Norma Morales, desde su casa en la intersección de la Avenida Kennedy y Juana Azurduy, recuerda aquellos días en que el agua primero, pero especialmente el barro después amenazaron con destruir el hogar que con tanto esfuerzo había construido junto a su esposo. 

A seis años del inicio de la peor catástrofe climática sufrida por Comodoro Rivadavia, hoy el recuerdo y aprensión de aquellos días da paso al agradecimiento hacia quienes tendieron su mano solidaria, acaso como un símbolo de que la ciudad no perdió su espíritu inquebrantable incluso cuando, literalmente, el cielo (y el suelo) se nos vino encima.  

“Hace más de 30 años vivimos en esta casa junto a mi esposo, Juan José Jurgevich y mis hijos. En ese momento, en 2017, yo tenía 64 años y mis dos hijos más grandes ya estaban en Buenos Aires, por lo que sólo estaba el más chico, de 21 años, que fue el que puso el hombro en toda esa situación, porque nosotros, como personas adultas, no podíamos solos. Lo cuento y se me pone la piel de gallina”, recordó.

Perder el esfuerzo de tantos años, en pocas horas

En la tarde del miércoles 29 de marzo de 2017 comenzó a caer una llamativa tormenta sobre Comodoro Rivadavia, que acumuló una gran cantidad de agua en pocas horas, dando inicio a un fenómeno que se notaba fuera de lo normal, desde los primeros minutos.

“No recuerdo bien las horas, pero sí veíamos que se cubría todo de agua, en la calle y la forma en que llovía, que ya estábamos encerrados por esa lluvia”, sigue relatando. 

No era algo nuevo, porque ya en otras tormentas les había tocado ver la calle cubierta de agua. Sin embargo, lo peor vendría en los días posteriores, con el alud de barro que descendió desde la zona oeste de la ciudad.

El temporal de lluvia y barro afectó a cientos de comodorenses en 2017.

“Esa era ‘la parte limpia’, que ya la conocíamos, porque el barrio (Juan XXIII) está muy abandonado, y en especial desde que se hicieron barrios nuevos. No quiero ser negativa, pero es doloroso ver cómo nuestros esfuerzos se iban. Lo que hicimos acá, con mi marido, fue todo a pulmón y de pronto se fue. Nadie nos regaló nada. Yo me jubilé como docente y mi marido llegó a tener 4 trabajos para poder una casa digna”.

En aquellas horas, el nerviosismo empezaba a crecer al notar que la lluvia no quedaría ahí, que no sería sólo un evento más en el que el paso de los vehículos por la avenida Kennedy, o por calle Azurduy, generaría las típicas olas que ingresan hacia los domicilios.

El barro, como si fuera una invasión furiosa, empezaba a llegar arrastrado por el agua que desembocaba desde el cañadón Las Quintas, que había superado ampliamente cualquier intento de canalización y arrastraba todo a su paso.

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Avenida Patricios

“Entonces siguió lloviendo”, continúa relatando Norma, sin ubicar el momento preciso de esos primeros cuatro días de lluvia en que el barro comenzaba a ingresar a las viviendas. Mientras habla, para contener los nervios realiza dibujos sobre la hoja de un cuaderno, sin pensar, sin propósito, salvo el de ir liberando de a poco la angustia de revivir esas horas tan oscuras. Las lágrimas, como la lluvia de esos días, inundan ahora sus ojos y provocan un quiebre ligero en la voz.

“Es terrible, recordar esto es muy doloroso”, advierte, antes de tomar aire y recomponerse, para sacar fuerzas, a sabiendas de que su testimonio formará parte de la memoria de Comodoro Rivadavia, como una marca indeleble de uno de los peores momentos de la historia de la ciudad.

“Cuando vino el alud, no entendíamos nada. Acá teníamos los vehículos nuestros, los de mis hijos, todo en el patio. Mi marido me dice: ‘te pido que te tranquilices y busques una mochila, con lo imprescindible, porque en cuanto haya problema de cloacas, nos vamos a tener que ir. Así que eso hice, mientras veía las camas encima de unas llantas. Escenas así las había visto en televisión, en una villa, pero nunca pensé que me podía pasar una cosa como ésta, nunca”.

