Aprendió a andar en bicicleta hace poco más de un año y completó un viaje a Chile de más de 2.500 kilómetros
Ayelén Quinchamal tiene 31 años y es 100% patagónica, dice con orgullo, haciendo referencia a su origen comodorense y sus raíces tehuelches. En su vida, solo dos veces había andado en bicicleta. Sin embargo, hace más de dos años en un evento de la disciplina encontró el amor y decidió comenzar a practicar el deporte. Lo que nunca imaginó es que un año y medio después cruzaría la cordillera en su propia aventura sobre ruedas. Una historia de amor, viajes y motivación.
“Cruzar dos veces la cordillera en bici, nunca me lo había imaginado en mi vida”, dice Ayelén Quinchamal. La joven hace menos de 10 días completó un viaje de más de 2.500 kilómetros en bicicleta: un desafío donde enfrentó grandes pendientes, vientos, calores intensos y disfrutó de hermosos paisajes y el conectar con la naturaleza.
Ayelén aún tiene la emoción a flor de piel, no puede creer haber logrado tal proeza, mucho menos cuando recuerda que un año y medio atrás tenía miedo de subirse a la bici. “Me daba miedo andar, no podía mirar para ningún lado porque pensaba que me iba a caer”, cuenta a ADNSUR. “El tema es que nunca anduve en bici. Si anduve de chiquita dos o tres veces fue mucho, entonces no tenía memoria en el cuerpo ni nada y al principio me costó”, admite con sinceridad.
De alguna manera, el amor y la aventura fueron las motivaciones que Ayelén encontró para comenzar a pedalear. En una salida de bicicletas que coordinó el Ente Comodoro Turismo, donde trabaja hace 6 años, conoció a Sergio Ambros, su pareja desde hace más de dos años, y terminó ingresando en ese mundo de pedales y tracción a pulmón.
“Nos conocimos en una salida de bicicletas, él fue como participante junto a un montón de amigos y yo estaba en la parte de acreditaciones. Lo vi, pensé ‘qué lindo’, pero ahí quedó todo y después me apareció en Instagram y dije ‘chau’”.
Ayelén admite que en ese tiempo no hacía ningún deporte, “apenas iba al gimnasio”. Sin embargo, veía entrenar a Sergio y le empezó a llamar la atención. “Lo veía a él que andaba y dije ‘estaría bueno probar’. Así que empecé a andar, al principio con miedo, no podía mirar para ningún lado porque pensaba que me iba a caer, y empecé”
Sergio es un apasionado de los deportes. En su vida hizo remo, natación, waterpolo y windsurf. También fue guardavidas, personal trainer y hace un tiempo entrena y arregla bicicletas.
Mientras Ayelén habla, la mira con orgullo y asegura que lo que hizo tiene un gran mérito.
“Yo me encontré con una señorita que no andaba en bicicleta y su evolución fue enorme, literalmente le quedaba chica la costanera para pegar la vuelta, en esas condiciones arrancamos, sin ningún tipo de experiencia y se animó a viajar, así que el mérito es todo de ella”.
Los senderos de Rada Tilly fueron los circuitos de entrenamiento donde Ayelén aprendió a andar. Tuvo varias caídas, incluso en una, camino a Caleta Olivia, llegó a romper el casco de protección, sin embargo, continuó y de la mano de Sergio cada vez sumó más kilómetros y dificultades.
Por ese entonces, la bici ya se había convertido en un medio de recreación y deporte. Sin embargo, un viaje de Sergio lo cambió todo. “En noviembre de 2022 fui a San Martín de Los Andes a hacer el fondo de los Siete Lagos. Fui en bici y Ayelén me acompañó haciendo escalas. Se tomaba el colectivo, llegaba hasta el punto donde tenía previsto parar y me esperaba teniendo gestionado el alojamiento. Esto me permitió viajar rápido y liviano”. Ayelén admite que esa aventura le gustó. Pensó en la posibilidad de pedalear en la ruta cruzando paisajes hermosos, pero sabía que para ella “todavía era un montón”. Sin embargo, algo se había despertado.
Una tarde de junio, en un viaje a Buenos Aires, terminaron diagramando lo que sería su primera aventura sobre ruedas juntos. Sergio tenía pensado ir a Chile cruzando desde Mendoza. Iba a ir solo, pero Ayelén se animó y reformularon el viaje.
“Fue como ‘¿vos te animás?’, pero había que prepararse física y mentalmente, más porque nunca había hecho un viaje, además que yo me siento principiante aún, entonces viajar al lado de un montón de camiones era todo un proceso, pero dije ‘vamos a hacerlo’ y comencé a entrenar”.
