Gustavo Díaz Melogno, el hombre que marcó a una ciudad con "El Gandul", la travesía de vela más importante de la historia de Comodoro
“Sentimentalmente tengo una deuda de gratitud con Comodoro y Rada Tilly porque este fue mi proyecto de vida y me ayudaron mucho. Además, acá es donde me hice grande, es donde elegí mi camino”. Gustavo Díaz Melogno nació en Buenos Aires, pero creció en Comodoro, donde encabezó diferentes travesías náuticas y la más importante de la región: “El Gandul”. Este verano, volvió a Chubut para cerrar una etapa de su vida, tanto en lo familiar como en el mar. Crónica de un hombre que hizo historia y marcó una época en la ciudad.
Viajes de dos o tres semanas en medio del océano, olas que desafían el paso del hombre y agujas de reloj que se pierden en el horizonte; ese lugar infinito que para Gustavo Díaz Melogno es sinónimo de plenitud y libertad. El mar es el lugar en el mundo de este bonaerense que adoptó la Patagonia como su casa, el sitio donde volvió tres veces en los últimos 20 años para reencontrarse con su madre, sus amigos, su familia y su historia.
La actividad náutica marcó la vida de Gustavo y lo llevó a diferentes partes del mundo: desde el Cabo de Hornos al Caribe, la Antártida, Brasil y España, el país adonde fue su hito máximo.
Para quienes peinan canas, Díaz Melogno es sinónimo de mar, náutica y regatas. Para quienes viven la nueva era, un desconocido, pero lo cierto es que la historia de la región guarda un lugar único para él. El protagonista de esta historia encabezó la travesía náutica más importante que ha visto esta región: El Gandul.
CRECER EN EL MAR
Gustavo llegó a Comodoro cuando era un adolescente. Por ese entonces, ya se había sumergido en el mundo de la navegación. Un curso de timonel, en el Río de La Plata, fue su iniciación en ese lugar donde descubrió que la vida podía ser diferente.
A la distancia, recuerda, que con amigos compró un barquito que utilizó para aprender los primeros secretos de las corrientes. Así, cuando llegó a Comodoro, el mar fue el lugar que lo conquistó. Eran otros tiempos, en un Golfo San Jorge completamente distinto. Por supuesto, él lo recuerda.
“Cuando llegué acá ya navegaba un poquito, pero acá nadie navegaba mucho. Te estoy hablando del año 77”, dice en la entrevista que realizamos en Rada Tilly. “Me acuerdo que fui al club, los de la marina habían dejado unos pamperos y empecé a navegar un poco y fuimos haciendo un grupito. Después hicimos la Federación Patagónica de Vela y empezamos a correr regatas y con Ofe montamos el primer barco oceánico que hubo acá en Comodoro”.
Ofelia es su primera esposa, la madre de Facu e Ignacio, sus hijos, y la mujer que lo acompañó en sus aventuras más allá de estas latitudes. Es que la distancia nunca fue un obstaculo para Díaz Melogno y la aventura siempre lo llevó más allá de los límites marítimos continentales.
“Me acuerdo que comenzamos con un barquito chico”, dice al rememorar los inicios. “Era muy precario, pero era lo que podíamos hacer. Era un desastre”, sentencia entre risas y agrega: “pero con ese barco anduvimos acá y después fuimos a Madryn y al Cabo de Hornos en el año 85, fue un viaje iniciático”.
Cuando lo cuenta, Gustavo recuerda a quienes acompañaron cada aventura. Decenas de personas que se sumaron a cada viaje, siendo testigos y protagonistas de la ruta por medio del mar.
Es que él siempre intentó “involucrar a más gente, que todo el mundo pudiera participar en la medida que quisiera”. Así, mientras recuerda aparecen nombres y rostros, anécdotas y momentos, porque el mar regala tanta felicidad como desafíos. La travesía al Cabo de Hornos es un ejemplo de ello.
“Fue una linda aventura. Embarcamos gente en el club de Deseado, en el Club de Gallegos. El grupo más compacto era con Eduardo Dunaj, Gerardo Arts, Daniel Pinilla, Juancho Toledo y mucha más gente que se sumó en algunos tramos. Pero fue duro, nos cagó a palos el mar, no teníamos radio, nada, pero lo hicimos. Algunos chicos volvieron con principio de congelamiento y yo volví con pie de trinchera, estuve dos meses tomando remedios, pero quedó la aventura”, dice con la satisfacción de solo quien lo logró.
Díaz Melogno reconoce que ese viaje fue “el germen” de todo lo que vino después, porque luego de un viaje a Brasil, decidieron ir por una aventura que atravesara más de un océano.
“El viaje a Brasil nos ayudó a darnos cuenta de que podíamos hacerlo. Estuvimos seis meses navegando; Facu cumplió 2 años en el viaje, le sacamos los pañales y vimos que era viable, que era posible. Me acuerdo de que, a la vuelta, vine dibujando el proyecto de hacer un catamarán porque era más amplio, y Ofelia, en el barco, se mareaba muchísimo. Pensábamos que en el catamarán le iba a ir mejor.”
