“Fue una experiencia hermosa. Yo siempre me sentí parte del colegio, porque desde los 6 años como alumno; con el club, porque estaba en la parte de básquet y también en la parroquia, porque hacíamos la comunión, la confirmación, estuve en el colegio”. 

Raúl Gonzáles (57) está sentado frente a la puerta principal del Colegio Domingo Savio. Pasaron 15 minutos de las 6 de la tarde y un grupo de estudiantes se prepara para ingresar al turno noche para cursar la carrera de Maestro Mayor de Obra. Raúl se sienta y mira la puerta del instituto donde pasó toda su vida, primero como alumno y luego como docente. Es que él es el histórico profesor de Educación Física del colegio salesiano, cargo que ocupó hasta abril del año pasado cuando se jubiló. Desde entonces continúa vinculado a la institución, pero ahora con otro rol, como padre.

Raúl junto a su familia.

DE ALUMNO A DOCENTE

Raúl nació en Mendoza, pero es comodorense por donde se lo mire. A los 2 años sus padres dejaron su tierra natal y vinieron a vivir a la ciudad buscando un futuro mejor. El barrio Pietrobelli los acunó, en la zona de Alvear y 12 de Octubre. Allí creció, a solo una cuadra del lugar que fue hogar, su escuela y su profesión.

“Toda mi vida disfruté del colegio y del barrio. Hice la primaria y la secundaria en el Domingo Savio. En esa época estaba la cancha de Huracán, así que disfruté esa época de gloria”, dice con la nostalgia del niño que fue feliz. 

Mientras cuenta su historia aparecen los amigos, el club y los lugares que frecuentaba. “En esa época era todo distinto. No existía la plaza, y el colegio que había hecho el padre Corti era nuevo. Tenía un playón al aire libre de básquet y nos pasábamos todo el día jugando o en la calle. Me acuerdo que practicamos básquet y fútbol; a la noche íbamos a los entrenamientos de Huracán y jugábamos a las escondidas en la tribuna. Pateábamos en la cancha. Pero la vida era salir de la escuela, llegar a mi casa, tomar la leche y decirle a mi mamá, ‘me voy al colegio o a la cancha’. Era jugar, jugar y estar todo el día al aire libre. Nos tenían que echar y el padre Renzo Adami siempre estaba con nosotros. Nos armaba actividades. Eso nos marcó mucho”, confiesa.

Raúl admite con franqueza que el padre Adami lo marcó. Él fue el que inculcó el amor por el básquet y le enseñó lo que eran los campamentos. “Él siempre nos recibía y nos armaba actividades, nos llevaba de campamentos, caminatas y durante el año hacíamos actividades”.

Así Raúl vivió su vida en el Savio hasta que terminó la secundaría y decidió no estudiar y buscar otro camino. Sin imaginar que su vida siempre iba estar dentro de una institución educativa. 

Es que poco tiempo después, Mauricio, un amigo de la vida, ingresó a la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco y le contó que había un concurso para ocupar un cargo no docente. Raúl no dudó, se postuló y comenzó a trabajar en la casa de altos estudios. 

En la Dirección de Patrimonio de la Universidad, dependiente de la Secretaría Administrativa, dio sus primeros pasos laborales, hasta que le tocó el servicio militar, que en esos años era obligatorio.

Una vez que terminó la colimba, Raúl volvió a la casa de estudios ya como personal permanente. Fue en ese entonces cuando tomó una decisión: era momento de estudiar. Primero fue por Ciencias Económicas, pero no se enganchó con la carrera, y como siempre le gustó el deporte, decidió anotarse en el Instituto de Educación Física.

Tenía solo 20 años y era el inicio de un largo camino como docente. “Fue una muy linda experiencia. Yo no pensaba en la docencia, pero siempre me gustó el deporte y hacer actividad física y dije ‘me meto al instituto’. De a poquito fui viendo lo que era realmente y me fui enganchando y bueno, fueron cuatro años hermosos, gracias también a la universidad que me brindó todos los espacios para poder estudiar”.

Raúl, junto a Claudio “el Mudo” Olivera, “Toti” Sapia, Leo Pissano, entre otros, fue parte de la tercera promoción del INEF y en su caso antes de recibirse comenzó a trabajar en el área de Deporte de la Universidad. 

Con orgullo, el profesor cuenta que tuvo la fortuna de ser docente en todos los niveles educativos, incluso en nivel inicial, cuando fue docente en el jardín maternal que tenía la obra social DASU. Pero su camino, realmente estaba en la primaria y secundaria, tanto en la educación salesiana como pública. 

UNA VIDA EN EL SAVIO Y LA 34

Durante 32 años, González fue profesor de educación física en el Colegio Domingo Savio y durante 25, en la Escuela 34 del barrio San Martín. Aunque pocos saben que antes también trabajó en el Colegio Deán Funes, en su primera experiencia en educación en 1990.

