El colapso que tuvo la ruta 3 en su ingreso a Comodoro Rivadavia, el 30 de agosto de 2023, volvió a reflejar hasta qué punto la ciudad está cercada por las fuerzas de la naturaleza, que se potencian a su vez por la falta de prioridad de sucesivos gobiernos nacionales para asignar a la ciudad una respuesta presupuestaria acorde a su importancia productiva.

El nuevo deslizamiento que tuvo la ruta ocurrió 28 años después del recordado evento de 1995, lo que implica que hubo tres décadas en medio de las cuales “la solución de fondo” fue dejada de lado en función de otras prioridades, al amparo de que los tiempos de la naturaleza pueden extenderse, hasta que casi sin aviso previo vuelven a agotarse.

Así ocurrió cuando el jueves 24 de agosto apareció una primera grieta de algunos centímetros, que provocaba un salto llamativo de los vehículos en su paso hacia zona norte, en la zona cercana al Cenotafio. En pocos días la fractura se fue agrandando, a punto tal que el lunes siguiente, 28 de agosto, el tránsito debió interrumpirse. Y el miércoles 30 terminó de producirse el deslizamiento, con el hundimiento de la carpeta asfáltica a partir de la rotura del talud que apoyado sobre la franja costera.

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UNA RUTA PRESIONADA POR EL CERRO Y EL MAR

Las razones del nuevo colapso fueron atribuidas por los especialistas a dos motivos fundamentales. Uno se vincula a la conocida inestabilidad del cerro Chenque, que a partir de las filtraciones de aguas de lluvia y el posterior resquebrajamiento del material arcilloso suele tener desprendimientos de material, algunos de gran tamaño como el de la roca caída en septiembre de 2022.

Esa primera señal de alerta había motivo una serie de trabajos por parte de Vialidad Nacional y el municipio de Comodoro Rivadavia, desarrollados a principios de 2023, para hacer trabajos de estabilización en el sector donde se produjo el desprendimiento, con el retiro de unas 11.000 toneladas de material para restarle peso al talud.

Las micro explosiones en el Cerro Chenque

Esa tarea se hizo con micro explosiones controladas, para terminar de remover el material susceptible de nuevos desprendimientos, concluyéndose que al solución de fondo era retomar la obra de aterrazamiento de la ladera Este, tal como se hizo sobre la ladera sur (que da a la calle Sarmiento).

El evento de agosto no tuvo vinculación con el primero, pero forma parte de la inestabilidad de toda la estructura geológica de la zona. En este caso puntual, las razones fueron atribuidas una combinación entre los efectos de la gran marejada de principios de agosto, que aceleró el proceso de erosión costera que ya venía registrándose sobre todo el frente costero que va desde el centro hacia km.3.

Dicha erosión le quitó estabilidad al talud, produciendo las condiciones para el desplazamiento sobre la base (a la manera de un efecto ‘jabonoso’), que se vio también potenciado por algunas grietas que descendían desde el cerro hacia la costa y se vieron activadas por efecto del mar.

El efecto del mar sobre el frente costero tampoco es atribuible a una marea extraordinaria, si bien ésta pudo ser la gota que terminó de colmar el vaso. Un informe del Departamento de Geología de la U.N.P.S.J.B, presentado en el marco del Estudio de Impacto Ambiental para la obra de dragado del puerto, había advertido el accionar del mar a lo largo de décadas:

“Se determinaron tasas de retroceso variables entre 0,67 metros por año en la zona adyacente a la Playa de Tanques de YPF y de 1,18 metro por año en la zona de mayor retroceso, próxima al centro de la bahía”, señaló aquel trabajo, en referencia al frente costero que va desde la costanera hasta el km.3. Dicha conclusión fue adoptada al comparar la situación de ese momento, previo al deslizamiento, con fotografías del año 1968.

LAS SOLUCIONES DE FONDO QUE QUEDAN EN ESPERA 

Una de las obras que debería haberse activado en los últimos años para empezar a proteger el frente costero es el muro de rocas, cuyo inicio se había previsto para apuntalar la base del Chalet Huergo, una estructura histórica que se ve amenazada también por efecto de la erosión del mar.

El proyecto estaba contemplado en el presupuesto nacional 2023, con un fondo de 800 millones de pesos, pero el proyecto ejecutivo nunca fue finalizado por Provincia, durante el último tramo del gobierno de Mariano Arcioni.

Aunque la economía del país comenzó a colapsar a mediados del año pasado y probablemente los fondos no iban a estar con la fluidez anunciada en el presupuesto, resultó llamativa la demora en culminar parte que le correspondía a la provincia y al menos, de ese modo, haber activado la licitación de la obra.

El colapso de la ruta dejó en evidencia que el frente de protección costera deberá extenderse a todo el trayecto, que va desde la costanera hacia la playa de tanques de YPF. Si bien en las obras paliativas para sanear la emergencia se hizo una protección en el tramo crítico, es decir sobre el pie de los 100 metros que se deslizaron en agosto, se abre el interrogante sobre la obra para completar los 2.900 metros restantes.

El mismo interrogante cabe para la obra de aterrazamiento de la ladera Este, para facilitar el escurrimiento de aguas de lluvia y reducir las filtraciones que afectan a la estructura geológica del Chenque.

SI NO HAY PLATA PARA OBRAS, AL MENOS QUE HAYA PARA VELAS

Si ya antes de la emergencia declarada por el gobierno de Javier Milei había dificultad para obtener los fondos para ese tipo de obras, que en teoría se había reactivado en el año 2021, aunque en la práctica no tuvo avances, todo indica que por ahora hay que esperar a que la naturaleza tienda un manto de piedad sobre la precaria infraestructura vial que produce el tránsito a la ciudad.

Hay dos referencias de tiempo a las que cada uno podrá aferrarse, según su grado de optimismo. Una, la menos pesimista, indica que pasaron 28 años entre el deslizamiento de 1995 y el de 2023. Con suerte, un evento así no debería ocurrir hasta dentro de 3 décadas. Otra, menos positiva, recuerda que la ruta estuvo colapsada en septiembre de 2022 por la caída de aquella roca, que por otro benévolo azar tampoco produjo, esta vez, daños a ninguna persona o vehículo que pasara por el lugar.

Con otros proyectos más de fondo en lista de espera por tiempo indefinido, como la circunvalación de acceso a la ciudad, es de augurar que al menos haya plata para velas. Los comodorenses suelen necesitarlas: o para que no se mueva el cerro, o para que no llueva en demasía, si pensamos en otros problemas recientes y graves sin solución. A falta de obras de infraestructura de fondo, la ciudad cuna del petróleo se inclina hacia la fe de manera forzosa, como única chance de resistencia.

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