Un hombre con bigote y sombrero conducía su carro tirado por un caballo. Era el verdulero de Km 5. Entre pedregullos y viento se ganaba el sustento para la familia. Siempre lo acompañaba su hija Isabel.

En el barrio Rodríguez Peña había muchos norteños y allí  ofrecía papas, cebollas y zanahorias. En el Castelli la especialidad era el repollo y el pepino, ya que eso preferían comer los gringos de la zona. Andrés Figueras se llamaba el verdulero y siempre tenía una hoja de ruda en su oreja.

Marionetas con historia – Personajes que cobran vida en un títere. Escuchá acá toda la entrevista

Así lo recordó Raquel Torres, su nieta, que mientras conversaba le acomodaba los rulos al títere que tenía en sus brazos y que representa a su querido abuelo Andrés.

En entrevista con ADNSUR, Mariana Libenson coordinadora del proyecto Marionetas con Historia, Soledad, Raquel, Matilde y Lía, vecinas del Barrio Km 5, compartieron las experiencias vividas a través de estos últimos meses.

Andrés Figueras, el verdulero de km 5 junto a su hija Isabel. Imagen facilitada por Raquel Torres

Dentro de una de las salas de la Unión Vecinal del barrio una gran mesa central sostiene el frente de un teatrino y hay varias mujeres a su alrededor pintándolo.

Lía Navarro es una de las integrantes de la Biblioteca Estación Talleres, institución que se sumó al proyecto y convocó a las participantes en esta oportunidad. En una mano tenía un mapa atemporal que representa lugares icónicos del barrio, en la otra, el pincel que poco a poco coloreaba el futuro escenario de los títeres.

A la izquierda Maggie Quintero, a la derecha Mariana Libenson en un tarde de recorrida por LUPAT. Fotografría Alejandro Nazar

El paisaje en la madera tomaba forma despacio y cada una de las chicas que llegaba hacía su aporte. Algunas opinaban sobre el color o lo que les convenía pintar primero. De vez en cuando miraban “el mapa” modelo. En un costado había una mesa con facturas y agua caliente para el té. Pareciera que los procesos creativos despertaran el apetito.

Mariana se movía constantemente en la sala, ordenaba  pinturas, se acercaba a los dibujos y los analizaba. Su manos estaban en los bolsillos o atrás de la espalda, parecían contenerse para “no meter mano”,  ya que chicas son  las que deben desplegar su arte.

Mapa atemporal del Barrio km 5 que ilustrará el teatrino, creado por las participantes. Fotografía Alejandro Nazar

“Lo que me gusta del taller es que los títeres son un canal de comunicación y a partir de su construcción se generan diálogos entre las personas, aparecen memorias compartidas y de esta manera el barrio se visibiliza de una forma más profunda”, argumentó Mariana Libenson.

Alejandro Nazar, otro de los coordinadores del proyecto tomaba fotografías que intercalaba con bromas y alguna taza de té para las participantes. Era temprano aún y  había  tiempo para  de leer el diario por lo que “Robledito”,  el antiguo canillita del Km 5 volvió del pasado por un rato con las noticias de último momento.

Soledad Rivas tiene 37 años y es profesora de Teatro. De pequeña se crió en el barrio y por eso se sumó a la propuesta. En sus manos tenía a “Robledito”, el diariero del barrio. La gorra tipo “el Chavo del 8” le bailaba en la cabeza. Es posible que al Robledito de carne y hueso,  en los días de viento le ocurriera lo mismo  mientras caminaba contra el viento y con los diarios bajo el brazo.

Robledito, el canillita. Fotografía cedida por Rosa Aguero su esposa a la Asociación de Rescate Histórico "Detrás del puente"

“Cuando era muy chica siempre teníamos contacto con él. Nos contaba historias del barrio y nos atrapaba. Su pelo era muy blanco. Cuando vendía el diario decía: ¿Querés el diario pata sucia o el mentiroso?", recordó Soledad mientras le acomodaba la gorra a Robledito.

Soledad Rivas con "Robledito" el canillita del barrio. Fotografía Mariela Garolini

Del fondo se escuchaban risas. Soledad se fue porque su bebé de pocos meses la esperaba para comer y así apareció en escena Matilde Matosín. En sus brazos traía a su papá, Spiro Matosín, un bote y unas redes de pesca.

Don Spiro estaba firme sobre un pupitre mientras su hija contaba historias de su padre pescador. Ella cada vez que hablaba lo miraba con cierta complicidad y picardía. Los celestes ojos de Spiro la miraban fijo y hasta cierta bondad se le filtraban a través de sus lentes de cartón.

Matosín nació en Croacia en 1905. Eran 11 hermanos de una familia pobre y la pesca era el sustento familiar. De pequeño tuvo que trabajar en aquel mar adriático y allí aprendió el valor del esfuerzo. Fue marino mercante y en uno de sus viajes en 1938 se quedó en puerto argentino ya que la 2º Guerra Mundial era inminente.