Para Raúl volver al Savio fue volver a su casa, porque como dice, siempre se sintió parte del colegio. “Fue una experiencia hermosa. Yo siempre me sentí parte del colegio, porque desde los 6 años lo viví como alumno, con el club porque estaba en la parte de básquet y también en la parroquia porque hacíamos la comunión, la confirmación; y este cura, que es el padre Adami, nos recibía y nos armaba actividades, nos llevaba de campamentos, caminatas, durante el año hacíamos actividades, así que era lindo volver al colegio donde uno había empezado”.

Cuando ingresó al Savio, Mabel Soto ya trabajaba en el establecimiento e incursionaba en algunas actividades al aire libre. Eso marcaría el inicio de los campamentos y las salidas recreativas; actividades que encabezó Raúl junto a Mabel durante muchos años, acompañados por el equipo pastoral y docente de la institución. 

“La experiencias de los campamentos y los viajes fue hermosa. Lo más lindo que me dejó fue poder descubrir en los chicos que la actividad les gustaba, la disfrutaban y te la pedían, porque todos estaban entusiasmados de poder ir a educación física y después te preguntaban ‘¿cuándo es el campamento?, ¿Cuándo salimos de caminata?’, entonces era lindo, porque era que uno propone algo y los chicos aceptaban, gracias también a la institución y quienes nos acompañaban, porque solo no lo podíamos hacer”.

Los campamentos y las salidas eran por curso, tres divisiones, con 90 chicos, viajando a un mismo lugar. Para quienes vivieron esos años, era el momento más esperado del ciclo lectivo, el espacio para compartir juegos, risas y construir anécdotas; desde lo que sucedía en algún fogón, alguna caminata y por supuesto las reflexiones finales al lado del fuego, un momento emotivo para quienes estaban en los últimos años.

“Era algo muy lindo. Lo hacíamos de primero a sexto. Eran otros tiempos. Al principio los mismos chicos de sexto año eran los guías, luego tuvieron que empezar a ser docentes y ahí se complicó más porque la escuela quedaba vacía. Me acuerdo que cuando armamos el proyecto con Mabel y la parte pastoral, se pensó: primer grado una caminata cerca, en Astra o Saavedra; lo mismo segundo; tercero era pernoctar una noche, cuarto dos días en Camarones, quinto en el Dique Ameghino; sexto, Puerto Pirámides y séptimo la Planta de Educación Física de Esquel. Luego fue cambiando, con la nueva Ley Federal de Educación no se pudo seguir yendo al Dique Ameghino porque hubo un accidente grande, entonces hicimos Tercero, Astra; Cuarto, Camarones; Quinto, Pirámides; Sexto, Puerto Madryn y Séptimo nos íbamos a un hotel salesiano y hacíamos Rawson y Madryn”.

Raúl recuerda cientos de anécdotas de los viajes, algunas lindas y otras que a la distancia también dan risa, pero en su momento no tanto. Es que a fin de cuentas, quienes viajaban eran chicos, donde las travesuras estaban a la orden del día.

Con orgullo, dice que alguna vez también pudieron hacer campamentos y salidas en la 34, cuando el edificio estaba en construcción y no había espacio para poder hacer educación física. Así, hicieron salidas a Puerto Madryn, también a Rada Tilly y al Parque Saavedra.

El 31 de marzo Raúl tuvo su último día de clases. Por ese entonces ya no estaba en la universidad, espacio que dejó 2012 luego de 32 años de servicio. Asegura que no fue fácil el retiro, aunque la pandemia algo ayudó. 

“Fueron sensaciones difíciles. Era difícil decir ‘chau, no vuelvo más a la escuela’, pero la pandemia ayudó a que uno vaya haciendo el duelo, y en sí no me costó mucho dejar, porque yo venía a dejar a mi hija a la escuela y veía a los chicos, los saludaba, pero bueno son etapas que hay que seguir superando”.

Raúl y una emotiva despedida en su último día de clases.

En la actualidad, sigue vinculado como padre llevando a Martina, su hija menor, quien ingresó a primer año del secundario. Así, el hombre que vivió toda su vida como profesor continúa su vida como amigo, vecino, disfrutando de una cátedra que hasta ahora estaba pendiente. 

“A partir de ahora el único compromiso que tengo es con mis hijos, mi familia y con uno mismo. Yo me acuerdo que en la carrera teníamos una cátedra que se llamaba Recreación y Tiempo Libre. Y bueno, ese tiempo lo uso para mí; salgo todos los días a caminar, a hacer alguna actividad física, llevo a mis hijos a la escuela, me gusta hacer cosas al aire libre… ahora nos juntamos con un grupo de vecinos en el barrio y estamos plantando, forestando, y bueno, tengo amigos que conquisté en la vida que nos gusta ir a pescar, así que cuando el tiempo nos da nos vamos, pero manejo mis tiempos”, dice.

Raúl en el Lanín con la bandera Argentina. "Siempre la lleve a casi todos los campamento", dice con orgullo.

La charla va llegando a fin. Los chicos que esperaban ingresar al Savio ya lo hicieron y Raúl se prepara para ir a buscar a sus hijos, sus pasajeros frecuentes que lo siguen vinculando a ese gran amor que descubrió en el INEF, la docencia, el oficio que le permitió dejar una huella en varias generaciones.

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