Volver a las raíces, el camionero que creó un emprendimiento de cabalgatas en el campo que alguna vez fue de sus bisabuelos
“Soy un bendecido, un agradecido, porque hacer algo que te guste en el lugar que te gusta, no tiene precio”, dice Leonardo Arteaga. El hombre, camionero de profesión, hace dos años creó Galopes del Sur, un emprendimiento de cabalgatas que invita a conocer la historia de la vida en el campo de la Patagonia, recorriendo hermosos paisajes en un entorno 100% natural.
“La Patria se hace a caballo”, dice Leo Arteaga (47) parafraseando aquel dicho que suele escucharse en el ámbito rural o cuando se habla de las tradiciones. Lo dice y admite, en su caso, su pasión siempre fueron los caballos. “Son mi cable a tierra”, dice con sinceridad.
Son las cuatro de la tarde del miércoles y, mate en mano y con su remera negra de “Galopes del Sur”, Leo se prepara para contar a ADNSUR de qué se trata este proyecto que comenzó hace dos años y que cada día suma nuevos galopantes que buscan hacer algo distinto en este tradicional Comodoro.
“Esto surgió en el lugar donde crecí. Soy cuarta generación de mi familia en el campo y mi pasión siempre fueron los caballos”, comienza contando. “Soy un apasionado de los caballos, siempre me tiró eso y también es una bendición poder hacer lo que uno ama, porque siento que mi lugar está ahí”.
Leo asegura que su lugar en el mundo lo tiene bien cerca, a 15 minutos de Astra en el medio del campo, allí donde comenzó su historia familiar. Es que para entender esta historia y la esencia del proyecto es necesario volver al pasado, a aquellos años en que sus bisabuelos llegaron a la zona del kilómetro 20.
“Mis abuelos por parte materna son portugueses, uno de Algarve y otro de Lisboa. Llegaron luego de la Segunda Guerra Mundial, no se conocían y se conocieron acá. Juan Calao, mi bisabuelo, adquirió en Astra, kilómetro 20, el sector donde está el cine. Despachaba y atendía a la gente de Astra Evangelista y Astra Ford. En ese tiempo la estancia se llamaba ‘La Blanca’ y era de una gente bóer de apellido Venter. Funcionaba un aserradero y había animales lanares, y uno de los Venter la jugó en el paso inglés y la perdió. Entonces mi bisabuelo vendió su emprendimiento en Astra, sacó un préstamo y la compró. La familia de mi abuela rentaba una quinta dentro del mismo campo y en el ir y venir conoció a mi abuelo. Tenían 15 y 18 años, pero luego se casaron y el 1 de mayo de 1950 durmieron por primera vez en el campo”.
Leo cuenta la historia de su familia con orgullo. Sabe que cuando sus bisabuelos llegaron prácticamente no sabían nada de trabajar la tierra, pero aprendieron y ese pedacito de tierra se terminó convirtiendo en su refugio y su hogar. Es que él prácticamente se crió en el campo, al igual que gran parte de su familia materna. Por eso amó desde chico cómo es el vivir y el sentir de un lugar donde no había gas, ni luz y tampoco comunicación.
“Eso es algo que cuento en las cabalgatas, porque hablo mucho en el recorrido”, dice adentrándose de a poco en la excursión. “La gente se sorprende, porque te puedo contar cómo se pasaban cinco o seis meses sin venir a Comodoro. Si bien estabas cerca, por los caminos no podías andar así que aprendías a vivir así. Sabías conservar la carne, se faenaba, se hacían embutidos y se hacía un pozo en la tierra y ponías papa, pasto, para tener verdura en invierno y una escalera para abajo, donde la helada no llega tan fuerte. También se salaba la carne, se ponía grasa, se derretía y la grasa ayudaba a conservarla. La verdad es que el campo te enseña mucho y te da todo, porque necesitas solamente voluntad y ganas de trabajar”.
