El viento soplaba con fuerza aquel 5 de diciembre de 1980. La tierra volaba y se hacía sentir. Ana María Oller estaba embarazada y miraba el paisaje árido de su nuevo hogar con un poco de incredulidad, pero también con esperanza. "No veía un arbolito, pero hoy estoy muy agradecida a Comodoro Rivadavia, que nos adoptó y nos permitió lograr lo que realmente queríamos", recuerda con emoción a la distancia sobre aquella tarde en que llegó por primera vez a esta ciudad del sur de la Patagonia.

Jorge Matei (72) y Ana María Oller (69) vinieron a Comodoro Rivadavia desde Mendoza en busca de un futuro mejor para su familia. Por ese entonces, él era técnico en máquinas de escribir y ella estaba abocada a la atención de sus dos primeros hijos, Vanina y Darío, mientras esperaban a Lorena. 

A la distancia, admiten que no fue fácil venir al sur de la Patagonia. Sin embargo, nunca imaginaron que les iba a ir tan bien. En base al trabajo y sacrificio, dedicaron su vida al comercio, la atención al cliente y el servicio de eventos, un rubro en el que incursionaron gracias a todo lo que sucedió dentro de la Feria "El Gallego", el local que atendieron durante 30 años en Rivadavia 3515.

El local donde funcionó la Feria “El Gallego” durante más de 20 años. Hoy está alquilado y Jorge y Ana María se convirtieron en clientes.  Foto: ADNSUR.
El local donde funcionó la Feria “El Gallego” durante más de 20 años. Hoy está alquilado y Jorge y Ana María se convirtieron en clientes. Foto: ADNSUR.

A solo 17 kilómetros 

Jorge y Ana María se conocieron en Mendoza, su provincia natal. Él vivía en General Alvear y ella en Real del Padre, y se cruzaron en un baile famoso que, por aquella época, había en el Oeste. 

Ana María tenía 17 años y Jorge 21. Él trabajaba en Olivetti como técnico. Cuentan que enseguida se pusieron de novios y durante cinco años tuvo que recorrer 17 kilómetros, ida y vuelta, dos o tres veces por semana, hasta que decidieron casarse.

El 11 de diciembre de 1976, dieron el sí por civil y por iglesia; estaban felices. Luego llegaron Vanina y Darío, y les gustaba su lugar. Sin embargo, el destino iba a ser distinto.

Ana María y Jorge el día que se casaron. Foto: Archivo familiar.
Ana María y Jorge el día que se casaron. Foto: Archivo familiar.

Cuenta Jorge que, en esa época, la fábrica de Olivetti en Paso del Rey dejó Argentina para instalarse en Brasilia, la capital del vecino país. En Mendoza solo quedó la escuela que estaba en la calle Díaz Vélez 365, donde el equipo Lutteral reparaba los motores de los Torinos de competencia. Para colmo, la llegada de la electrónica lo complicó y, poco tiempo después, entre reorganizar y tecnología, se quedó sin trabajo.

Frente a ese panorama, pensaron: ‘¿qué hacemos para salir adelante?’ y ‘por la situación económica y los designios de Dios’, dice Ana María. Decidieron venir a probar suerte a la pujante Comodoro Rivadavia. 

El 3 de diciembre de 1980, los Matei partieron desde Mendoza y dos días después llegaron a la ciudad petrolera. Ana María estaba embarazada de 5 meses y el viento les dio la bienvenida.  

“Llegamos el 5 de diciembre del 80, un día de viento, un calor, las piedras volaban por todos lados y yo tenía una terrible panza. No veía un arbolito, pero hoy estoy muy agradecida a Comodoro Rivadavia que nos adoptó y nos permitió lograr lo que realmente queríamos”, dice Ana María con orgullo.

La familia completa junto a la abuela, la mamá de Jorge. Foto: Archivo familiar.
La familia completa junto a la abuela, la mamá de Jorge. Foto: Archivo familiar.

