Desde hace años, los tiburones tienen una pelea difícil. Enfrentan dos amenazas concretas que están atentando directamente contra su supervivencia: la industria pesquera que los mata indiscriminadamente y la demonización que creó el cine en torno a su imagen.

Gracias a su éxito evolutivo, los tiburones habitan la Tierra mucho antes de que aparezca el ser humano. La mayoría de ellos son predadores topes, por lo tanto, cumplen un rol clave en la regulación de comunidades, manteniendo la estructura y composición de especies en los ecosistemas marinos y costeros.

Sin embargo, gracias a la sociedad homocentrista en la que vivimos, hay especies que se encuentran actualmente en peligro de extinción. Las consecuencias son diversas, pero todas están derivadas de las actividades humanas, entre las cuales figuran: la pesca, la destrucción del hábitat y la contaminación.

A causa de las amenazas que sufren, se estima que desapareció alrededor del 70 por ciento de la cantidad de tiburones que había en el mundo hace décadas atrás. En la actualidad, más de un tercio de la totalidad de las especies que hay en el planeta están en peligro de extinción. 

En Argentina, las principales amenazas para su conservación están relacionadas con la regulación ineficiente de la pesca no regulada (directa e indirecta), tanto comercial, como artesanal y recreativa.

Cerca de 34 especies de tiburones está en peligro de extinción en el Mar Argentino: ¿a qué se debe?

El Mar Argentino es hábitat de 55 y, si bien hay pocos estudios al respecto, se estima que 34 de estas especies se encuentran en peligro de extinción. Esto se debe en parte al poco conocimiento que tenemos sobre estos animales, debido a la falta de inversión para estudiarlas y protegerlas y por la ausencia de estrategias efectivas de conservación.

La matanza de tiburones es indiscriminada y los datos son muy contundentes. Entre 100 y 300 millones son capturados cada año. Prácticamente un exterminio. Pero claro, a quién le va a generar empatía o remordimiento si están cazando a una especie “asesina”.

¿Por qué, al ser una especie tan importante para el ecosistema marino, son tan pocos los esfuerzos para protegerlos?

La demonización de los tiburones

Hasta 1975 el tiburón era, tal vez, un animal más. Posiblemente, una persona que vivía a cientos de kilómetros del mar, y que solo iba una vez al año a vacacionar, no conociera las costumbres e incluso la imagen, de un tiburón. Pero la cosa cambió, y para mal.

El 20 de junio de ese año, el ya popular director estadounidense Steven Spielberg vislumbró un posible éxito luego de leer la novela Jaws (mandíbulas) de Peter Benchley. El relato cuenta la historia de los ataques de un enorme tiburón blanco a un grupo de personas que se bañaba en las costas de una pequeña localidad, y de los intentos, por parte de la población, de cazar al animal.

El director de cine volcó todo su potencial y se rodeó de un prolífico equipo de trabajo en el que figuraba el legendario compositor John Williams. Este no es un dato menor, porque la música de la película Tiburón, quedó grabada en el imaginario colectivo de generaciones. Williams ya había logrado este efecto creando el sound track de la famosísima Star Wars y, posteriormente, dio otra vez en la tecla con la banda sonora de las sagas Indiana Jones y Jurassic Park. Un peso pesado de la industria.

Pero la cosa no quedó ahí. La idea instaurada de que los tiburones eran “asesinos de personas” se exacerbó, desbloqueando un nuevo miedo en la sociedad. Meses después de la película, que tuvo un éxito mundial, “miles de personas salieron en barcos a cazar tiburones. Fue una pesca popular y no había remordimientos, porque estaba la idea de que esos animales eran asesinos”, esto lo confirmó en 2015, en una entrevista a la BBC, George Burgess, biólogo del Museo de Historia Natural de Florida.

La guerra entre un grupo de seres humanos enajenados y un animal que solo respondía a su impulso vital de supervivencia se recrudeció. Los años siguientes al estreno de la película comenzaron a aparecer secuelas, realizadas por otros directores de cine, llegando a crear un subgénero, dentro de la categoría Terror, que se mantiene vigente hasta hoy. Se filmaron, según el sitio de cine IMDB, más de 180 largometrajes que tienen a los tiburones como los malos de la película.

El impacto del film en el decrecimiento de la población de tiburones fue un hecho. Tanto Benchley como el propio Spielberg manifestaron en distintas entrevistas a la BBC que estaban arrepentidos por los resultados de sus obras. “Lamento de verdad la reducción de la población de tiburones a causa del libro y la película. No existe ningún tiburón devorador de hombres con gusto por la carne humana. De hecho, los tiburones rara vez dan más de un mordisco a las personas, porque somos magros y poco apetecibles para ellos” declaró el cineasta.

Por su parte, Burgess, antes de morir, indicó que el número de tiburones en las costas del este de América del Norte decreció en un 50% después de la película, y reconoció: "Sabiendo lo que sé ahora, es posible que nunca hubiera escrito ese libro”.

El daño ya está hecho, pero no es tarde para revertirlo. Todavía queda algo de tiempo para salvar a las especies que aún siguen en pie, pese a sufrir, durante décadas, un ataque indiscriminado.

Con información de “Sin azul no hay verde”

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