La decisión estaba: quería hacer un catamarán, pero lo que lo terminó impulsando fue una gran propuesta de un amigo, quien quería pintar un mural en el puerto de Palo, llevando un mensaje en varios barcos, en el marco de los 500 años del descubrimiento de América.
“La propuesta nos encantó”, cuenta Gustavo al recomendar como se dio todo. “Pero me acuerdo que le dije, ‘en un año no voy a poder hacer el catamarán’, porque solo no lo hacía. Entonces, lo que hice fue poner una invitación en el club con una propuesta: que me ayudaran a hacer el barco y les cambiaba su ayuda por viaje, y los chicos que hacían los cursos conmigo se apuntaron. Éramos una banda”.
Díaz Melogno recuerda que le prestaron un techado al lado de los galpones del puerto. Lo acondicionaron y en piso de tierra construyó El Gandul, en grupo. “En nueve meses estaba flotando. Después se rompió todo, pero lo íbamos arreglando en el camino”.
El 13 de diciembre de 1991, El Gandul tocó agua por primera vez y el 23 de febrero del año siguiente partió rumbo a España. Fueron seis meses de viaje, que su tripulación no olvida, mucho menos el momento de la partida, un hecho que quedó marcado en la historia de la ciudad por la repercusión que tuvo en la gente.
“La ciudad se levantó de una manera increíble”, dice Díaz Melogno, recordando con agradecimiento aquellos días. “Una multitud nos despidió; era gente que te abrazaba, que te ponía dinero en el bolsillo, gente que yo no conocía, pero que estaba motivada e ilusionada con el proyecto. Son cosas que te quedan para toda la vida”, dice, y se le eriza la piel.
En España, “El Gandul” se exhibió en la Expo Sevilla, un evento al que asistieron más de 400 personas por día. Gustavo y compañía brindaron una charla, mostraron el barco y dejaron el mural en el puerto de Palos como testimonio de América.
En abril de 1993, la embarcación, con su tripulación, volvió a Comodoro y fue recibida por la ciudad con la magnitud de la hazaña que había logrado en tiempos en que las comunicaciones y las distancias eran mucho más grandes.
“Fue una explosión de gente, los sentimientos a flor de piel, una cosa que no te podés olvidar en tu vida. Fue una época muy rica, muy fuerte en lo humano”, dice Gustavo.
Cuando regresaron a Comodoro, Gustavo y Ofe trabajaron con barcos, llevaron turistas e hicieron escuela de vela. Tiempo después, el turismo los llevó a Puerto Madryn, pero en 1999 quisieron ir aún más lejos y planearon dar la vuelta al mundo.
Era el viaje de sus vidas; tenían todo planificado. Habían vendido su casa, los chicos iban a estudiar en el barco y ellos iban a escribir para un par de publicaciones. Sin embargo, nunca imaginaron que los vaivenes de la economía argentina iban a truncar el camino.
“Era el sueño de nuestra vida: hacer la vuelta al mundo viajando en barco”, admite Gustavo. Escribíamos para un par de publicaciones, teníamos un poquito de apoyo de aquí y de allá, y salimos a la aventura para un viaje de varios años. Los chicos hacían la escuela a bordo y daban exámenes en consulados o embajadas argentinas. Apenas comenzaba internet, así que aquello era mucho más difícil. Pero nos pilló el 2001, el Corralito, y nos quedamos sin ingresos.”
Gustavo y su familia estaban en la zona de Venezuela cuando se enteraron de lo que ocurrió. Intentaron sacar dinero de un cajero, pero fue imposible. Primero, pensaron que la tarjeta estaba rota, pero luego supieron que era por la crisis monetaria y bancaria que sufría el país.
“Tuvimos que parar el viaje porque, de pronto, no teníamos la ayuda que disponíamos; la situación del país no daba para eso y los recursos propios que teníamos como reserva se evaporaron porque perdimos casi toda la casa. La habíamos vendido en cuotas y después se pesificaron y no eran nada. Así que nos fuimos navegando hacia España, porque sabíamos que teníamos doble ciudadanía, y volver a Argentina en ese contexto era la nada misma”.
En tierras españolas, el objetivo era subsistir. El barco quedó abandonado y la vida continuó. Por supuesto, no fue fácil.
EL ÚLTIMO VIAJE DE EL GANDUL
Luego de unos años, Ofelia y Gustavo decidieron continuar sus caminos por separado. Ella volvió a Patagonia y él decidió quedarse en Europa y continuar ligado al mar. En aguas europeas hizo de todo, desde escuela de vela hasta entrenar equipos en el mundo de las regatas y trabajar en turismo, llevando viajeros a vivir a bordo por un par de semanas, desde el sur de Portugal hasta Andalucía del Atlántico. Pero siempre lo que más lo motivó fue vivir a bordo.
