban a reponer artículos. La aceptación fue tan buena, que luego sumaron la sucursal de Caleta Olivia y más tarde la de Río Gallegos. Sin embargo, un día se cansaron y volvieron a la idea original, alquilando un espacio dentro de ese supermercado.
Durante 19 años, el matrimonio tuvo su comercio dentro de ese supermercado. Como siempre, continuaron trabajando junto a sus hijos. Hasta que en julio de 2017, para un Día del Amigo, se dieron cuenta que era el momento de decir adiós a una vida laboral ligada al comercio.
Por estos días, Alexandro y Vasiliki disfrutan de su familia y sus nietos. Están felices del presente que tienen a pesar de los obstáculos que tuvieron que sortear. Y saben que en algún momento todo llegará al final y volverán al mar, aquel lugar que los acercó un poco a su querido Estambul.