La tierra del trabajo

Comodoro, por ese entonces, pasaba por un excelente momento económico. Había petróleo, trabajo y oportunidades. Todas las semanas llegaban migrantes de otros lugares buscando su propia América.

Un mes antes, Jorge había venido solo para tantear el panorama. Su idea era buscar trabajo y consiguió enseguida en un taller de Sarmiento y 25 de Mayo, propiedad de unos compañeros con los cuales había hecho un curso en Buenos Aires. Así, cuando trajo a su familia, pudo alquilar una casa en la calle Roca y, un mes después, publicó un aviso en el diario informando que quería comprar una casa. Jorge recuerda que llegaron varios ofrecimientos, incluido el de Rivadavia al 3500.

“Puse el aviso y llegaron como cuatro ofrecimientos. Vinimos acá y era una casa prefabricada que tenía delante una mejora y decidimos comprarla, pero había que arreglarla. Así que, los fines de semana, junto a un tío, reparamos los ventanales y demás, y el 1 de febrero de 1981 nos instalamos acá”, recuerda con orgullo.

Matei siempre tuvo ese espíritu emprendedor y, cuando el taller de sus amigos no fue redituable para vivir, decidió abrir un taller por su cuenta. Asegura que le iba bien, tenía mucho trabajo, pero no contaba con movilidad y eso complicaba la logística y achicaba el margen de ganancia.

Pero todo cambió cuando un tío de Ana María quiso alquilar un local en la zona del barrio San Martín. Su intención era traer su producción de Luis Beltrán y venderla. Nunca imaginaron que estaba naciendo el local comercial que los iba a acompañar gran parte de su vida. 

“Él quería alquilar un local para poner una feria y alquiló acá al frente, en La Cautiva 1168, donde hoy funciona una farmacia. El contrato me lo hicieron a mí, y durante un año tuvo el local, pero luego decidió venderlo y me lo ofreció”, recuerda Jorge. “La verdad es que yo no tenía suficiente dinero para mantenerlo, así que tuve que manejar su camión desde Luis Beltrán a Bahía Blanca, cargando allá frutas y verduras, volver a Beltrán, cargar el resto y venir a Comodoro, una vez por semana. Lo hice durante 5 o 6 meses, hasta que le pagué todo y dejé de ser camionero y nos dedicamos de lleno al negocio.”

Así nació la Feria “El Gallego”, haciendo uso de ese apodo que siempre tuvo pero que nunca entendió; su descendencia es italiana. Los primeros meses fueron duros. Mientras Jorge viajaba, Ana María se hacía cargo del negocio y de los chicos. Era atender por la mañana, cerrar al mediodía, correr para atender a los pequeños y luego continuar la jornada laboral. 

“Fue sacrificado, pero cuando terminó de pagar el local, nos quedamos los dos y ahí empezamos a atender todo el día”, recuerda Ana María. “Empezamos a poner más cosas, agregamos pollería y a trabajar muchas horas, y la verdad es que el barrio nos respondió”.  

La habilitación comercial poco a poco fue sumando más rubros. Primero fueron pollos, chorizos y morcillas, y llegó un momento en que tenían de todo; solo faltaba la carnicería. Por ese entonces, ya construían el local propio en su casa, y así, siete años después, se mudaron a lo que hoy todos conocen como la ex feria “El Gallego”. 

Fueron comienzos duros, recuerda Jorge y cuenta una anécdota para ejemplificar: “Como teníamos estanterías, pero no teníamos plata para comprar mercadería, poníamos cartones en las góndolas y adelante una fila de puré de tomate, latas de picadillo o lo que fuera. El asunto era que de atrás no se viera la chapa de la estantería. Pero, de a poco, fuimos metiendo mercadería hasta que logramos el cometido, que era tener un autoservicio”.

