El panadero que a los 73 años hace las facturas más originales de Comodoro
Hace 37 años en la ciudad más industrial de la Patagonia y siendo técnico electromecánico, Ángel Jesús Barredo decidió abrir una panadería y seguir el legado de su padre, un español que supo hacer del rubro un arte en Buenos Aires y también en Trelew. Esta es la historia de un hombre que apostó a disfrutar la vida, trabajando de lo que mamó de chico, en aquellas mañana en que ayudaba a su familia a hornear panes y facturas a la antigua.
Dicen que una vez que alguien toca harina la atracción es para siempre. Ángel Jesús Barredo (73) es un ejemplo de ello. Cerca de los 4 años empezó a coquetear con el pan, las facturas y las masas, y hoy, unos 70 años después, sigue haciendo de la panadería su vida.
Ángel es panadero por herencia y por elección. Su padre, Ángel, un español que lo trajo de Europa cuando tenía 22 meses, se convirtió en panadero en la vieja Buenos Aires, eligiendo el rubro por encima de otros que también ejerció en su buena vida.
Ángel recuerda como si fuese hoy aquellos días. “Yo mamé esto de chiquito. Mi padre siempre tuvo panaderías grandes. Tenía 8 y 9 años y cocinaba pebetes y cocinaba facturas. Apenas llegaba al horno. Me levantaba a las 6 de la mañana para ayudar con las masas finas y cuando tenía 12 años iba a llevar pan en bicicleta a San isidro, una zona muy linda”, dijo a ADNSUR.
En esos años, eran épocas en que todo se hacía distinto. “No había máquinas como ahora que te hacen todo, no había hornos rotativos. Había que hacer los panes con la mano y cada panadero tenía que amasar para llegar juntos a 100 kilos de pan. El horno era de material, a veces alimentado con leña. Era distinto, ahora está todo automatizado”, dice Ángel, entre la nostalgia y el recuerdo.
Cuenta Ángel que hasta los 13 estuvo en Buenos Aires, recorriendo la provincia. Asegura que vivió en más de 22 lugares. Su papá era un busca por naturaleza, quería crecer y buscaba la forma de mejorar su calidad de vida.
La compra de un hotel lo trajo a Chubut, aquella tierra donde alguna vez llegó para cuidar ovejas en Camarones. Pero había un problema, Ángel ya estaba en la secundaría y en Trelew no había escuela industrial.
La solución estaba al alcance de la mano. En Comodoro Rivadavia un colegio de curas formaba técnicos electromecánicos y además tenía sistema de pupilos.
Así, Ángel llegó a la ciudad del viento y del petróleo e hizo del Dean Funes mucho más que su hogar. Es que en ese lugar, además de estudiar, hizo amigos y comenzó a subir a los escenarios para hacer teatro y locución.
Eran tiempos de juventud y se animaba a todo, tal como hace hoy en una radio de Comodoro Rivadavia, donde tiene una columna de poesías.
En 1967 finalmente Ángel se recibió de técnico electromecánico y comenzó a trabajar en lo que hoy es Pan American Energy. Por ese entonces ya estaba de novio con la mujer de su vida, Elsa María Pires, una portuguesa que conoció cuando ella tenía 15 años y él 18.
Un día Ángel decidió dar un giro a su vida y todo cambió. “Se me dio por hacer otra cosa. Yo había aprendido de chiquito panadería y viste que te queda eso. Y pensaba algún día volveré y se me dio por volver a lo mío. Mi papá se había ido a Buenos Aires a poner una panadería y un tío, Amador García, se iba a España así que me quedé a cargo de la panadería en Trelew. Estaba soltero y estuve como nueve meses. En ese tiempo ahorre para la fiesta, para comprarse las cosas del casamiento”, recuerda.
Luego de casarse, Ángel y Elsa decidieron mudarse a Rawson y allí abrió su primera panadería: La Hispano Argentina, un nombre que lo acompañaría toda la vida.
En esa ciudad estuvieron cuatro años, pero su mujer extrañaba y juntos decidieron volver a Comodoro Rivadavia, su ciudad. Era el año 74, ya tenían dos hijos y decidieron alquilar una pequeña casa en el barrio José Fuchs, a una cuadra de donde ahora vive.
Siguiendo los pasos de su padre, Ángel decidió apostar a otro rubro y puso una tienda que tuvo al menos durante 10 años. Por esos años aún no llegaba a la clásica esquina de Figueroa Alcorta y Quiroga. Y todavía le quedaba pendiente una parada más en la calle 9 de Julio donde junto a Emanuel Mendonca, su socio, instaló una panadería que un año después le vendió.
Con la plata de esa venta, Ángel construyó el local de la Hispano Argentina, y comenzó la historia de las facturas más ricas de Comodoro Rivadavia.
Era el año 84 y la Hispano estaba dividida en dos: Tienda y panadería, pero con el tiempo, las masas fueron desplazando a la ropa, y un día Ángel decidió tirar la pared y unir todo.
“De ahí no cerré nunca más, hace 37 años que estoy”, dice Ángel, orgulloso a ADNSUR. “Siempre quise disfrutar un poco la vida, no depender de nadie, entonces trabajé yo, con mi señora por supuesto. La gente ya me conoce, sabe que viene y acá estoy. Trató de hacer las mejores facturas, la gente dice que son las mejores facturas de Comodoro. Trato de seguir una línea y no salirme de ahí”.
En sus mejores épocas la hispano vendía hasta 100 docenas de facturas por día. Por supuesto, no lo hacían solos, estaban acompañados por empleados.
“Era una época en que no había muchas panaderías. Eran contados con los dedos de la mano. Los domingo poníamos números y la gente hacía cola afuera. El domingo era sagrado, no cerramos nunca”.
Pero hace 10 años, cuando una nieta suya enfermó, Ángel y Elsa dejaron de atender los domingos para ir a verla. Así, continuaron hasta que ella se fue, pero desde entonces la persiana ese día nunca más se abrió.
Hace seis años la vida lo volvió a sorprender a Ángel. Elsa sufrió un cáncer fulminante que la arrebató de su lado.
Mientras lo cuenta en sus ojos se nota lo que siente por ella. Ángel muestra un retrato de su juventud, dice que fue reina y una muy buena compañera con quien compartió viajes por muchos lugares del mundo, como Portugal y España.
UNA FORMA DE VIDA
Tras el fallecimiento de Elsa, en soledad, Ángel continuó con su trabajo, pero mucho más relajado, casi como un hobby.
En la actualidad, saca alrededor de 20 docenas de facturas por día que casi se le escapan de las manos. Es que su receta es única y 100 por ciento casera, una delicia digna de buscar, algo que lo enorgullece.
“Sigo con esto como una forma de vida, porque si es por decir no trabajó más, me siento en un sillón y espero que venga la guadaña o miro televisión. Pero yo me siento activo todavía así que sigo trabajando”.
“Este trabajo me dio muchas satisfacciones. Como el cocinero cuando hace comida y la satisfacción personal que siente y es porque la gente come con gusto lo que hace. Para mi es una satisfacción muy grande, porque la gente después de tantos años vuelve otra vez y pregunta si siguen las facturas como siempre. A veces son tres generaciones que van viniendo, y las facturas siguen. Esa satisfacción no te la quita nadie, uno hace su trabajo con mucho amor todos los días”, sentencia este hombre, que a sus 73 años sigue trabajando de lo que amó toda la vida: la panadería, el rubro que heredó de su viejo.