El almacén que mantiene su fachada tal como fue inaugurado en 1967
Puertas de madera originales, aberturas intactas como si el tiempo se hubiese detenido, piso de madera y una enorme caldera de hierro en el fondo del sótano. “Mercado Ideal” mantiene la fachada y la estructura interior con la que fue inaugurado en 1966, luego de que, por dos décadas, fuera un laboratorio de petróleo. Estanterías, balanzas antiguas y la disposición de los almacenes de antes hacen de este lugar un viaje en el tiempo en el barrio Diadema Argentina.
“Yo siempre traté de conservar todo; tuve ofertas e intenciones de remodelarlo, pero después siempre me arrepentía y daba marcha atrás”. Mientras habla, Daniel Fuertes, mira el histórico negocio que inauguraron sus padres hace 58 años, el lugar donde creció entre productos, clientes e historia.
“Mercado Ideal” mantiene la fachada con la que abrió sus puertas el primer día. Entrar al negocio es un viaje al pasado, volviendo a aquellos años de almacenes con libretas y ramos generales: una época en la que no existían las tarjetas de crédito, las aplicaciones de pago y el ida y vuelta con el cliente era casi familiar.
Ese es el comercio que conoció Daniel y que aún hoy, en pleno siglo XXI, trata de mantener en la zona oeste de Diadema Argentina, bien cerca de la base de Capsa. “Es muy loca la historia del negocio. Cuando la cuento, la gente no lo puede creer”, dice a ADNSUR al narrar la historia de lo que quizás es el negocio más antiguo de Comodoro en funcionamiento.
“A mediados del año 66, el último gerente de Shell le cedió el edificio a mi padre, el señor Sip De Witt, un holandés que le dio la posibilidad de hacer un almacén de ramos generales cuando la Shell ya se estaba yendo. Fue como ganar la lotería porque mi papá no tenía nada.”
“Este señor le dice que lo iba a ayudar a armar un almacén. Le dio el edificio, lo contactó con las fábricas en Buenos Aires y le abrió una cuenta en el Banco de Londres. Así empezó todo.”
DE LABORATORIO A RAMOS GENERALES
Felicísimo Fuertes Fuertes había llegado a Diadema 12 años antes desde San Román el Antiguo, un pequeño pueblo español de la provincia de León. Cuando llegó la oportunidad de su vida, ya vivía con su esposa, con quien se había casado unos años antes, previo a que ella emigrara de San Román de la Vega.
Daniel aún se maravilla con la historia del mercado y su padre. Cree en el azar del destino y en esas personas que a veces llegan en el momento justo con la propuesta ideal para poder crecer y cambiar el rumbo de las cosas.
“Mercado Ideal” originalmente era un laboratorio de análisis de petróleo de la empresa Shell, la compañía holandesa que se asentó en Diadema, Argentina, y le dio vida a ese pequeño barrio que se distingue por la fachada de sus casas y esos ladrillos que hicieron eternos sus edificios.
Según recuerda Daniel, el laboratorio fue inaugurado en la década del 40. El plano original, de tela, indica la fecha 15 de enero de 1948. Originalmente, tenía una sala de pesaje, otra de centrifugación de petróleo y campanas de extracción de vapores, que luego se convirtieron en una exhibidora de artículos de bazar. Es que, una vez que cerró, el laboratorio se convirtió en el almacén de ramos generales de don Felicísimo, ese español que hoy le da nombre al boulevard de ingreso al barrio.
“Cuando abrió, tenía de todo”, recuerda Daniel. “En ese momento comprabas desde un kilo de papas hasta 10 metros de alambre de gallinero con dos bolsas de cemento. Se atendían muchos campos; de acá a 15 kilómetros a la redonda había actividad de ganadería y se hacían las compras mensuales: bolsas de alimentos de 50 kilos, bolsas de harina de 50 kilos. Era un mundo distinto; se vendían hasta televisores, heladeras, armería, bicicletas, pero la actividad petrolera los corrió a todos.”
