La villa que el viento borró: la increíble historia de este pueblo patagónico que atrae al "turismo fantasma"
Nació con fecha de vencimiento, albergó a más de 5.000 habitantes y fue desmantelada tras cumplir su propósito. Hoy, Villa Rincón Chico es un destino para el turismo "fantasma", donde el pasado resuena entre ruinas devoradas por el viento patagónico.
Villa Rincón Chico, un pueblo construido para dar hogar a los trabajadores del Embalse Piedra del Águila, fue un proyecto ambicioso y efímero. Con una comunidad que llegó a albergar a más de 5.500 habitantes, este enclave en la estepa patagónica tuvo una vida breve pero intensa: su propósito estaba escrito desde el principio, y su fin, también. Hoy, las ruinas del lugar y la inmensidad de su desolación atraen a un nuevo tipo de visitante: los amantes del turismo alternativo o fantasma, en busca de historias que el viento se empeña en borrar.
Un pueblo con fecha de caducidad
Fundado en los años 80 por la empresa estatal Hidronor SA, Villa Rincón Chico fue construida para alojar a los miles de obreros encargados de levantar el embalse. Pero el proyecto tenía una peculiaridad: el pueblo estaba condenado a desaparecer una vez que la obra culminara. Su existencia no debía exceder los ocho años, y así ocurrió. En 1992, cuando el embalse entró en operación, las casas prefabricadas fueron desmanteladas, los terrenos devueltos a sus dueños originales y los recuerdos quedaron al viento.
“Regresar a Rincón Chico es desgarrador. El lugar donde nací mi hijo y donde creé tantos recuerdos parece que nunca hubiera existido”, relata Amelia Chua, una de las tantas exhabitantes. Amelia vivió allí cuatro años junto a su familia y todavía hoy visita las ruinas, resignificando la nostalgia con la belleza de un pasado que aún tarde.
El esplendor del efímero
Lejos de ser un campamento precario, Rincón Chico se construyó como una ciudad modelo . Su infraestructura incluía calles asfaltadas, redes de agua potable y electricidad, cloacas, un hospital completamente equipado, una escuela, un cine, un banco y hasta una iglesia. Para muchos, su calidad de vida superaba a la de varias localidades permanentes de la región.
“Era como si hubieran inventado una ciudad de la nada. Con el tiempo te olvidabas de que todo tenía fecha de vencimiento”, recuerda uno de los hijos de los obreros.
En su apogeo, la villa albergó a obreros de distintas nacionalidades, muchos provenientes de países vecinos. Durante el invierno, las pocas familias que quedaban fortalecieron sus lazos en medio de un aislamiento inevitable. Sin embargo, la vida no estaba exenta de tragedias: un accidente laboral fatal durante la construcción del embalse dejó una marca imborrable en la memoria colectiva de los trabajadores y sus familias.
Un destino para los curiosos
Hoy, la naturaleza ha reclamado su lugar. Las calles están cubiertas de yuyos, los restos de las casas son apenas reconocibles y el viento patagónico silba historias de un pueblo que ya no está. Este escenario, cargado de misterio y melancolía, atrae a quienes buscan una experiencia diferente al turismo tradicional.
El turismo fantasma se convirtió en una tendencia que revaloriza lugares abandonados, dotándolos de un nuevo significado. Rincón Chico es ahora un lugar para reflexionar sobre la fugacidad del tiempo y la capacidad humana para transformar, y luego abandonar, el paisaje.
“Las ruinas tienen algo especial. Es como caminar entre los restos de un sueño colectivo , y eso invita a pensar en el esfuerzo de los obreros que vivieron y trabajaron aquí”, comenta un visitante habitual de Piedra del Águila, el pueblo cercano donde muchos exhabitantes de Rincón Chico se asentaron tras su cierre.
El legado que permanece
Aunque Rincón Chico desapareció, el embalse Piedra del Águila sigue siendo un testimonio de la obra monumental que le dio vida. Hoy, el embalse no solo genera energía para millas de hogares e industrias, sino que también cumple funciones clave como la regulación de crecidas y el abastecimiento de agua.
“Cuando volví a la represa, después de años, sentí que los recuerdos de mi padre cobraban vida. Saber que millas de personas trabajaron para levantar algo tan inmenso es emocionante”, dice Amelia, con la voz cargada de nostalgia.
El embalse es ahora un símbolo del esfuerzo colectivo de los trabajadores de Rincón Chico. Mientras sus aguas se mueven con fuerza, las ruinas del pueblo permanecen estáticas, como un recordatorio de lo que fue y ya no es.