Cada día, Alejandro Sotomayor recorre las calles en busca de un tesoro que para otros es desperdicio, pero que para él y sus compañeros significa un medio de vida: el acopio de cartón, papel y otros materiales reciclables es la llave para generar el necesario ingreso para la subsistencia diaria, a la espera de que aparezca un trabajo estable, de esos que implican “un salario y aportes” para pensar en cosas que hoy resultan lejanas, como una jubilación y una obra social.

“Yo soy pionero de los cartoneros, lo hice casi toda la vida. Voy a cumplir 40 años en pocos días y ya cuando era chico, me tocaba ir al basural que estaba en barrio Industrial, a buscar cartón, metales o alimentos”, comenzó a relatar Alejandro, tras aceptar un breve alto en su tarea, mientras dos jóvenes compañeros continúan con el acopio y separación de cartones y papeles, en la plaza de la Escuela 83.

Allí, en ese espacio público, centralizan la tarea diaria previo a la entrega a una firma que se encarga de la segunda parte del proceso, que es el prensado y envío del material hacia los centros de reciclaje.

Aunque en algún momento integraron el MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos), Sotomayor y su grupo hoy ya no participan de esa organización, ya que conformaron su propia cooperativa.

El pibe que comía en el basural

Pero antes de seguir avanzando en temas organizativos, volvamos un poquito para atrás, en un detalle que no debería pasar inadvertido, por más que el cinismo o la indiferencia tiendan a naturalizarlas. Porque Sotomayor dijo, hay que recordar, que de chico se alimentaba en el basural. 

“Sí, comíamos ahí, porque se aprovechaban los alimentos que iban a tirar los supermercados, porque descartaban verduras y muchas otras cosas con las que hacíamos el día para alimentarnos. Tirábamos algo a la olla y el resto de la tarde seguíamos buscando el cartón, metales, cobre, fierros, de todo”.

Hay otra parte de la historia detrás de esa imagen, que era característica en los años 90 y entrados los primeros 2.000 en el viejo basural, cuando los camiones descargaban sus residuos y muchas personas, grandes y chicos, se arrejuntaban en busca de lo que pudieran rescatar para comer ese día. Lácteos y chacinados con fecha de vencimiento superada, además de los vegetales en exceso de maduración, resultaban una fuente de alimento para todo un sector al margen de la opulencia en la urbe petrolera.

Acopio de cartones y otros materiales en la plaza de la Escuela 83.

“Eramos una familia numerosa y mi viejo hacía changas en la construcción, cuando había algún trabajo, pero si no, íbamos al basural. Yo era el mayor de 6 hermanos y me tocaba acompañarlo –recordó Alejandro, el ‘cartonero viejo’, como se define con orgullo-. Mi madre era ama de casa y se encargaba de mis hermanos más chicos”.

No siempre fue así, quiso aclarar, “no es que toda la vida ‘cartoneamos’. Hubo altas y bajas en el laburo y muchas veces mi padre conseguía un empleo, también yo. Ahora volvió la recaída laboral, está difícil conseguir un trabajo estable y tuvimos que retomar hace cuatro o cinco años. El basural de km17 nos queda muy a trasmano y por eso ahora recolectamos acá en el centro de Comodoro, donde juntamos todo el cartón de los comercios”.

Una cooperativa para paliar la falta de trabajo

Para una mejor organización, el grupo de Sotomayor ha conformado cuna cooperativa, que lleva por nombre ‘Delia Ramírez’, en homenaje a la primera mujer cartonera de la ciudad de Buenos Aires. En esa tarea, el protagonista de esta historia reconoció la ayuda que le brindaron Mauricio Ruiz y Carolina Ruiz, integrantes del MTE.

“Ahora somos 15 integrantes en la cooperativa –siguió relatando- y se sigue sumando gente, que viene a preguntar cómo funciona y cómo hacemos para sacar una ganancia del cartón. Llega gente y también algunos consiguen otro trabajo y se van, porque encuentran algo mejor. Ojalá que no se incorpore más gente, porque eso significaría que hay más trabajo en la ciudad. Yo tampoco quiero seguir para siempre en esto, sino que me gustaría conseguir un buen empleo, con aportes y un buen salario”.

El trabajo es duro. Se debe trajinar mucho para conseguir un volumen redituable, que puede oscilar en cantidades y hacer variar también, con eso, el ingreso a repartir entre los integrantes de la cooperativa.

“Nosotros por día juntamos entre 500 y 1.000 kilos de cartón, puede ser un poco más o un poco menos, depende, pero el promedio puede estar por ahí –estimó Alejandro-. Lo entregamos a una papelera de Comodoro, que lo vienen a buscar acá a la plaza y lo llevan a su planta, para prensarlo y prepararlo para que lleguen los camiones a buscarlo, para llevar a Buenos Aires para el reciclado”.

Cuanto más volumen se junte, mayor será el ingreso, considerando que hoy cada kilo de cartón vale alrededor de 15 pesos el kilo, lo que da una magnitud de la cantidad que debe juntarse para sobrellevar el costo de la vida de la ciudad.

“Ahora pudimos arreglar la camioneta, que estaba rota y se nota mucho la diferencia, porque en dos horas pudimos juntar casi 1.000 kilos, pero si no, en carros, nos puede llevar toda la tarde”, comparó Alejandro, mientras señalaba la vieja Renault Trafic que cumple el servicio.  