Matei integró la comisión de la Cámara de Comercio. En esos años ya se buscaba integrar Comodoro con Coyhaique. Foto: Archivo familiar.
Matei integró la comisión de la Cámara de Comercio. En esos años ya se buscaba integrar Comodoro con Coyhaique. Foto: Archivo familiar.

Aprovechar las oportunidades

En esa época, la libreta almacenero era la tarjeta de crédito del siglo XXI, y el efectivo era el Mercado Pago que se dispone día a día. Eran otros tiempos, e incluso la forma en que se pagaban los salarios.

En la década de los 90, las empresas petroleras le daban vales de vianda a sus operarios y ellos los cambiaban por mercadería. “El Gallego” vio que en aquellos papeles con troqueles había una oportunidad y fue el primer eslabón del crecimiento comercial del negocio. 

“En Comodoro, los cambiaban solamente un mayorista, así que lo hablamos con Ana y nos animamos a ofrecer nuestro servicio. Empecé a ir al barrio industrial, empresa por empresa, y como había muchos empleados petroleros en el barrio, venían y lo canjeaban por mercadería. Después de los 15 días, lo facturaba y la empresa los pagaba. Eso fue una ayuda muy grande. Llegó un momento en que no entraba gente al negocio porque era impresionante cómo estaba de lleno. Vendíamos muchísimo”. 

La fería “El Gallego” llegó a tener 7 empleados. Eran tiempos de mucho trabajo, a pesar de que en el barrio había al menos 6 negocios en un radio de 10 cuadras. Pero para ellos, ese primer contacto con empresas fue fundamental, porque así llegaron otras demandas que los ayudaron a seguir expandiéndose, tal como recuerda Ana María. 

“Un día, Jorge le propuso a las empresas llevar cosas de limpieza y alimentos para los equipos, y el primer pedido fue de DLS, que quería 1.000 kilos de azúcar. Yo decía: ¿de dónde vamos a sacar tanta azúcar? Y cuando llegó, él me dijo: ‘Quedate tranquila, de algún lado la vamos a sacar’. La verdad es que tuvimos mayoristas que confiaron en nosotros y nos ayudaron también, entre ellos ‘Tito’ Cabaza de Río Bravo, Gamar y muchos proveedores que confiaron en nosotros”, dice agradecida.

La venta fue tan buena que comenzaron a comprar productos directamente a las fábricas de Terrabusi, Canale y Pipore. Había que competir con los mayoristas. 

Por ese entonces, ya habían desembarcado también en el rubro de eventos. En 1996, a pedido de una empresa, empezaron a prestar servicio de catering en los cursos de capacitación en seguridad que se realizaban en la industria petrolera. 

“Me preguntaron si me animaba y dije que sí”, recuerda Jorge. “Había que prepararles un desayuno, un almuerzo y una merienda a la gente que iba a la capacitación. Así que me fui a una distribuidora en la calle Estados Unidos, compré unos manteles de plástico y después juntamos las cucharas, los platos y la vajilla para los eventos. Hacíamos comida como podíamos y empezamos a llevarle a la gente. Pero tuvimos una respuesta muy grande de la gente y de las empresas que se iban enterando de que íbamos organizando una empresa de catering, así que empecé a buscar gente que colaborara con nosotros.” 

La feria impulsó a los Matei al rubro de eventos. Foto: Archivo familiar.
La feria impulsó a los Matei al rubro de eventos. Foto: Archivo familiar.

Eran tiempos de muchísimo trabajo. Atendían la feria, entregaban pedidos a empresas y administraban el servicio de catering. Era ir y venir todo el día. “Iba a una empresa, dejaba a un equipo de gente, iba a otra empresa, dejaba otro equipo y después era repartir la comida. Pasaba por la panadería, compraba facturas, el pan para la merienda y cada vez se hizo más grande y empezamos a hacer eventos de fin de año”. 

