“Si hace 35 años una persona compró un juego de sábanas, hoy están en el mismo lugar de siempre, en la esquinita”, dice Fernando Costa. Olga Ristic, su esposa, lo acusa y se ríe. “Mi marido es muy estructurado. Si yo traigo una empleada que fue de la prehistoria y le digo ‘buscame un hilo’, lo va a encontrar donde siempre, porque nunca se cambió nada de lugar”, dice entre risas.

Entrar a Casa Costa es sumergirse en la década del 80, cuando la tienda abrió su primera sucursal en Comodoro Rivadavia. 

La tienda original data de 1948. Un documento oficial de la oficina de Servicios y Obras Públicas de la Dirección General de Rentas de la Municipalidad, dice que el 29 de diciembre de ese año, Silvestre, el padre de Fernando, inauguró Casa Costa en la calle Ricardo Rojas sin número de Kilómetro 5.

“Se inició donde está el mástil en la avenida Gutiérrez”, cuenta Fernando, dando precisión al dato escrito. “Era un negocio chiquito, mi viejo era zapatero y comenzó vendiendo cordones, tinta, lo que se usaba en esa época. Después tuvo calzado y más adelante empezó con la tienda”. 

Silvestre emigró de Portugal, de la región de Algarve, como muchos portugueses que llegaron a esta zona de la Patagonia. En el 47 arribó a Comodoro siguiendo los pasos de un hermano que ya se había asentado en estas tierras. Km 5 fue el lugar que eligió para vivir la vida de inmigrante y darle un futuro a su familia.

Fernando, con 72 años recuerda aquellos días de ypefeanos y ferrocarrileros. “El primer local era chiquito, pero después mi papá compró la casa al frente, tiró un quincho y armó un salón comercial en avenida Gutiérrez 940. Yo vivía dentro del mostrador, siempre fui un amante del negocio y cuando los viajantes venían quería estar sentado arriba del mostrador, mirando cómo hacían las compras de mercadería”.

Fernando fue el único hijo de Silvestre y Catalina de Brito. Con nostalgia, recuerda esa época con mucho cariño. “Mi viejo tenía de todo. Perfumería, bazar, zapatos, tienda, todo menor cantidad, pero más surtido de lo que tenemos acá. En esa época vestimos a toda zona norte. Teníamos de vecino a Suares Samper, pero también iban los Macharashvili de barrio Comipa; los Iparraguirre; Rearte; Heras, el anestesiólogo; Raquel Torres, de Detrás del Puente, infinidad de gente conocida, la mayoría gente grande. Pero estoy seguro que si vos buscás alguna persona de 50 o 60 años, de zona norte, te va a decir ‘yo me vestía en Casa Costa’, porque le vendíamos los Sacachispa para jugar al fútbol en Ferro o Usma”, recuerda entre risas.

Fernando y Olga hace 36 años tienen Casa Costa en la avenida Polonia.

Olga y Fernando se conocieron en Kilómetro 5. Ella vivía en Aristóbulo del Valle, entre Alvear y Saavedra, pero siempre iba al barrio a visitar a su prima. Por amigos en común comenzaron a charlar y el noviazgo surgió.

Fernando, por ese entonces, ya pisaba los 30. Olga tenía solo 22 y luego de un año decidieron casarse. “Lo agarré cansado”, dice ella entre risas.

Por ese entonces, ambos trabajaban en el local de Kilómetro 5, pero querían tener lo suyo propio. El Pueyrredón fue el barrio que eligieron para vivir. Construyeron el local, un pequeño departamento en la Avenida Polonia y en 1988 fundaron lo que hoy se conoce como Casa Costa. 

“Hicimos este salón comercial y quedamos con los dos locales”, recuerda Fernando. “Mi papá trabajaba allá y yo trabajaba acá. Dividimos la mercadería y quedamos con los dos negocios, hasta que él a los 88 años dejó de trabajar”.