Aparte del cartón, se busca también nylon reciclable y papeles de diarios y revistas, que se clasifican como papeles de segunda, además de otros materiales posibles de ser recuperados. En algún momento también se hicieron los denominados ‘ecoleños’, a partir de estos materiales recuperados, para abastecer a familias que no cuentan con conexiones de gas natural, pudiendo quemar estos elementos sin riesgo para la salud.

“Hoy no podemos seguir con ese proyecto porque no contamos con un espacio propio y el acopio lo hacemos acá en la plaza –contó el cartonero-, pero hicimos muchas entregas, por ejemplo en la biblioteca popular Darío Fernández, de barrio San Martín y en otros barrios que están muy alejados de la ciudad”.

Cartonear para completar los estudios

La organización de cartoneros se amplía en la ciudad, especialmente con gente joven, que en algunos casos buscan una entrada de dinero para ayudarse mientras estudian.

“La mayoría son jóvenes porque no deja de ser un trabajo pesado, es difícil para una persona de 50 ó 60 años –contó Sotomayor-. A lo mejor los primeros días lo hace con entusiasmo, pero después se va haciendo más pesado, hay que pensar que es como si estuvieras mandando a tu madre a hacer este trabajo, que no tiene nada de malo porque no es nada ilegal, pero es pesado. Empujar el carro, en la calle, puede ser difícil, como también pedir las cajas de cartón en los comercios. Los muchachos más jóvenes pueden hacer la parte más pesada y capaz las señoras mayores pueden ayudar cortando las cajas. Ahí viene la parte humana de cada uno”.

Mientras Alejandro contaba esta historia, otros dos jóvenes no dejaron de trabajar en la separación y clasificación de los distintos tipos de cartón, para ir armando los fardos que luego serán entregados a la empresa recicladora.

Brian, uno de los pibes que integra la cooperativa, está terminando sus estudios secundarios, en el horario nocturno del colegio Domingo Savio y ya sueña con una meta para seguir creciendo: “Voy a estudiar para Maestro Mayor de Obras, en el mismo colegio”, contó convencido, mientras seguía en la tarea de acomodar cartones y papeles, sabiendo que ese esfuerzo tiene un objetivo concreto.

Como dice Sotomayor, el pionero de los cartoneros: “La idea sería que no exista más esto, para tener un trabajo digno. Yo felicito a los chicos que trabajan conmigo, por cómo llevan el movimiento y están organizados,  pero ojalá que la gente tenga un trabajo más estable. Mientras tanto, esto no se va a terminar y es una buena alternativa para hacer un trabajo honesto, mientras llega algo mejor”.

La economía popular, un movimiento que crece en Comodoro

Independientemente del relato de Alejandro y su cooperativa de reciclaje, en Comodoro Rivadavia funciona con fuerte alcance el ‘Movimiento de Trabajadores Excluidos’ (MTE), que a nivel nacional es conducido por el dirigente Juan Grabois y que en la ciudad tiene entre sus referentes a Carolina Ruiz.

“En Comodoro hay alrededor de 200 compañeros que participan del MTE –contó Ruiz, en diálogo con ADNSUR-. Nosotros tenemos las unidades productivas llamadas ‘Rama’, que serían las de taller textil, en el que trabajo yo y se integra en los barrios Abel Amaya, Diadema y Centro”.

También hay ramas de ‘Construcción de espacios públicos’, que la integran vendedores ambulantes de ‘La Saladita’ y Calle Pellegrini, “más los compañeros senegaleses que están en los barrios San Martín, Floresta y Abel Amaya”. Y se suman los espacios que trabajan con Infancias, en la Biblioteca Popular de Km.8 y los merenderos ‘Futbolito’, de Abel Amaya y ‘Nueva Esperanza’, de km.8, en el sector de asentamiento conocido como COMIPA.

Los ecoleños se producen con cartón y aserrín, para ayudar a las familias que no cuentan con calefacción en sus hogares.

La lógica de estos talleres es que en algunos casos se recibe una ayuda social, a través del Programa ‘Potenciar Trabajo’, con una prestación de alrededor de 29.000 pesos mensuales, pero paralelamente deben desarrollarse actividades productivas que comiencen a generar un ingreso propio, además de diversos tipos de acciones solidarias.

Desde los talleres textiles, por ejemplo, se realizan donaciones de frazadas y otros elementos para el hospital, mientras que en el proyecto de cartoneros se trabajó inicialmente con los denominados ‘ecoleños’, para colaborar con familias de escasos recursos, tanto de la ciudad como de otros puntos de la región.

También en este caso es notable la fuerte participación de personas jóvenes, que en muchos casos están intentando concluir una carrera universitaria, como forma de superación personal, pero sin perder de vista la posibilidad de iniciativas comunitarias.

Producciones de la rama textil del MTE.

“El 60 por ciento de quienes estudian encuentran en estos proyectos la posibilidad de bancarse la carrera y no abandonarla, sobre todo en lo que fue la etapa posterior a la pandemia –contó Ruiz-. Y el 40 por ciento restante es gente que ya venía haciendo esto y con el entusiasmo de compañeros que llegaron, retomaron el estudio y empezaron a pensar en una profesión”.  

Ruiz quiso aclarar especialmente que los programas del ‘Potenciar Trabajo’ apuntan a la realización de proyectos productivos para forjar un medio de vida digno, para no depender sólo de la ayuda estatal. Hay también, entre tantos proyectos, otras historias que bien vale tomarse el tiempo necesario para escuchar y contar. 

Seguramente irán saliendo a la luz, en la medida que los propios protagonistas estén dispuestos a compartirlas.

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