En esos años, las empresas comenzaron a agasajar a sus empleados con grandes fiestas y “Manolo Catering” estuvo en muchas de ellas. Jorge y Ana María llegaron a tener servicio para 700 personas, con equipos de sonido, barra de tragos, manteles, cubresillas, lazos y hacían todo tipo de eventos: desde corporativos hasta sociales, e incluso llegaron a tener la concesión de la confitería del Sindicato de Petroleros. 

“Menos divorcio, hicimos de todo”, dice Jorge a modo de broma, y reconoce que fueron años de mucho trabajo. “Fue un sacrificio de toda la familia, porque los chicos trabajaron a la par nuestra, siempre nos ayudaron”.

Manolo catering llegó a tener servicio para 700 personas. Foto: Archivo familiar.
Manolo catering llegó a tener servicio para 700 personas. Foto: Archivo familiar.

La feria “El Gallego” cerró sus puertas entre 2012 y 2013. A la distancia, admiten que cerraron por pedido de sus hijos. En 2008, Jorge tuvo una pancreatitis aguda que lo mantuvo internado durante tres meses. Su estado fue crítico y estuvo intubado. Una vez que se recuperó, sus hijos le pidieron que cerrara el local. La decisión se dilató varios años, hasta que sintieron que era el momento de bajar la persiana y seguir con el servicio de eventos. 

En esos años, ya habían comenzado a realizar los viajes en agradecimiento a San Expedito, el santo que los ayudó a salir de la peor crisis que atravesaron. “Tuvimos un tiempo en que andábamos económicamente mal”, explica Jorge. “Yo había prestado la firma y un gerente de un banco me hizo firmar todos los papeles en blanco de la persona a la que yo salí de garante por un préstamo. Este hombre tenía otras deudas y el gerente me enganchó. El tonto fui yo que firmé sin mirar, pero no podía pagar porque era muchísimo dinero y en dólares.” 

Jorge cuenta que hizo de todo para tratar de solucionarlo. Incluso viajó a Buenos Aires para hablar con el gerente general del banco que lo había engañado. Ana María se quedó en Comodoro atendiendo el negocio, y una chica, amiga de su cuñada, una tarde le llevó una estampita de San Expedito. “Nos dijo que le pidiéramos, que es milagroso, que nos iba a ayudar”.

Para Jorge, fue una bendición de Dios. “Yo no estaba, pero cuando volví de Buenos Aires, ella me dio la estampita y le pedí que nos ayudara. Y empezó a salir mucho trabajo, por demás. El negocio empezó a andar bien, los ingresos bien y empezamos a pagar la cuota. Después vino Menem, puso el dólar 1 a 1 y me acuerdo que, con una fiesta que hicimos, terminé de pagar todo”.

Para Jorge y Ana María fue un alivio. Salieron de deudas y el negocio y sus rubros iban bien. Así, en un viaje a San Luis y San Juan, cuando vio el cartel que decía “a San Expedito”, Jorge no dudó y quiso agradecerle al santo.

“Llegamos y había una pobreza impresionante”, recuerda. “Un calor terrible y le prometí al santo que, si me ayudaba, le iba a llevar gente. Y así fue que, con ayuda del padre Hugo Gúzman, que en paz descanse, comenzamos a hacer viajes. Me dijo: ‘Encargate, dale para adelante’. Así que busqué una empresa de transporte de colectivo y empezamos a vender los pasajes. Todo era nuevo para nosotros, pero siempre con la bendición de Dios.”

En 2007, hicieron el primer viaje y fue un éxito. Al año siguiente, estaban a punto de partir para la segunda travesía, cuando Jorge sufrió pancreatitis aguda. Desde entonces, todos los años viajaron, excepto durante la pandemia y en 2024.

Desde 2007, los Matei organizan un viaje a San Expedito, en agradecimiento al santo que los ayudó en su peor crisis. Foto: Archivo familiar.
Desde 2007, los Matei organizan un viaje a San Expedito, en agradecimiento al santo que los ayudó en su peor crisis. Foto: Archivo familiar.