Las manos solidarias fueron haces de luz en la tormenta

En todo momento, entre la angustia de recordar y las imágenes grabadas por siempre, aparece, como un rayo de sol en plena tormenta, el recuerdo de los pequeños grandes gestos de quienes se acercaban a dar una mano:

“Nosotros, con mi marido, gracias a Dios, tenemos muy buenos amigos. Nos ayudaban, nos acercaban, cosas… mi hijo, pobre, metido en ese barro, en esa miseria… verlo ahí trabajando, a la par. Y venían también sus amigos y amigas, con comida y otras cosas que preparaban, o a dar ánimo, pero venían sobre todo para ayudarnos a sacar el barro de las casas. Es muy triste. Llegó un momento en que nos quedamos encerrados, parecía que no teníamos escapatoria”.

Cientos de vecinos, al igual que Norma, vieron sus casas y muebles cubiertos por agua y lodo. “El barro llegaba hasta la mitad de los muebles de cocina, que son de medidas estándar. La heladera estaba inclinada, el lavarropas. Todo tenía barro hasta la mitad –rememora Norma, como si estuviera otra vez parada en el living de su casa, describiendo la tragedia-. Nosotros tenemos un desnivel hasta la mitad de la casa y toda esa parte se llenaba de agua y de barro, lo sacábamos pero nunca se terminaban de secar las cosas”.

El relato sigue como si una película pasara frente a sus ojos, con la dolorosa diferencia de que no hay fantasía ni arte, sino el recuerdo de una pesadilla:

“Llegó un momento en que vino el Ejército, porque a nosotros Defensa Civil no nos ayudó. Pero ellos venían con esos camiones y se quedaban en la esquina. Así que unos vecinos jóvenes, unos chicos de aquí enfrente, nos gritaban ‘salgan, Norma’, porque tenían miedo de que quedáramos acá para siempre”.

Es que en un momento, se habían trabado las puertas de la cocina y entonces Norma debió salir por el ventanal de la cocina. “El barro me pasaba de la cintura –evoca- y no me animaba a saltar el cerco. Entonces vinieron otras personas a ayudar, uno es amigo de mi marido y los otros, unos chicos que no conozco. No pregunté en ese momento, sé que era gente que estaba colaborando. Gracias a Dios, en esos momentos se pudo ver la calidad humana mucha gente que no nos conocía”.

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Calle La Plata

Los recuerdos se entremezclan, pero Norma aclara que entre los 10 días de lluvia prácticamente continua (desde el miércoles 29 de marzo al domingo y luego, desde el jueves 6 al domingo 9 de abril) ella dejó dos veces su hogar. La primera fue por una noche, a dormir en lo de unos familiares.

“La primera vez vino un sobrino con unos amigos de él y me llevaron en andas, como si fuera liviana y eso que soy bastante gordita –sonríe-, hasta cerca del sindicato de los petroleros, mirá la distancia. Eso fue un día y me volví, porque no quería dejar mi casa”.

La segunda vez fue ya con el barro en el interior de la casa, cuando debieron abandonar nuevamente el hogar, esta vez para no volver a vivir allí durante un par de meses, aunque en ese lapso comenzaría el trabajo para recuperar el hogar y sacárselo a las garras del río de lodo que lo había cubierto.

“Cuando nos sacan de la casa, un amigo de mi esposo y otros dos chicos que no conozco, ellos me hablaban para darme ánimo y no sé sus nombres, desgraciadamente, lo lógico sería que en algún momento fuera retribuida su atención y lo que nos dieron en esos momentos. Fuimos caminando hacia Lisandro de La Torre y este muchacho nos acercó con su camioneta, yo veía que en otros barrios, como las 1.311 y toda esa parte, no pasaba nada, era como otro mundo”.

A lo mejor, sugerimos nosotros, irrumpiendo levemente en esa escena, quienes dieron esa mano se acercan nuevamente para saludar a Norma y su familia, al leer esta nota de ADNSUR, ahora que todo es recuerdo y ella disfruta nuevamente de la calidez de su hogar. Porque siguen siendo esos grandes gestos solidarios, lo mejor a la hora de evocar esta dura historia:

“Este señor nos acercó con su camioneta hasta el domicilio de mi amiga Cristina, que nos prestó su casa. Y este señor, amigo de mi esposo, me decía que no podía descansar sabiendo lo que estaba pasando el resto de la gente”.

Por entonces, permanecerían un mes en la vivienda prestada por su amiga, para regresar todos los días, al terminar la lluvia, para comenzar a recuperar la casa.

