Con la llegada de las fiestas se hace evidente, una vez más, la "grieta" a la hora de elegir qué poner sobre la mesa navideña. Están quienes no negocian la ausencia del melón con jamón crudo -un clásico aunque inusual combo, si uno lo piensa-, los acérrimos defensores de la fruta abrillantada en el pan dulce, y los que pretenden "alivianar" una comida pasada de calorías con una ensalada de lechuga y manzana con mayonesa.

En los últimos días, un "Pan Dulce" con jamón, queso y salame pretendió ser una opción para los que le esquivan a este tradicional protagonista de las fiestas de fin de año y se volvió muy popular. Pensando en ir un paso más allá, una churrería lanzó los churros rellenos con salsa de vitel toné.

Muchos pensaron que era una gran idea, y otros tantos gritaron su desagrado. Pero...¿dónde está el límite entre una "delicia innovadora" y una "ridiculez asquerosa"?

Ya expresa el dicho popular "sobre gustos, no hay nada escrito", para ilustrar que el amplio abanico de sabores existente sobre este mundo puede sumar tanto fanáticos como detractores sin que nadie tenga la autoridad para decir que algo es incorrecto.

Es claro que las distintas culturas tienen identidades culinarias muy diferentes y lo que es un manjar para algunos claramente puede provocar nauseas a otros... En este punto no puedo dejar de mencionar el Surströmming, una especialidad de la gastronomía sueca que se elabora fermentando al sol arenques del Mar Báltico que luego son envasados en latas de conserva, y que desprenden un aroma similar al pescado podrido, o te recuerdan que hace varios días no sacás la basura.

Pero sin irnos de paseo a los países nórdicos, podemos mencionar varios ejemplos locales de sabores amalgamados -algunos más recientes y otros con años de trayectoria en la gastronomía argentina- que encienden las discusiones en cualquier sobremesa.

Es clásica la disputa de la pizza con ananá, y no admite medias tintas: o te encanta o no la podes ni ver. Algo parecido a lo que sucede con el helado de menta granizada, una delicia o pasta de dientes, según sean fanáticos o detractores.

Hay ingredientes puntuales que no son aceptados por todos y que forman parte de los platos más populares, como las pasas de uvas, que muchos quieren erradicar de las empanadas y del pastel de papas. O al menos que les coloquen un cartel de advertencia, para no llevarse un chasco tras la primer mordida.

Pinchos de ciruela con panceta

Es que la combinación agridulce altera algunos paladares, que tampoco ven con buenos ojos los pinchos de ciruela y panceta, mientras que para algunos comensales las empanadas de jamón, queso y ciruela son una delicia.

La inclusión de frutas en las ensaladas es todo otro capítulo. De nada vale argumentar que técnicamente el tomate es una fruta, ante un plato de ensalada de repollo y manzana verde, de lechuga con naranja o mango, o la típica Waldorf (manzana, lechuga, nueces y mayonesa), no son pocos los que entornarán los ojos y rechazarán la invitación, con mayor o menor gentileza dependiendo de la confianza con el cocinero.

Pretzels salados bañados en chocolate con sal

Pero si la combinación agridulce es polémica, la mezcla de dulce con salado es la que marca la grieta más definitiva. Chocolate salpicado con sal marina o con chile (si, ese ají picante que ya para nombrarlo hay que insultar de corrido), brownies con jamón crudo, paltas bañadas en chocolate, tarta de peras y queso roquefort (que no sabemos si comerla para desayunar o almorzar, o quizás sea una buena opción para cuando nos levantamos tarde y se junta el horario de ambas comidas). Amarlas u odiarlas, no hay grises en esto.

Es imposible mencionar todas las mezclas inusuales que a diario nos cruzamos al alimentarnos, sobre todo porque algunas son tan habituales para algunos de nosotros que ni notamos que podrían ser completamente extrañas para otros.

Quizás lo único certero es que existen tantas opciones como personas sobre la Tierra, y que lo más apropiado sería reemplazar las sentencias de "es feo" o "es rico", por unas más tolerantes como "a mí me encanta" o "no me gusta", con el énfasis en el "a mí", y quitarle así la valoración al plato en sí mismo para trasladarla a nuestro propio paladar. 

Para gustos se hicieron los colores, decía mi abuelo... Y todos tenemos una combinación polémica que amamos, ¿cuál es la tuya?

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