Podría ser una embajada, también una colectividad o, por qué no, una asociación donde los paisanos se reúnen para reencontrarse con su cultura, compartir experiencias o simplemente recordar su tierra. Sin embargo, es un negocio, un pequeño lugar que se terminó convirtiendo en un rinconcito de Venezuela pero en Comodoro, aquella ciudad donde comenzó la historia petrolera argentina. 

Maku Arepas Café el próximo mes cumplirá tres años desde que abrió sus puertas en Mitre e Yrigoyen y sus propietarios, Abdel Mata y Carmen Gil, nunca imaginaron que una simple idea terminaría siendo un punto de encuentro con su cultura. Cuando lo cuentan, se emocionan. Aparecen cientos de imágenes que pasaron frente a sus ojos: dos paisanos que entre lágrimas se reencontraron en el local sin saber que ambos estaban en Argentina; el padre que le cuenta al hijo, ya argentinizado, que así se comen las empanadas en su país; y aquel hombre que entró al local para pasar al baño y terminó recordando su vida en Islas Margaritas, aquellas famosas playas que muchos comodorenses añoran conocer. 

Carmén y Abdel en Venezuela, mucho tiempo antes de migrar.
Carmén y Abdel en Venezuela, mucho tiempo antes de migrar.

Abdel y Carmen lo saben, su pequeño lugar se convirtió en un espacio de encuentro. 

“Eso es lo que más nos gusta, que sirva como un sitio de encuentro donde se pueda expresar lo que es nuestra cultura, nuestra comida… ser un embajador de mi tierra acá”, dice Carmen. “Porque más allá de que es un comercio que nos está dando un poquito de sustento a cada uno de nosotros, es un lugar donde podemos contar sobre nuestra tierra: ‘¿Es verdad que hace calor?’, ‘¿es verdad que la playa es azul?’, mantenerse en contacto con lo que es lo mío”, cuenta con nostalgia. 

DE VENEZUELA A LA PATAGONIA

Abdel y Carmen, hace seis años emigraron a Argentina. Vivían en Camana, la ciudad costera en la que nació este ingeniero mecánico y el lugar que la bioanalista eligió para hacer sus estudios universitarios. A la distancia, cuentan que se conocieron por una vecina de él que era compañera de ella. Las chicas necesitaban hacer un trabajo y le pidieron ayuda a aquel joven que vivía en el mismo sector. Desde entonces están juntos.

En su país, Carmen y Abdel se casaron, tuvieron dos hijas y vivían una vida cómoda, fruto del esfuerzo y el sacrificio, hasta que la crisis comenzó a mostrar su peor faceta y un día se encontraron con que no tenían qué darles de comer a sus hijas.

“Llegó un momento en el que abrimos la heladera de la casa y no teníamos para comer y teniendo dos niñas pequeñas había que buscar qué hacer”, cuenta Abdel. 

Abdel y Carmén decidieron irse de Venezuela cuando se hizo dificil llegar a fin de mes con un plato de comida.
Abdel y Carmén decidieron irse de Venezuela cuando se hizo dificil llegar a fin de mes con un plato de comida.

“En principio la idea original era salir de Venezuela por la crisis y comencé a aplicar y mandar currículums a diferentes países. Mandé a Estados Unidos, Canadá, Chile y Argentina. Casualmente se abrió la posibilidad acá en Argentina y decidimos venir”. 

Abdel en Venezuela tenía un cargo de director en la petrolera en que trabajaba. Su profesión como ingeniero mecánico con especialización en petróleo y gas, era buena. Mientras que Carmen trabajaba en la salud pública y tenía su propio laboratorio, además de un emprendimiento donde vendía productos vinculados a su especialidad. 

Los tres ingresos les permitían vivir bien, pero en un momento, producto de la inflación, los sueldos quedaron muy bajos y se les hizo difícil llegar a fin de mes. 

La decisión estaba: había que migrar de Venezuela, pero nunca imaginaron que la primera respuesta iba a llegar del sur de Argentina. 

Su primera oferta laboral fue para radicarse en Las Heras, un pequeño pueblo de Santa Cruz que creció gracias a la actividad petrolera en esa zona. 

Hace seis años, Abdel y Carmén migraron a Argentina.
Hace seis años, Abdel y Carmén migraron a Argentina.

Carmen recuerda que cuando lo entrevistaron por internet, quienes lo llamaron le contaron que era bien al sur y su respuesta fue tajante. “Yo no sé lo que es el sur, yo quiero trabajar y vivir dignamente”.

“Recuerdo que me preguntaban ‘¿cuánto es tu sueldo?’, ‘¿20 dólares?’, ‘vos me estás jodiendo, ¿cómo hacés para vivir?’ Inventamos, en vez de comer pollo comíamos pura verdura, conseguíamos yuca todos los días, es muy económica”, recuerda él.

Como muchos inmigrantes, Abde vino solo a Argentina. Necesitaba conocer el lugar y saber si era adecuado para su familia. Admite que esos tiempos fueron duros. No solo por la distancia de su país y familia, sino también por el frío. Es que los migrantes que llegan de estas latitudes, aparte del desarraigo, tienen que acostumbrarse a condiciones climáticas totalmente distintas, un paisaje nuevo y una nueva cultura, pequeñas cosas que al principio castigan con fuerza. 

“Yo había leído sobre el frío en Comodoro y Las Heras, pero no todos tenemos esa noción. Decían ‘hoy va a haber 100 kilómetros de viento por hora’, pero pensás ‘¿qué será eso?’ y el primer día que salí acá lo hice con una remera y un rompevientos, caminé una cuadra y tuve que volver porque el frío me estaba matando. Ese día entendí lo que era el frío y el viento”, recuerda entre risas.  