“Es lo que me mueve”, dice sin dudar. “Viajar, ir recorriendo tranquilo, es como una forma de vivir, un poquito fuera de sistema, con un pie en otro lado. Eso es lo que me llevó a navegar”.
Lo cierto, es que más que todo, Gustavo siempre mantuvo la idea de completar aquel viaje alrededor del mundo y en 2013, con su pareja, Begonia Filloy, decidieron intentarlo. La idea era llevar turistas para poder financiar el viaje. Sin embargo, otra vez el destino jugó una mala pasada.
El 7 de mayo de 2015, El Gandul se hundió en la zona del Caribe y Díaz Melogno y los otros cinco ocupantes fueron rescatados y trasladados a Nueva York. Otra vez fue volver a empezar.
Cuando recuerda el hundimiento de la embarcación que fue parte de su vida, Gustavo dice: “Un barco muere de viejo o se hunde con los honores, y en este caso fue así”, pero admite que también fue difícil. “Fue un fin de ciclo potente, porque fue obligarme a un desapego que yo no había pensado. Habíamos ido de España al Caribe para poder financiar el viaje en cuatro años, pero perdimos el barco.”
A fines de 2024, Gustavo volvió a la ciudad para acompañar a su madre en sus últimos días y, otra vez, terminó encontrándose con la historia de El Gandul. “Buscando cosas, encontré en una baulera un montón de objetos que habían quedado guardados y que yo ya ni me acordaba. Entre otras cosas, aparecieron unos cuantos libros que había publicado sobre El Gandul. Y hablando de eso, un amigo, Jorge Bilardo, me dijo: ‘A estos libros hay que darles difusión por las miles de personas que fueron a la Costanera cuando el barco salió. Esto es algo de la ciudad’. Y me convenció de que hiciera algo más que dejar tres libros por allá y cuatro por acá. Además, con el Club Náutico Rada Tilly, vamos a presentar el documental del hundimiento que se dio en cines, Netflix y Amazon Prime. La última aventura del Gandul será el martes 14 a las 20:00 hs”, detalla, invitando a todos.
Gustavo lo sabe: este es un fin de ciclo luego de tanta aventura, aunque admite que siempre estará ligado de por vida a la zona. “Sentimentalmente, tengo una deuda de gratitud con Comodoro y Rada Tilly, porque este fue mi proyecto de vida y me ayudaron mucho. Además, acá es donde me hice grande, es donde elegí mi camino. A mí me gustaba navegar, pero recién empezaba. Así que, para mí, Comodoro y Rada Tilly son mi etapa más potente. No tengo más que agradecimiento”, dice con real emoción.
Quizás por todo, y también por la historia de El Gandul, ahora encarará un último proyecto en torno al catamarán: un documental que narre su origen. “Quiero hacer ese trabajo. Lo previo, hablar con amigos y revivir esa experiencia. Están las imágenes, son muy poderosas: la cantidad de gente que nos despedía, la ruta 3 cortada, gente arriba del Chenque, una cosa de locos. Me gustaría mucho hacer eso y después ya puedo seguir, porque hubo personas que nos acompañaron. Entonces, el cierre del Gandul tiene que ser en su espíritu: cómo se logró, toda la gente que nos ayudó, cómo se fue logrando sin medios y conseguir hacerlo a pesar de todo es lo más potente”.
La entrevista avanza. Afuera del edificio de Rada Tilly, donde vivía su madre, se ve el horizonte del mar. La playa está repleta de gente y él está sentado, entre recuerdos, archivos y esa panorámica única. Es que para Díaz Melogno el mar es su tierra, el lugar donde puede tener su hogar, su lugar de vacaciones y el espacio para disfrutar de su hobby y su tiempo libre. El mar es todo.
“Es una sensación de plenitud”, admite. “A veces es difícil transmitir en palabras estos sentimientos, pero es una sensación de libertad, porque el horizonte es infinito. Yo en una ciudad, unos días los paso bien, pero al cabo de un tiempo me falta el horizonte, me falta esa lejanía de poder ver y el adentrarte en el mar. Es una sensación de libertad brutal. Me gusta mucho navegar, pero más allá de que me guste, te metés en la naturaleza. Es una sensación muy intensa, y cada uno lo vive como lo vive, porque a otras personas le pasan otras cosas”.
Lo cierto es que, así como un barco nunca deja de navegar, el navegante tampoco. Gustavo lo sabe y lo ejemplifica con el título de un poema que, de alguna forma, refleja lo que siente por el mar, la náutica y la aventura. “Hay un poema de Bukowski que es 'Tirar los dados' y es muy bueno, porque dice que, si vas a hacerlo, que sea hasta el final; si no, ni empieces. Esto significa muchas veces estar en la mierda, muchas veces no, pero es un poco el espíritu de esto. A mí esto me gusta y, mientras el cuerpo aguante, voy a seguir haciéndolo”, dice Gustavo Díaz Melogno, intentando cerrar el ciclo de esta gran historia que significó El Gandul.