Por estos días, el matrimonio se prepara para un nuevo viaje, que incluirá Comodoro, San Juan y Córdoba. El 23 de abril partirá el colectivo con 60 personas: 25 que lo harán por primera vez, cinco provenientes de Río Senguer y una de Puerto Madryn. Otras siete quedaron en lista de espera.

Cuando lo cuentan, se emocionan, porque no son viajes por turismo; es una cuestión de fe. “Es emocionante la fe de la gente”, dice Jorge. “Y es una promesa que hay que cumplir”, suma Ana María. “Es muy lindo ver la alegría de la gente. A veces uno piensa que van a pasear, pero cuando volvemos, cada uno da su testimonio y nos sentimos todos hermanos que vamos a pedirle al santo: unos por enfermedades, otros por trabajo, otros por familia. Es la fe, la devoción; será que el santo nos habrá llamado”, dice ella con emoción.

Ana María y Jorge en su casa, rodeados de imagenes familiares y religiosas. Foto: Fredi Carrera.
Ana María y Jorge en su casa, rodeados de imagenes familiares y religiosas. Foto: Fredi Carrera.

Jorge y Ana María son religiosos. Se ve en cada rincón de su casa. En el pasillo de ingreso a la segunda planta, donde descansa un San Expedito, y también en el living, donde hay figuras de la Virgen y otros santos. 

En 2006, un año antes de comenzar los viajes, donaron a la Catedral un San Expedito que hoy está entronizado. Este es el segundo que tiene el templo, luego de la donación de otra imagen que hoy es utilizada para las procesiones.

Por estos días, la actividad de Jorge y Ana María es netamente religiosa y también de acompañamiento, visitando a gente que suele ir a los viajes para charlar o dar una voz de aliento. El catering, hace tres años, cerró sus puertas por pedido de sus hijos. Era tiempo de descansar y disfrutar de los 5 nietos que les regaló la vida.

“Estamos descansando, pero tenemos un compromiso religioso”, dice Jorge. “Los lunes por la mañana abrimos el templo. Debido a la situación económica en la Catedral, no hay gente para abrir, entonces nos turnamos. A nosotros nos toca los lunes y los jueves; ese es el compromiso que tenemos”.

“Además colaboramos con la Iglesia”, cuenta Ana María. “Hacemos un mate bingo con colaboración de más gente. Ahora, vamos hacer uno el 22 de marzo y necesitamos cosas dulces, regalos, porque hay que cambiar el tablero de luz que en cualquier momento se va a prender fuego y cuesta millones”.

Junto a sus hijos, Lorena, Darío y Vanina. Foto: Archivo familiar.
Junto a sus hijos, Lorena, Darío y Vanina. Foto: Archivo familiar.

Lo cierto es que siempre hay algo para hacer, pero, por supuesto, como buenos comerciantes, extrañan el negocio que vio crecer a su familia y los hizo conocer a sus vecinos. “Se extraña”, admite Ana María. “Era algo que nos gustaba a pesar de que lo aprendimos a la fuerza. Pero es muy lindo salir afuera y que todos nos saluden, porque ahora tenemos el local alquilado y, a veces, cuando vamos a comprar, están los clientes que eran nuestros y nos dicen: ‘¡cómo los extrañamos!’ y nos abrazan con mucho cariño. Creo que eso es lo más lindo de todo.”

“Es muy lindo”, suma Jorge. “La Feria nos ayudó mucho y también las empresas, porque a pesar de que éramos nuevos, nos tuvieron confianza. Nosotros también siempre nos llevamos bien, nos consultamos qué podíamos hacer y qué no podíamos hacer, porque tuvimos muchos ofrecimientos de cosas para hacer, pero las desechamos porque queríamos pisar sobre tierra firme. El trabajo lo hacíamos por nuestros hijos, y ellos también nos ayudaron a nosotros a hacer lo que hicimos”, dice Matei, emocionado y agradecido al recordar la historia de “El Gallego”, la feria de barrio que se convirtió en parte de la historia de San Martín.

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