Abdel intenta explicarlo. “En Venezuela hace 25 grados y nos estamos congelando. Y acá yo caminaba siete cuadras hasta llegar al restaurante y golpeaba la puerta a las 8 de la noche, me moría de frío y estaba todo oscuro. ‘Señor, ¿usted qué quiere?’, me preguntaban, ‘comer’, ‘pero aún no es la hora’, me decían, porque también hay esa diferencia cultural. Nosotros cenamos a las 7, 8 de la noche en Venezuela y acá a las 10, 11 de la noche. La primera semana todos me conocían porque era el diferente, el que quería comer temprano”, recuerda y ríe. 

Arepas venezolanas en Comodoro, una forma de mantener las costumbres y tradiciones de su país.
Arepas venezolanas en Comodoro, una forma de mantener las costumbres y tradiciones de su país.

Solo tres meses Abde y Carmen estuvieron en Las Heras, luego decidieron radicarse en Comodoro, había más posibilidades y muchas veces en esta ciudad encontraban respuestas que necesitaban. Así, cambiaron la distancia por comodidad y él mantuvo su trabajo, viajando a diario o cada dos días. 

Seis años después aún duele la distancia con su país. “Todavía nos cuesta”, admite Abdel. “Siempre pensamos en regresar, pero las condiciones no están. Pero siempre tenemos a Venezuela en nuestro corazón, todos los días y parte de este local es eso porque estamos rodeados de Venezuela”. 

Carmen admite que siempre les interesó el comercio. En Venezuela tuvieron su propio negocio y en Comodoro también buscaron hacerlo, primero vendiendo a través de internet y luego abriendo su propio local. 

“Abrimos pospandemia, cuando todavía había algunas restricciones y la policía verificaba el horario para que esté cerrado. Yo estaba en casa con las niñas y estaba buscando algo más que hacer. Empecé a vender por las redes y se presentó la oportunidad de alquilar el local. La intención era contactar a todas estas empresas pequeñas que empezaron a buscar y elaborar nuestros productos y ser distribuidores en Buenos Aires de lo que son las harinas para las arepas, el queso, que se empezó a producir aquí, las gaseosas, las maltas, esos sabores venezolanos que ahora se producen en Argentina. Así que dijimos ‘vamos a invertir los ahorros de nuestro tiempo acá y las ganas de trabajar’”. 

Carmen y su cuñado se dividían los turnos para atender el negocio. En ese momento era un pequeño kiosco, donde además de productos venezolanos se podía conseguir lo que se encuentra en cualquier multirubro argentino. Sin embargo, el cierre del local de al lado, la histórica verdulería “Ver ver”, cambió todos los planes y Carmen y Abdel vieron una oportunidad para ampliar su local.

Abdel y Carmén junto a una parte de su equipo de trabajo. El plantel está integrado por venezolanos y una argentina.
Abdel y Carmén junto a una parte de su equipo de trabajo. El plantel está integrado por venezolanos y una argentina.

“Tuvimos la posibilidad de conseguir el local para alquilarlo y decidimos extender nuestro negocio y hacer algo que tuviera que ver con lo mismo. Entonces tomamos los productos, la materia prima y la convertimos en comida. Hacemos arepas con harina de maíz rellena de pollo, carne, palta, y le damos nuestro sabor; después hacemos los tequeños que se hacen con queso venezolano y harina de trigo, con desakata, una mayonesa que se hace con ajo y perejil; besos de coco; papelón con limón, que es azúcar negra con limón; la chicha venezolana, hecha con arroz, leche condensada, canela; el patacón que se hace con plátano verde con carne, pollo, jamón, ensalada y se convierte en un sándwich de plátano”.

Carmen asegura que para ellos es una alegría poder tener este negocio, donde se sienten más cerca de su país. “Trabajar en este negocio es hablarles a todos de Venezuela y recibir a quienes son de Venezuela. Este local ha sido un sitio de encuentro. Hemos estado presentes cuando llegan dos personas que no sabían que ambas estaban en Argentina y terminaron abrazados, llorando, compartiendo porque estudiaron juntos, porque fueron familia”, explica. Mientras habla, Abdel escucha y agrega: “Hemos tenido casos de inmigrantes venezolanos que vienen con los hijos y le explican: ‘Esto es una empanada venezolana’ y lo comen con una malta, un desayuno muy típico, y ha habido esa conexión con la gente, de explicarles a los más chiquitos cómo es nuestra gastronomía en Venezuela”. 

Del Instagram de makuarepas

El local es atendido por otros venezolanos y una argentina que adoptó la cultura de ese país como propia. Es que la idea es que ellos puedan transmitir con la misma pasión las costumbres y tradiciones de su país, no solo para reencontrarse con su tierra por un ratito, sino también para poder contarles a los clientes argentinos, algo sobre su patria.

Hoy, a casi tres años de su inauguración, el local tiene tantos clientes argentinos, como venezolanos que se acercan a encontrarse con algún sabor o que llevan a sus hijos para que conozcan y sientan sus productos.

Es que como dice Carmen, hoy muchos venezolanos de alguna forma están entregando sus hijos a la Argentina. Se educan con nuestra historia, nuestra geografía, y poco a poco los saberes principales van cambiando, logrando esa simbiosis que solo conoce el hijo de un inmigrante. 

La charla va llegando a su fin. Carmen trae un vaso de chicha de arroz, queso venezolano y un jugo. Cuenta sobre sus sabores, que esos productos se comenzaron a elaborar en Argentina e invita. “Esto es lo que buscamos, que sea un sitio de encuentro donde pueda expresar lo que es mi cultura, nuestras comidas, ser un embajador de mi tierra acá”, dice sobre ese pequeño comercio que se convirtió en un rincón de Venezuela en el sur de la Patagonia.

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