“Veníamos todos los días a limpiar, a sacar el barro, a caernos y deslizarnos por la montaña de barro, como si fuéramos chicos, a largarnos de cola, a perder zapatillas y botas, a pasar con las máquinas. Llegaron también mis hijos más grandes, que vivían en Buenos Aires, porque desde allá al principio no se daban cuenta de la inmensidad de lo que los padres estaban viviendo”.

A la ayuda de la amiga Cristina se sumó luego la de Enrique, otro amigo de la familia, que prestó también su vivienda para permanecer un segundo mes afuera, para concurrir a diario a seguir las tareas de limpieza.

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Avda.Kennedy

En total, más de dos meses de trabajo para sacar el barro y comenzar a reconstruir, porque había que retirar el revestimiento de las paredes, para que éstas comenzaran a secar la humedad. “No sabés lo que era esta casa, parecía en medio de la guerra. Hacía poco que la habíamos terminado de arreglar, para dejarla como queríamos y pensando en la jubilación, porque sabíamos que después no se puede hacer nada, lamentablemente. Hubo que empezar de nuevo, tengo dos hermanos también, toda la familia nos ayudó”.

Los recuerdos de esos días se funden en una rutina, de 2 a 7 de la tarde, de llegar hasta el barrio esquivando el barro, de limpiar paredes y rehacer pisos, para volver a levantar un hogar. “Caíamos frente a un río, que pasaba por acá, por la Kennedy. Cuando nos íbamos a las 7, a veces no teníamos salida, porque había nuevos canales, en los que habían trabajado las máquinas, haciendo otros zanjeos. Andábamos buscando la salida y llegábamos muertos de frío. Con mucho sacrificio, después de dos meses, pudimos volver acá y a partir de ahí, empezó la reconstrucción del 50 por ciento de nuestra casa”.   

Y fue así, porque la mitad de la vivienda se tuvo que hacer prácticamente nueva. Norma recuerda los paneles de recubrimiento que habían colocado tiempo antes de la tormenta, que daban un toque tan lindo de terminación, pero que se arruinaron inevitablemente. Pero de inmediato, el sentido de agradecimiento vuelve para recordar a unos amigos de la familia que también les prestaron otro bien esencial, un automóvil, para que pudieran moverse en esos días, sin ningún condicionante de tiempo.

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La Prensa y Ruta 3 - Barrio Industrial

“Y nada de decir ‘devolvelo en un mes’... Sólo nos dieron las llaves y dijeron ‘usalo’. Todas cosas reconfortan –añade Norma-, como también un conocido de mi marido, que no era amigo, pero venía todos los días a conversar, o a traernos algo. Esas cosas no se olvidan. Lo mismo que otro señor que nos mandó las máquinas para desinfectar, pieza por pieza. La verdad es que tuvimos mucha ayuda”.

El pedido, seis años después: “Demuestren que están preocupados por nosotros”

Hoy, a seis años de aquellos hechos, Norma sabe que ya no puede disfrutar de la lluvia, como le gustaba hasta antes de la catástrofe, cuando la sosegaba el sonido del agua cayendo sobre el techo de chapas de su quincho.

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Avda.Fray Luis Beltran

“Yo era una romántica y me gustaba mucho la lluvia. No es que ahora la odie, pero escucho llover y siento miedo de que vuelva a pasar. Es algo que nos queda. Yo hubiera pretendido, en todo este tiempo, que se hiciera algo por nuestro barrio, principalmente por nuestra calle Azurduy, que los días de viento no puedo salir por la tierra. Hemos pedido el asfalto muchas veces. Es algo que pido en nombre de todos los vecinos de esta calle, aún cuando no los conozco a todos, pero sufrimos lo mismo”.  

Norma sigue en su reclamo: “El otro día me encuentro con una persona del municipio y me dice que sí, pero ahora no van a hacer el asfalto por no sé qué obra que van a hacer en la avenida Chile… traten solucionarnos algo, demuestren que están preocupados por nosotros. Yo tengo todos los impuestos pagos, al día, no debo nada. Cuando pasó esto no tuvimos subsidio. Saqué un préstamo para arreglar la casa, con unos intereses más caro que no sé qué”.

Todo va quedando atrás, pero el último recuerdo de Norma viene a resumir mejor el sentimiento de aquellos días. “Un día entro a la casa, cuando íbamos a limpiar y en la radio estaban pasando esa canción que dice ‘Resistiré…’. Yo cantaba y lloraba. Sentía que mientras haya salud y personas dispuestas a ayudar, amigos y otros que no conocíamos, podemos salir adelante. Podemos seguir resistiendo. Ojalá, pensaba”.

Ojalá.

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