Sumergirse en el mar para "reconocerse" y "domar la ansiedad": la experiencia de Juan, uno de los nadadores que desafían las olas comodorenses
Juan nada en aguas abiertas hace más de 10 años y pertenece al grupo “Domadores del Marqués” junto a unos cuantos amigos. Realizan cruces y expediciones marítimas por la Patagonia. Lo que le atrae de esta actividad no es lo competitivo, sino la posibilidad que les da el mar de salir de lo cotidiano, de desafiar al cuerpo a que se adapte a otras condiciones que no son las de su propio hábitat. Nadar en grupo los acerca a la aventura y a unirse en lo colectivo.
Juan Manuel Diez Tetamanti tiene 43 años, es Licenciado en Geografía, docente universitario e investigador del Conicet y tiene una especialidad en Cartografía Social. Es oriundo de Mar del Plata y por eso que el paisaje marítimo siempre le resultó familiar. El amor lo trajo hasta Comodoro y aquí formó su familia. Es naturalmente inquieto y curioso y pareciera que apenas termina de hacer algo ya tiene otra actividad esperándolo. Escuchá su historia en este episodio de “Cuál es tu gracia”, el podcast de ADNSUR.
Si no tenés Spotify, podés escucharlo acá.
La entrevista con ADNSUR transcurrió plácidamente, tal vez lo apaciguó el agua del mar. Nadar en aguas abiertas requiere de mucha decisión mental y física, sobre todo en estas aguas que pueden ser bastante frías. Algunos lo hacen con traje de neoprene o simplemente en malla.
Cuando Juan se mete sin protección es todo un ritual: se introduce en el mar muy despacio y se moja hasta la cintura, siempre parado, después se moja las manos y por último se salpica la cara y el pecho. Si no hace todo esto antes de zambullirse el shock puede ser muy grande. La cabeza tiene que estar bien protegida por lo que lleva gorro de goma, y si es en invierno es doble.
“Sentís que el cuerpo está lleno de agujas, es como una mega acupuntura pero al mismo tiempo es relajante y genera mucha adrenalina y felicidad”, relató Juan.
Domadores del Marqués
Quienes forman parte de este grupo son: Pablo, Andrés, Martín, Eduardo, Víctor y Juan. Algunos van y vienen según la ocasión. Decidieron llamarse así ya que una vez se les ocurrió dar la vuelta nadando a la Punta del Marqués que se encuentra ubicada al sur de Rada Tilly.
Eso fue en 2016 , a partir de ahí decidieron que querían realizar travesías.
Expedición a la Isla Leones
Esta expedición comenzó a planearse en el 2019 y tuvieron que estudiar sobre las corrientes marinas, geografía de la zona etc. Fue el 28 de febrero de 2021 que al fin pudieron concretarla. La isla está ubicada al sur de Camarones a 750 metros de la costa y posee un faro.
Una de las dificultades era cómo llegar por tierra hasta la zona más cercana a la isla. Hay un camino pero está clausurado porque se encuentra dentro un campo privado y eso acarrea bastantes problemas a quienes desean conocer el lugar. Entre las opciones que tenían se decidieron por una ruta en la que tuvieron que caminar 17 km hasta una bahía que se llama San Gregorio y de ahí nadar unos 8 km hasta la isla.
Nadaron 3 horas aproximadamente. La isla posee un canal con corrientes que pueden llegar hasta los 9 o 10 km por hora, por lo para el cruce tuvieron que aprovechar la “estoa” que es el momento en el que paran las corrientes y se produce un tiempo de calma.
Los expedicionarios arrastraban llevaban una balsa con todo el equipamiento: agua, comida, radios para comunicarse entre ellos y todo lo necesario para pasar la noche en la isla. Durante las horas de nado tuvieron que tomar momentos de descanso: flotar por un rato para descansar, comer y conversar entre ellos.
Una vez que llegaron a la isla recorrieron el lugar y se instalaron para pasar la noche dentro del faro: “El faro está muy bien conservado gracias a una peña y a varios grupos que llegan al lugar y lo cuidan. Siempre dejan provisiones para los próximos visitantes. Es muy bello, muy natural y mágico porque es un faro en una isla en la Patagonia”, contó Juan.
Pasaron la noche dentro del faro y no pasó desapercibida, hubo tormentas eléctricas, lluvia y mucho viento: “Todas las condiciones que se podrían agregar a una escena tétrica, esa noche no pude dormir”, comentó el nadador.
El regreso fue al día siguiente y solo nadaron un poco más de 1 hora. Las corrientes esta vez los favorecían. Luego caminaron 20 km hasta llegar al Cabo Dos Bahías, donde familias y amigos los estaban esperando.
El mar: un antídoto para los ansiosos
Estar en el agua puede ser muy terapéutico. Juan se inició en las aguas abiertas en Mar del Plata, su mamá estaba internada y fue su hermano quien lo invitó a nadar. Iban de una playa a la otra y cuando salían del mar era como si realmente fuera otro día, como un nuevo despertar. Así fue que su cuerpo guardó esta nueva sensación.
Por otra parte contó: “Soy tremendamente ansioso y no nado rápido. Cuando uno camina o corre pude duplicar velocidades, en el mar yo no puedo y es ahí donde tengo que domar mi ansiedad”.
¿Qué se piensa mientras se nada? Es posible que muchos especulen que solo se piensa en el agua, pero Juan rompe con estos mitos: “mientras nado pienso de todo: en la familia, en que tengo que arreglar el techo de mi casa, en cosas del pasado. A veces hasta estudio, repaso cosas que leí. Cuando estoy muy cansado y pasado de rosca tengo pensamientos recurrentes, pero llega un momento en el que la adversidad del agua, del mar y el frio es más potente. Es como que el mar te dice: -pará, estás acá-, y ahí es donde te olvidas de todo y te entregas”, describió Juan.
Nadar: una actividad colectiva
Juan conoció a muchos amigos adentro del agua: “vas nadando y te vas saludando como quien se cruza en la calle “contó. Reconoce que nadar puede ser un deporte competitivo e individual para muchos pero él no lo experimenta así. Cuando se nada en grupo se produce una camaradería muy importante y se comparten las experiencias de todo lo que allí sucede.
Cuando se producen estas propuestas de nado colectivo, hay todo un proceso de aprendizaje, hay que realizar un ejercicio de tolerar al otro y de “navegar” las diferentes situaciones por las que pasa un grupo.
“Creo que el agua nos puede llevar al vientre materno aunque a veces no es tan cálida, como la vida misma. Pero nos da esa libertad para movernos y reconocernos. Más allá de bracear y de atravesar y llegar a lugares, la invitación es a sumergirse en un espacio donde uno pueda reconocerse y sentir otras cosas más allá de la alineación y lo cotidiano que nos lleva al hastió y la sordera”, concluyó Juan.