“Empecé el gimnasio, me empecé a preparar mentalmente también porque sabía que iba a ser un viaje intenso, además de las subidas y los kilómetros. Soy una persona bastante ansiosa y él me ayudó mucho en cuestiones mentales porque por ratos entraba en colapso, pensaba ‘no hago’, ‘no quiero’, incluso nos pasó durante el viaje porque había viento potente, subidas y entré en colapso varias veces pero él me ayudó en ese proceso, porque creo que más que lo físico era prepararme mentalmente para lo que iba a hacer”.
El 19 de noviembre, una vez que votaron, Ayelén y Sergio emprendieron viaje hacia Chile. Un amigo los llevó en vehículo hasta el cruce de las rutas 26 y 40, y comenzó la aventura.
“Entre que fuimos a votar, comimos y fuimos hasta el cruce, empezamos a pedalear a las 7 de la tarde. Hicimos 51 kilómetros, había viento, estaba lloviznando, hacía frío y paramos en Tamariscos. Cuando llegamos estaba cerrado el parador. Dije ‘me voy a tirar acá’, en el ingreso al parador, al lado de una puerta misteriosa que está al lado de un pasillito. Dormimos ahí muertos de frío, como pudimos y al otro día a las 8 cuando abrió Liliana el parador, entramos a desayunar y nos dijo ‘no abrieron la puerta, no entraron a la piecita, ustedes si son viajeros cuando quieran puede entrar y después arreglamos’. Fuimos, abrimos la puerta y había dos camas preciosas y nosotros durmiendo afuera, pero bueno, ahí quedó, ese día dijimos ‘no podemos cometer estos errores’”, recuerda entre risas.
En total, Ayelén y Sergio hicieron unas 30 escalas. La segunda fue a solo 20 kilómetros, en La Laurita. Las ráfagas de viento superaban los 90 kilómetros por hora y era imposible andar en bici e incluso era difícil llevarlas caminando, admite Sergio.
Esa noche, las ruinas de la vieja estación de servicio fueron su refugio, el lugar para cenar, descansar y reponer energía. Al otro día continuaron camino a Gobernador Costa, luego llegaría Esquel, Futaleufú, Villa Santa Lucía, Chaitén, Puerto Montt, Ensenada, lago Llanquihue, Frutillar, Entre lagos y el regreso a Argentina por el Paso fronterizo Cardenal Samoré para llegar a San Martín de Los Andes. Luego continuaron por Lago Reloj, la Ruta de los Siete Lagos a Villa La Angostura, Bariloche, Epuyén, Cholila, Lago Rivadavia, lago Verde, Parque Nacional Los Alerces, Esquel, Gobernador Costa, Tamarisco y Sarmiento, para finalmente llegar a Rada Tilly.
En total completaron 2.500 kilómetros, toda una osadía al lado de la línea blanca de la ruta, entre camiones, condiciones climáticas y paisajes de ensueño. Ayelén admite que el viaje fue hermoso pero hubo momentos duros, como el tramo de la Laurita y el primer paso por San Martín de los Andes. “Había muchísimo calor, muchísimas subidas y bajadas, y fue bastante intenso. Aparte nos pasó de todo en ese tramo, pero fue increíble. Hace seis meses atrás ni me veía haciendo algo así y la verdad que lo disfruté muchísimo”.
“Es diferente viajar así porque sentís todo, no es lo mismo que ir en un auto, porque sentís hasta los pajaritos, cómo se mueven las plantas, los olores, ves todo con más detalle y eso hace más rico el viajar en bicicleta. Es increíble buscar agua en un arroyo, una cascada, el perfume de las flores, la flora”.
“Ahora quiero seguir viajando con él, no sé si me animaría, pero lo disfruté mucho porque de repente te das cuenta que podés llegar a cualquier lado con la bici. Cruzar la Cordillera, el Samoré, yo me sentí totalmente realizada. Nunca me lo había imaginado en mi vida, entonces creo que puedo llegar a cualquier lado”.
Ayelén lo repite una y otra vez, ella es una principiante y pudo realizar esta gran aventura de más de 2.500 kilómetros cuando hace un año y medio atrás no podía ni siquiera pararse en la bici. Hoy es distinto y todo gracias a aquella salida de bicicletas en la que participó en su trabajo, donde encontró el amor y un deporte, aquel que la llevó a romper sus propios límites.