“Me encanta Rada Tilly y no lo cambio por nada”, dice César Irala. Son casi las 6 de la tarde del viernes. Todavía está en el gimnasio. La gente entra y sale, y él repasa fotos de su infancia, aquellas que de alguna forma muestran el crecimiento de la villa balnearia y lo mucho que ha progresado en los últimos años.  

César nació y se crió en Rada. Su infancia fue entre la playa, el salitral y el único edificio de la ciudad. También entre la escuela y la vida social de antes que permitía que se conozcan entre todos.  Hoy la villa creció y el paisaje y la expansión hacen que todo sea diferente. Por supuesto, sigue siendo tranquilo, lindo, pero todo es más amplio como la ciudad en que se convirtió.

Los Irala son conocidos en la villa. Santiago (80), el padre de César, fue gasista, albañil y el portero histórico del único edificio que hay en la Avenida Costanera. Su madre, Nelly, visitó decenas de casas de familias, hasta hace cuatro meses cuando decidió dejar de trabajar con 80 años.

Ambos se conocieron en Buenos Aires, adonde emigró Santiago. Sabían que en la Patagonia había trabajo y decidieron venir a aquella ciudad de la que tanto se hablaba. Sin embargo, por cosas del destino terminaron en el poblado vecino. 

En esos tiempos, la villa era solo un par de casas, el hogar de verano de algunas familias de Comodoro, el recreo del fin de semana o la playa para pisar la arena y sentir el frescor de la ola.

Su documento dice que nació en 1978. Hijo único, creció jugando entre la calle Piedrabuena y los recreos de la escuela 12. “Era otra época, nos conocíamos todos”, dice César.

“Yo vivía en la calle Piedrabuena, al frente del edificio. Jugábamos acá, veíamos re lejos la salina, íbamos a juntar latitas y después toda mi infancia fue en el Gimnasio Municipal. Salíamos de la escuela, comíamos y ya nos encontrábamos en el gimnasio a jugar al fútbol. Vivíamos ahí”.

César aún guarda entre sus recuerdos una foto de su primera infancia. Tendría unos cuatro años, está con su madre y frente a él se ve una construcción. Es un edificio, el único de Rada Tilly, donde luego su padre sería portero. “Era re lindo, planta baja, el mar al frente, hermoso. Toda la vida estuve ahí”, recuerda con nostalgia.

César y madre: un recuerdo de su infancia y el Rada Tilly de antes, cuando se estaba contruyendo el único edificio de la villa.

A la distancia, cuenta que estudió en la escuela 12 y en la 718, que siempre le gustó la educación física y que cuando terminó la secundaria el destino fue trabajar y entrenar. 

“Siempre me gustó la gimnasia y cuando terminé la secundaria empecé a trabajar y a practicar boxeo como aficionado. Después empecé a competir y competí hasta el año 2000. Hice un promedio de casi 30 peleas, entrenaba en Comodoro, pero no había mucha competencia”. 

DE ENTRENADOR A EMPRENDEDOR

César hizo de todo en su juventud. Trabajó en un kiosco de revistas, paseó perros y limpió jardines hasta que, en el 2000, comenzó a trabajar en el Gimnasio Municipal de la villa. Y fue un camino de ida. 

“Empecé a trabajar en el gimnasio de Rada Tilly como instructor de boxeo y me empezó a gustar toda la parte de enseñar. Me fui un tiempo a Buenos Aires y me capacité en fitness grupal. Ahí arranqué. Pero aparte trabajaba en una pizzería. Después estuve en gimnasios, de personal, hice el curso de personal trainer, musculación, aerobox, localizada y me empecé a capacitar en programas que se especializaban en eso: Bodypump y Bodycombat”.

Con orgullo, cuenta que pasó por la mayoría de los gimnasios de Comodoro. Su primera experiencia fue en Stadium, frente al Colegio María Auxiliadora. Más tarde llegaría a la CAI y luego a + More, donde conoció a Andrea Correa, su pareja, que es profesora de educación física. 

César admite que el nacimiento de Renata, su hija mayor, le hizo un click. Sentía que trabajaba mucho y no era rentable, y decidió cambiar de rumbo. Así, entró a trabajar a una empresa abocado a actividades logísticas con transporte de personal. Pero el bichito del entrenamiento siempre estaba latente y junto a Andrea decidieron alquilar un salón del CART.

El espacio estaba vacío de lunes a viernes y los fines de semanas se alquilaba. Así, daban clases en la semana y descansaban sábado y domingo. Eran tiempos de mucho trabajo.

“Eran muchas horas trabajando. Trabajaba en el campo, llevaba gente y tenía clases de boxeo a las 10 de la noche. Terminaba y al otro día de nuevo 5 o 6, hasta que un día vino un amigo mío, mi socio, Fede Blanco, y me tiró la propuesta de poner Invictia. Ahí comenzó el sueño. Me acuerdo que me llamó y me dijo, ‘tengo un local en la Avenida Moyano’. Yo siempre veía el cartel gigante de ‘se alquila’ y pensaba ‘qué bueno que está para poner un gimnasio’, y me dice ‘andá a verlo cuando puedas’. Cuando lo vi dije ‘es esto’. Era para una sala de fitness. Me gustaba la idea, pero me daba miedo. Estaba cómodo, tenía un buen sueldo, obra social, pero nos arriesgamos y arrancamos”.

César junto a Fede Blanco, su amigo y socio en Invictia.

Invictia comenzó con 5 bolsas de boxeo, una consola, dos parlantes, seis barras de body pump y otros pocos equipos, pero César nunca imaginó que se iba a convertir en esto que es hoy, luego de 9 años de actividad ininterrumpida. 

“Así empezamos, con la sala de fitness, algo sencillo. Luego compramos máquinas al gimnasio de la Costa, alquilamos un local y metimos las máquinas de musculación. Al frente pusimos spinning con 10 bicicletas, hasta que se mudaron algunos clientes de abajo y pusimos todo en el mismo lugar. Pero Invictia empezó a crecer y se hizo chico, y un día mi socio me dice ‘Negro, ¿sabés que vi un galpón en el hipódromo? Ahí tenemos que meter algo’ y encaramos. Hicimos la primera platea, levantamos, armamos el box y empezamos a venir para acá hasta que nos tocó la pandemia y decidimos mudarnos definitivamente”.

“Mi sueño siempre fue tener un saloncito, pero nunca tan grande", admite César Irala, uno de los creadores de Invictia.

En la actualidad Invictia tiene una superficie de 900 metros cuadrados, 23 profes y más de 700 socios que utilizan las instalaciones de 6 a 22 hs. César lo admite, nunca imaginó que iba a crecer tanto y tampoco esperaba tener algo así. 

“Mi sueño siempre fue tener un saloncito, pero nunca tan grande. Se fue dando y acá estamos. Ahora la idea es avanzar con esto y que esté bien. Armamos un buen equipo, tiene sus costos, sus gastos, cuesta llevarlo, pero estamos bien. En un futuro aspiraremos un poquito más”.

Una parte del éxito de Invictia es la forma en que Rada Tilly vive el deporte y lo que transmite como ciudad. Como hijo nacido y criado, César se siente contento de la tranquilidad del lugar y lo que ofrece. “A Rada no lo cambio por nada. Es seguro y los lugares que tenemos, los paisajes, los cerros, la playa, dan ganas de ir a hacer actividad, moverse, caminar. Eso está bueno porque hay mucha actividad física, pero es hermoso Rada Tilly”, dice el hombre que conoció el pueblo del primer edificio y hoy es testigo del crecimiento y la modernidad de la ciudad.

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