Daniel tenía 23 años cuando se hizo cargo del negocio por el fallecimiento de su padre. Un derrame cerebral le arrebató la vida con solo 65 años, y el hijo mayor, que por entonces estudiaba Geología en la universidad, decidió dejar sus estudios para acompañar a su madre y sacar adelante a la familia junto a su hermano Rubén.
“En ese momento fue: ‘¿qué hacemos?’, y yo dije: ‘me hago cargo del negocio’. Tomé la posta de algo muy importante porque era todo un desafío. Tenía pavas de campo de 15 litros de capacidad, palanganas galvanizadas; era un negocio bien de campo.”
Hace 32 años que Daniel está al frente del local. Con orgullo cuenta que “el negocio es original”, que “se han hecho obras, pero está como cuando se inauguró”. Recuerda momentos en que pensó en renovarlo y también las veces que se echó para atrás. “Con el tiempo me di cuenta de que no había que cambiarlo. Mi mamá me decía: ‘No hagas esos cambios. Esto es lindo, acá podemos charlar con la gente; si ponés góndolas, es más frío: pagás y te vas’.”
“Y me di cuenta de que la gente venía a pasear, por ahí compraba algo de curiosidad y sacaba una foto. También vino gente de Buenos Aires que me pidió permiso para hacer una sesión de fotos porque no conseguían un negocio antiguo en Comodoro, también de la Fundación YPF, que vino a hacer unas pequeñas filmaciones para un spot publicitario, y gente de la Municipalidad y de Diadema Argentina que ha venido a documentar en fotos.”
“La mayoría de los clientes son vecinos del pueblo”, dice Daniel. “Las empresas que hacen servicios para Capsa, pero también gente que viene a pasear o que viene a nadar a la pileta de natación del barrio. Y el almacén tiene mucho que ver con quién está atendiendo, porque uno aprende que vender un paquete de avena no es solamente ponerlo en el mostrador y cobrarlo. Hay que hacerlo bien, ofrecer algo más, porque ahí está la vocación del vendedor y surgen ideas de qué puedes cocinar y otras cosas. Pero la diferencia la marca el que vende, porque también cumple una función social”, dice sin dudar.
Su padre siempre colaboró con el barrio. Hoy, en tiempos de crisis, es mucho más difícil, casi imposible, ya que mantener el negocio abierto también significa un gran desafío. “Hoy estamos sobreviviendo, hago un esfuerzo enorme por mantenerlo abierto porque los costos fijos casi superan lo que tenés en venta. Yo hoy le saco una rentabilidad mínima porque hago el trabajo de cinco personas. Soy carnicero, estoy en la parte de fiambres, soy repositor, hago de mantenimiento y estoy cuidando el negocio. Cuando antes tenía una persona en la carnicería, tenía dos personas en fiambres y verduras, y estaba yo y mi madre, pero ese es otro tema.”
Daniel está orgulloso del negocio que montaron sus padres y que mantiene con su familia. Recuerda a su madre, que falleció hace cinco meses, y, con orgullo, cuenta que, a sus 90 años, continuaba atendiendo el comercio con el mismo cariño de siempre.
Cuando habla, se nota el sentido de pertenencia que tiene por el barrio, ese pequeño sector de Comodoro que guarda consigo rastros de la cultura, la arquitectura y la vida que trajeron los inmigrantes holandeses que llegaron para trabajar en la Shell.
Pero la pregunta es inevitable: ¿hasta cuándo continuará? Y no lo sabe. “Me gustaría seguir hasta donde pueda porque en algún momento también tendremos que disfrutar. Acá arrancás de 7 a 22 de la noche, 24/7. Por los últimos 32 años, fue mi vida. Pero cuando llegue el momento, por más rentable que sea, uno merece también un descanso”, dice Daniel, el hombre que decidió mantener la estructura y el funcionamiento de este comercio histórico que fundó su padre en otros tiempos en que todo estaba por hacerse.