Cuando era chico con mis amigos del barrio creíamos que abajo del cerro Chenque, en forma literal, había un cementerio de indios. Así lo habíamos escuchado, o por lo menos 'deformado'. Sin embargo, más allá de la diferencia, estábamos convencidos que había vida en ese lugar donde más de una vez pasamos en bici.

Lo cierto es que tan errados no estábamos, más allá del significado de la palabra. Al pie del cerro Chenque alguna vez hubo un cementerio, pero no era de indios, sino de los primeros pobladores que tuvo Comodoro Rivadavia.

El mismo estaba ubicado en lo que hoy se conoce como Eureka, al borde de la Ruta Nacional N° 3. En pleno siglo XXI, de vez en cuando los retazos de la muerte vuelven aparecer en el sector, principalmente con partes de tumbas, huesos o hasta alguna vieja cruz que sorprende a quienes no conocen la historia. Es que para muchos, principalmente quienes se criaron acá, saben que allí estuvo el primer camposanto; pero otros, que vinieron desde lejos en tiempos más recientes, desconocen la historia.

Por supuesto, en tiempos de redes sociales las fotografías también son una opción para volver al pasado. Precisamente en las últimas semanas, en un grupo de Facebook publicaron una fotografía del antiguo cementerio, y a color, todo un detalle para la época. 

La imagen es elocuente: las cruces, las tumbas y de fondo el mar, con un barco estacionado sobre la costa, tal como se ve hoy a menudo, con embarcaciones petroleras que llegan hasta el muelle de YPF para descargar combustible.

UN POCO DE HISTORIA

El viejo cementerio fue el único que tuvo Comodoro Rivadavia hasta 1944. El mismo se emplazó en 1904, es decir tres años después que se fundó el pueblo de Comodoro Rivadavia, y fue una de las primeras gestiones que le dieron un poco de vida institucional a la ciudad.

En la década del 40, como el pueblo crecía a pasos agigantados, y el camposanto quedaba chico, más allá de las ampliaciones, la gobernación militar que por entonces conducía la provincia, que todavía no se había conformado como Chubut, decidió construir un nuevo cementerio, y para hacerlo eligió el barrio Las Latas.

En 1944 finalmente se conformó el Cementerio Oeste, y el 1 de enero de 1945 quedó inaugurado en forma oficial.

Tiempo después se inició el traslado de los cuerpos desde el antiguo cementerio, tarea que se dejó en manos de los familiares, y en la década del 80 se realizó el traslado definitivo del resto de los cuerpos.

Quienes vivieron esa época cuentan que el traslado tuvo muchas dificultades e irregularidades, principalmente por el estado en que se encontraban los ataúdes de madera o la rotura de los mismos mientras se intentaban llevar desde ese camposanto al otro. Y tal como se puede ver en la actualidad, con restos de tumbas que descansan al borde del mar, el traslado no se completó en su totalidad.

En la década del 90, el cementerio otra vez volvió a quedar en medio de una encrucijada. Esta vez por el derrumbe del Chenque y los daños que ocasionó el desmoronamiento sobre la Ruta Nacional N°3.

Al quedar interrumpido el paso del tránsito, las autoridades decidieron construir una ruta al costado de la anterior, encima del viejo cementerio. Ese camino fue construido por Vialidad Provincial y Vialidad Nacional, y derivó en un millonario juicio al Estado Nacional por parte de los propietarios de dos terrenos privados que fueron utilizados para construir esa vía. 

Así, ante esta situación, años después se reconstruyó la traza original de la Ruta Nacional N° 3, el camino construido quedó en desuso, y el cementerio prácticamente en el olvido, hasta que la Municipalidad decidió construir un cenotafio.

Para edificarlo se utilizaron restos del antiguo camposanto. Su objetivo era recordar la memoria de quienes poblaron esta ciudad en sus orígenes.

Hace poco tiempo, el Ejecutivo, viendo que el trazado en desuso era muy utilizado por running o caminantes, decidió ponerlo en valor y el espacio cobró vida con un fin recreativo.  Así, hoy al lado del cementerio -y entre el mar y el cerro Chenque- la comunidad dispone de juegos, máquinas para hacer ejercicio y sillas para disfrutar la tarde; todo frente al mar, en un lugar que alguna vez albergó a la muerte. 

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