Se ganó la vida en diferentes oficios hasta llegó a Comodoro Rivadavia para trabajar en YPF. Esta ciudad no solo lo atrajo por las posibilidades laborales, el mar de estas costas patagónicas y su olor también lo cautivaron, de alguna manera lo acercaba a su pueblito de origen que tan lejos había quedado.

Matilde acariciaba al títere de vez en cuando y seguía con su relato: “Mi papá cumplía con su trabajo en YPF y luego se tomaba un té en casa y salía a pescar contra viento y marea”

Matilde Matosín con su papá: Spiro Matosín. Fotografía Mariela Garolini

María,  la mamá de Matilde era croata y tuvo que esperar 16 años para reencontrase con Spiro, su amado esposo con el cual se había casado por poder. El sacrificio en la familia estaba a la orden del día y eso fue los que los mantuvo siempre unidos.

“Si mi papá me viera ahora diría: ¿Que estás haciendo Matilde? que en lugar de estar en el mar conmigo estás construyendo un títere que se parece a mí”

Mientras compartía sus recuerdos Matilde se convertía en niña. Sonreía y miraba el horizonte, aunque estuviera entre 4 paredes y a través de ellas podía ver el mar.

“Me imagino a mi papá recorriendo los mares que tanto disfrutó”, dijo Matilde, luego tomó su títere, el bote y las redes y se fue con el resto de las compañeras.

En el centro Spiro, a su izquierda su sobrino Tito y a la derecha su hermano Bene. Fotografía Matilde Matosín

Mientras dura el taller de “Marionetas con historia”, la sala de la vecinal pareciera convertirse en una máquina del tiempo en donde conviven el pasado y el presente.   El portal que permite estos extraños viajes son los títeres que enfundados en sus vestuarios   invitan a todos a recorrer otras épocas.

Raquel Torres tiene 78 años y es vecina del barrio. Como dicen por ahí: “la conocen hasta las piedras”. Sus manos estaban enfundadas cada una en un títere. En la derecha estaba “Gitanilla” y en la izquierda “El verdulero Andrés”, su abuelo.

Raquel con la sonrisa a flor de piel esperaba su turno para la entrevista. Sus rulos estaban bien armados, su rostro maquillado, elegante como para ir a tomar el té, aunque fueran las 12 del mediodía y el almuerzo la esperara en su cocina.

“Gitanilla” en principio era un misterio, no estaba claro si era un personaje real o ficcionado. Al transcurrir la conversación Raquel confesó: “Gitanilla soy yo”.

Reconoció que no sabe porque su abuelo Andrés le puso ese apodo, pero así la llamaban en casa. Gitanilla tenía un vestido rojo y en el centro del escote un aro que oficiaba de prendedor. El color de las perlas  delataban su antigüedad. El pelo lo tenía bien rizado y por los detalles de su vestuario se preparaba para ir a una fiesta.

"Gitanilla, Raquel Torres en el centro y a la derecha su abuelo Andrés Figueras. Fotografía Mariela Garolini

“Yo era muy traviesa, me gustaba treparme a los cercos para robarle fruta a los vecinos y lo hacía  aunque tuviera una pollera puesta”, confesó Raquel.

Ese cerco y esas frutas le volvieron el tiempo atrás e inmediatamente viajó a un concurso de belleza del Club Ferro. Eso sucedió hace como 63 años atrás. En aquella época contó Raquel, los votos se compraban y de esta manera el club recaudaba fondos.

“Mi mamá pudo comprarme unos votos y un chico que gustaba de mi otros, pero no fueron suficientes. El papá de una chica muy muy bajita se compró todos los talonarios y ella fue la que salió reina”.

Después de esta frase largó la carcajada y a la Gitanilla que tenía en su mano se le despeinaron todos los rulos.

El eco del verdulero Andrés con su carro lleno de verduras llegó hasta Raquel y recordó a su abuelo sentado en el andén de la estación  con una ramita de ruda en la oreja.

“Si mi abuelo me viera ahora me diría: Gitanilla, Gitanilla”, comentó y la garganta se le cerró con un nudo.

La verdadera "Gitanilla" a los 15 años. Fotografía Raquel Torres

Ya había pasado el mediodía. Algunas mujeres se habían retirado, otras seguían con los pinceles y los acrílicos y el teatrino de a poco tomaba más color.

A Mariana Libenson se la percibía contenta, orgullosa del trabajo logrado en todos de tantos años:

“Este es un modo de transmitir memorias. Los títeres son una dedicatoria poética a estas personas queridas que se seleccionan para ser contadas a niños y niñas. Es un forma divertida para dar a conocer la historia del barrio y de esa manera también valorarlo cuidarlo”

Marionetas con historia es un proyecto del programa de Formación Artística Vocacional del ISFDA n º806 realizado en colaboración con Museo Nacional del Petróleo- UNPSJB, La Rueda Teatro de Muñecos Animados (Mariana Libenson y Alejandro Nazar), Tata y Polo (2021), Biblioteca Estación Talleres (2022) y LUPAT Asociación Civil.

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