“El corazón es el centro de casa, tanto taller como la cocina y se comparte mayormente acá”, dice Virginia cuando comienza la charla con ADNSUR. Son las cinco de la tarde del jueves y ella se prepara para lo que será la primera Muestra del Centro Laboral Textil Municipal, el lugar donde enseña a otras mujeres ese oficio que hoy le da una salida laboral.

Virginia está entusiasmada, sabe que mucha gente verá el trabajo de sus alumnas y se siente orgullosa por el producto que lograron hacer en tan poco tiempo. Es que ella misma confiesa que cuando vio las "mochilas terminadas no lo podía creer”.

Virginia recuerda con alegría esa última clase donde además de exhibir sus realizaciones sus alumnas recibieron los certificados del curso de Mochilas. “Fue algo muy lindo, porque espectacular el trabajo que hicieron. Yo les llevé un molde base y les dije ‘chicas vuelen, vuelen en imaginación, yo les presto mis moldes’ e hicieron un trabajo espectacular. Cada una le puso su impronta, su sello, así que estoy feliz con el grupo que hizo el curso”.

Virginia aún no sabe cuándo será el próximo curso. Sin embargo, espera que sea pronto. Mientras tanto disfruta de la muestra que continúa hoy en el Centro de Información Pública, donde seguramente compartirá con otras mujeres parte de su historia. Es que, como cuenta, lo suyo empezó por necesidad. Pero vamos al principio.

UN OFICIO QUE VIO DE CHICA

Virginia llegó hace 10 años a Comodoro Rivadavia. Es oriunda de Jujuy y hace una década, cuando su hija tenía 3, decidió dejar su tierra para buscar un futuro mejor. Por ese entonces, su papá ya vivía en la Patagonia y pensó que buscar trabajo en esta región era una buena oportunidad. Es que, como cuenta, en Jujuy “costaba demasiado mantener un trabajo”. 

“Siempre te tomaban eventual o eran changuitas, no era estable el trabajo. Y acá estaba mi papá, así que nos vinimos para acá y él nos ayudó a progresar”, cuenta al repasar su historia.

Virginia vino junto a Carlos, su pareja, y su pequeña hija. Más tarde llegaría el varoncito y otra pequeña que terminó de cerrar la familia con sello comodorense.  

Los primeros tiempos fueron duros. Carlos trabajó como albañil, soldador, carpintero y mecánico de motos. Ella, en tanto, hacía tortas, arreglos de ropa y como podía ayudaba con la economía familiar.

Virginia confiesa que intentó estudiar, pero se le complicó y dejó. Y decidió volcarse a la costura, aquel oficio que su madre hacía con aquella máquina que nunca podía tocar. 

“A mí siempre me llamó la atención la costura, mi mamá tenía una máquina familiar y siempre uno la quería usar, pero como era chica no podía. Siempre quedó esa pica, hasta que un día comencé. Lo primero que hice fue un vestido de dama antigua para mi nena. Estaba en salita de 5 y lo hice a mano mirando Youtube. Quedó re bonito, todavía lo tengo, y ahí empezó todo. Hacía arreglos de costura: levantar el ruedo, achicar, a mi nena siempre le hacía calzas o una remerita, hasta tejidos intenté hacer y así llegué a la marroquinería, que es algo que me gusta”.

La emprendedora admite que llegó a la marroquinería por necesidad. Su hijo necesitaba una mochila y ellos estaban sin trabajo. La pandemia había parado todo y la economía familiar estaba complicada.

“Salían re caras las mochilas y estábamos sin trabajo, así que lo que teníamos lo invertimos en hacer una mochila y viendo Youtube encontré una que me gustó y empecé”.

Esa primera mochila aún hoy es el molde principal de Virginia. El mismo que usa para la base de sus creaciones. 

Durante estos tres años, cuenta que ha vendido de todo. Sin embargo, en las mochilas hay algo especial. “He vendido muchas cosas, pero empecé haciendo mochilas escolares, ‘urbanas’ como les digo yo, porque son muy versátiles y me gusta. Ahora empezamos con otro tipo de tela, pero cuando viene alguien a pedirme una mochila yo les digo ‘mirá, esta es la que tengo, ahora decime vos cuál es tu necesidad’. Algunos me dicen que son para las notebook, otras que necesitan muchos bolsillos, y así la vamos modificando, entonces si yo te muestro una mochila ninguna va a ser igual”.

Una de las mochilas que hace Virginia. "Mi sello es ver cuál es la necesidad que tiene el cliente", dice con orgullo.

Virginia cuenta que su sello es el hecho de personalizar las mochilas. “Que el cliente diga ‘esto es mío’, ver qué quiere el cliente. Mis clientes más exigentes son mis hijos, pero hago de todo. Acolchonadas, estampadas, con bolsillos y si logro conformarlos a ellos voy a poder con otros. También me gusta que los precios sean accesibles. Algunos me dicen que es muy bajo, pero para mí están bien por las horas que le dedico y las telas que busco, porque trato de que sean muy resistentes”.

Su mochila más económica cuesta solo 22.000 pesos y la más cara 35.000. Sin embargo, ella está conforme. “Vendo a muchas familias, voy a las ferias y reparto mis tarjetitas. No voy con el objetivo de vender mucho, sino que me conozcan y he vendido a muchas personas que han llegado a tocarme la puerta y a buscarme. Yo los recibo en mi casa. Todos me dicen que están re bonitas, reforzadas y les digo ‘si tenés algún problema, volvémela a traer’”. 

Virginia junto a Carlos y sus hijos. "Ellos son mis clientes más exigentes", dice ella con alegría.

Hace un tiempo Virginia decidió perfeccionarse. Primero se acercó a la escuela  profesional 652, donde hizo corte confección y Operador de Maquinas Industriales. Es que, como cuenta, el sueño de cualquier costurera es tener su máquina industrial, y ella sabía que estando capacitada había más posibilidades de usar una máquina de ese tipo.

Y el tiempo le dio la razón, porque poco tiempo después se acercó al Centro Laboral Textil de Divina Provincia. Hizo curso de pijamas, de mallas y reciclado de jean, hasta que un día la invitaron a ser ella quien dé su propio curso. 

Para Virginia fue un viaje de ida. “Me abrieron una puerta y hoy en día estoy capacitando en la confección de mochilas. El primer curso fue básico e hicimos una cartuchera con mochila y lonchera. Hicimos eso porque la necesidad era muy grande, entonces empezamos así y el objetivo es que se sigan sumando chicas al taller. Algunas lo hacen por superación, por sentirse orgullosas de ellas mismas de haberlo logrado, otras porque tienen su mini emprendimiento y están avanzando, y otras para alivianar el bolsillo, y yo me siento identificada porque empecé igual que ellas”. 

Virginia enseñando, el rol que encontró en esta nueva etapa en la marroquinería.

La emprendedora confiesa que le gusta “enseñar pero no quiero que me vean como una profesora, sino como una compañera”. 

“Quizás tengo mi voz fuerte al momento de explicar, pero después es todo risa. Trato de hacerlo lo más amigable posible. Me gusta lo que hago. Empezó por una necesidad, se convirtió en un hobby y ahora lo vendo. Y Lo único que quiero es seguir vendiendo y que reconozcan mi marca, solo espero seguir creciendo y ayudar  a otras chicas a que cumplan sus objetivos”, dice orgullosa, animando a otras mujeres a emprender, a capacitarse y buscar su propia salida laboral. 

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