En esos años, la Avenida Polonia ya había comenzado a desarrollarse. No era el epicentro comercial que es en la actualidad, pero ya contaba con varios comercios en sus veredas, entre ellos el Frutiver. “Estaba como ahora”, dice Olga. “Cuando vinimos acá ya estaba poblado". “El Pueyrredón estaba de moda. Es como hoy la zona norte”. agrega Fernando.

Casa Costa mantiene su fachada original y muebles que incluso formaron parte de la primera sucursal.

La empleada que los acompaña hace más de 9 años que trabaja con Fernando y Olga. Es su segunda etapa en el comercio y asegura que son como sus segundos padres. De alguna forma, ella refleja un poco la historia del local. Su padre, que vivía en el Km 3, le compraba los Sacachispas a Silvestre, cuando tenía el local en el Km 5. Y ella se convirtió en empleada de la tienda que hoy funciona en la Avenida Polonia. 

“Cuando volví estaba todo igual”, dice entre risas, ratificando lo dicho por Olga. Fernando es estructurado y sobre todo ordenado. Esa misma estructura y orden hoy le da un valor histórico al local, con muebles que tienen más de 60 años y parecen salidos de fábrica.

“Este mueble lo hizo el papá de Andrade, que falleció hace poco. Él era carpintero”, dice en alusión al padre del histórico gráfico que dejó este plano hace unas semanas. El mueble está intacto y se suma al escritorio y al archivero que alguna vez fue de la empresa constructora de Fernández Camiña, el abuelo de Olga. Un mueble de hilos de que sólo reconocen entendidos también data de la misma época, al igual que el espacio donde se guardan ordenadamente los cierres.

Sí, en Casa Costa se encuentra de todo, desde artículos de tienda, lencería, ropa para damas, caballeros, algo de niños y lo básico en mercería. Quizás por eso, y por su historia, siempre que hay que comprar algún artículo de ese tipo, los padres nos mandan a esos lugares, donde aún existen calculadoras analógicas que nada saben de cuestiones digitales.

Fernando y Olga junto a la mujer que los acompaña desde hace más de 9 años.

Entre recuerdos, anécdotas y clientes, la charla va llegando a su fin. La pregunta es inevitable: ¿Hasta cuándo les gustaría continuar? Olga lo vuelve a acusar, con una simpatía que denota la complicidad entre ambos. “Si por él fuera se cierra ahora”.

“Sí, yo ya estoy cansado, ya no tengo tanta paciencia”, admite Fernando. “Fui un gran vendedor, pero a los 72 ya estoy cansado, soy consciente de esto, por eso cuando me dicen ‘quiero que me atienda Olga’, no me ofendo. Es más, le digo ‘esperala tranquila’. Yo estoy más para hacer sociales”, admite con simpatía. 

Es que, como dice Olga, “hoy el mercado es distinto, es más compleja la venta. Por ahí nos reímos con ella, porque a veces somos psicólogos de la gente. Es más gente de barrio, que viene, te comenta. A veces quizás sacamos todo, mostramos y nos ponemos a charlar. Perdemos más tiempo, pero porque te requiere el cliente y a veces quiere que lo escuchen”.

Fernando coincide, hoy es todo distinto, y recuerda aquellos años en que Casa Costa funcionaba solo en Km 5. “Mi padre en esos años se iba mucho a Portugal. Íbamos por dos o tres meses y los clientes eran todos de libreta. Entonces les decía, ‘yo me voy a ir tres meses a Portugal, ¿qué es lo que precisás para ese tiempo?’ y les decía ‘llevate todo, me pagás cuando venga’. Y cuando venía, no pasaba una semana que venían y pagaban. Era toda gente ypefeana”. 

El comerciante está agradecido de lo que Comodoro le dio a su familia y no duda en decir: “le tengo que dar las gracias a YPF y el Ferrocarril, también al petróleo y la comunidad en general, gracias a ellos también tenemos un nombre”, sentencia con orgullo. 

Casa Costa es todo un ícono de la avenida Polonia.
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