Leo estudió en el Colegio Dean Funes, hasta que a los 14 años quiso dejar los libros. Su mamá le dijo “o estudiás o te vas al campo” y él eligió. Al lado de sus abuelos aprendió los secretos de la vida rural, en ese pedacito de tierra que tanto le gusta. Mientras tanto continuaba con el profesorado de folklore para poder darle el título que tanto quería su madre. Así, en invierno salía de la chacra a caballo, tomaba el colectivo en Astra y se iba a las clases en el Centro Italiano, donde daba clases el Camaruco.
A los 17, la vida lo llevó a buscar otros rumbos y el camión se convirtió en su trabajo, su oficio y su profesión. Hasta que hace dos años, decidió que era momento de volver al campo y buscó algo para hacer. Así surgió Galopes del Sur.
“Como les pasa a los petroleros a veces uno quiere hacer otra cosa ya y dije ‘me quiero ir a vivir al campo, ¿pero qué hago allá?’. Los animales estaba complicado para tener, pero tenía caballos, algunos recados, monturas y con ayuda de unos amigos digo ‘voy a empezar a hacer cabalgatas’. Ellos se re coparon con la idea y así comenzó”.
Para realizar su emprendimiento, Leo trasladó tráileres hechos vivienda, hizo corrales y acondicionó todo para recibir a los visitantes. A la distancia, admite: “Si hay algo que siempre valoro es que tengo amistades que me han ayudado desinteresadamente”.
La primera temporada la hizo en verano e invierno, pero este año tomó la decisión de parar. Así, luego del feriado extendido de la próxima semana, seguramente le ponga una pausa al emprendimiento para cuidar a los caballos del frío y las heladas.
Leo está contento con el emprendimiento. Asegura que cada vez tiene más repercusión, y lo mejor de todo es que es el efecto del boca en boca. “Yo nunca publiqué el producto, siempre preferí que fuera de boca en boca porque me parece la manera más genuina, que vayan y lo recomienden. Y fue a prueba y error, pero la verdad es que hasta ahora nos ha ido muy bien, tenemos nenes que han hecho la actividad con 6 o 5 años y familias enteras que han venido”.
“Algo que sucede es que el 85% de las personas no sabe andar a caballo o te dice ‘anduve hace mucho tiempo’. Entonces hacemos mucho hincapié sobre el manejo, la comodidad, los estribos, siempre decimos que tiene que ser un viaje placentero, una experiencia linda. La cabalgata familiar, que la hacemos domingo a las 11 y a las 16hs, dura una hora cuarenta, siempre guiada, y generalmente vamos tres guías”.
Galopes cuenta con 16 caballos, algunos escuela para que los chicos que se animen puedan cabalgar en forma segura. Durante más de una hora y media se recorren entre 3 y 4 kilómetros visitando puntos panorámicos y diferentes paisajes. El recorrido es largo e interesante y termina con una merienda de campo, que puede incluir tortas fritas calientes, pan casero, dulce, y alguna infusión, siempre al lado del fuego, sea de día o de noche. “Es algo que es parte nuestro, que viene de nuestros ancestros”, dice Leo.
En estos dos años, además de la cabalgata tradicional también se sumaron otros recorridos. Una caminata nocturna bajo la luna llena, solo para mayores de edad, y una cabalgata al amanecer para aquellos que quieren comenzar su día en el campo. Si bien el emprendimiento tiene un ánimo de lucro, Leo admite que lo hacen más por pasión que por dinero.
“Esto no lo hacemos por plata, lo hacemos por pasión. Si bien cobrás para sostener la actividad, no condice con el valor de la actividad en sí, porque tenemos mucha inversión en monturas, veterinaria, todo es tradicional, acá no vas a ver nada sintético. Es todo cuero para que no se pierda la esencia de lo tradicional. Pero es algo que me gusta, soy un bendecido, un agradecido, porque hacer algo que te guste en el lugar que te gusta, no tiene precio. Y si bien no es algo que sea redituable, a mí me apasiona y siento también que con esto le doy un valor agregado al trabajo que hicieron mis abuelos, y que se conozca su historia”, sentencia el hombre que se animó a compartir la historia de su familia a través de los caballos, su verdadera pasión.